Revista Psicología

La lógica de la máscara de oxígeno

Por Paulo Mesa @paucemeher
La lógica de la máscara de oxígeno

Descubrimientos de la primera semana siendo papá

Hace poco más de una semana llegó mi primer hijo a la Tierra. Esto es toda una novedad viniendo de alguien que hasta hace pocos años juraba y creía que jamás tendría hijos y que, peor aún, pensaba que estos son una carga. Lo que viene a continuación es una declaración de lo que ha significado este punto de inflexión en mi vida desde el día que vi las dos rayas en la prueba casera.

La noticia

Que un lunes como cualquiera termines de desayunar y que poco antes de salir te salgan con la noticia de que eres papá (véase prueba casera con dos rayas) no es algo que se reciba a la ligera. Podría quedarme el resto de la entrada tratando de describir la totalidad de sentimientos encontrados que eso produce, pero lo resumo en un arco que va desde la euforia hasta la desazón.

En la época en la que llegó la noticia estábamos planeando un viaje al otro lado del mundo, yo estaba en un tremendo pico de trabajo y nuestra vida, en general, transcurría en la más absoluta normalidad. Mi hermoso "mapa de sueños" que estaba firmemente expuesto y colgado empezaba a tambalearse. Parecía que mi vida, nuestra vida, la existencia que habíamos planeado, ya no sería la misma.

¿Y entonces qué sigue?

Nuestro bebé es deseado y buscado. No es un accidente. No obstante, nadie te prepara para encarar el hecho de: ¡Sí, es cierto, ya eres papá! En sondeos informales que hecho y que luego pude corroborar en alguna revistilla, me pude dar cuenta de que más del 67% de los padres nos asalta la mayor y más temida de las dudas: ¿Cómo haré ahora para sostener una boca más? Nuestra primera preocupación empieza a ser financiera... y tiempo después es práctica.

No obstante, mis preocupaciones trascendían un poco más allá de lo terrenal. En muchos sentidos soy un poco enchapado a la antigua. Todavía creo en que los hijos deben compartir, crecer al lado de una familia extendida, jugar juegos en la calle, tener pocas horas de televisión y tener una amplia red de relaciones sociales; me parece aterradora la idea de dejarle mi hijo a cualquier señora contratada por ahí, de escolarizarlo antes de que siquiera pueda hablar y todavía conservo la esperanza de que pronto prefiera los libros, el deporte, la naturaleza y la cocina al Nintendo DS y a las compulsivas series animadas de Discovery Kids.

Adicional a todo esto, jugármela por todos estos "enchapes a la antigua" demanda un estilo de vida que, considerando el que ya venía teniendo, era imposible hacerlo realidad. Poco a poco la forma como se iban configurando las cosas nos ponían a mi esposa y a mí contra las cuerdas.

¿Qué es lo mejor ahora? Hay que tomar una decisión

Vivíamos solos en una ciudad extraña y hostil. Bueno, en general Colombia es un país profundamente hostil, pero digamos que Bogotá es la exacerbación de toda esa furia y hostilidad que llevamos en la sangre. Poco a poco las cosas se iban ordenando de una forma que nos mostraban que nuestro lugar ya no tenía espacio en la capital de la república, que nuestra red de apoyo era limitada y que el ejercicio de la paternidad implicaría unos altos costos emocionales y espirituales que posiblemente no estábamos dispuestos asumir.

Sí, mi esposa y yo también somos raros en eso. La mayoría de la gente normal diseña su vida al nivel de sus aspiraciones financieras y materiales, nosotros, en cambio, diseñamos nuestras finanzas para que se hagan cargo de nuestros sueños. Esto significaba que eventualmente habría que decidir ser felices en vez de estar cómodos y así lo hicimos. Fue un perfecto salto al vacío con un elaborado paracaídas... pero no por eso deja de ser salto al vacío.

Jugar la decisión

Ser padres es algo muy serio. Creo que la mayoría no tenemos consciencia de esto hasta "que no estamos metidos en el asunto", pero para alguien que no esté listo para incursionar en el mundo del "autoabandono", así sea temporal, y para cuidar al cien por ciento de otro ser humano rediseñando por completo la vida, definitivamente el cuento de la paternidad no le calza.

La decisión vino de una ecografía y de una orientación médica: "¿Dónde quieren que nazca el bebé? Ella [la mamá] solo puede viajar hasta determinada fecha... no podrá montar en avión... y si viajan en auto el viaje debe ser de tal y cual forma... antes de determinada fecha... en caso contrario deberán quedarse aquí y programar el parto en esta clínica...". A esto me refiero con estar contra las cuerdas. Había que decidir y rápido porque el tiempo estaba en nuestra contra... Y así fue como decidimos y actuamos. La vida no da espera, no da tiempo, solo pasa y ya.

Contar la historia es sencillo, pero vivirla tuvo otro precio: dejarlo todo, renunciar a mi trabajo, cambiarnos de casa y llegar a un lugar conocido, pero no por eso menos incierto. La decisión fue volver a empezar la vida, casi de cero, rediseñarlo todo para reconstruirnos siendo completamente nuevos a la espera de un nuevo ser.

La llegada: Ahora es en serio

Llegó la mudanza, empezaron muchos trámites, diligencias, arreglos. La vida volvía a empezar. No teníamos trabajo, pero sí mucho por hacer para reacomodarnos. También cometimos muchos errores, reprocesos y despistes. El costo natural de aprender.

Una cosa son tus planes y los de tu ginecobostetra, y otros muy diferentes los de Dios. Una noche en la que, como muchas, salimos a caminar para hacer ejercicio y ayudarle a la acomodación y salud del bebé... se rompió la fuente, el líquido salió y más allá de eso este era el símbolo de que ya el tema era en serio, de que no se trataba de las alegres fotos que se reproducían en una ecografía, sino que esa imagen por fin ya sería tangible, ya tendría olor, color, movimiento, temperatura, hambre, lenguaje, llanto y mil cosas que trae el vivir.

Como buenos padres previsivos teníamos todo el kit listo en el cofre del auto para salir a la clínica cuando fuera necesario. Lo bueno de vivir en una ciudad más pequeña y con un tráfico razonable es que pudimos hacer la travesía en dieciocho minutos, pese a lo lejos que estábamos. Ahora mi sensación se ampliaba: por fin veía que no sólo cuido de un bebé sino de su madre. Ambos estaban en mis manos para poder estar bien en el tiempo de que disponíamos.

Decir que era un mar de serenidad es mentira. Esta experiencia puede ser bastante aterradora. No sabía en qué situación estaba el pequeño, los monitores luego mostraron que el proceso no iba en condiciones normales, la Ginecobstreta que nos atendía no podíamos encontrarla... así que nadie orientaba el proceso y pasamos una noche en vela solo monitoreando y sin saber qué rumbo tomar... hasta que se oyó por primera vez la palabra: "cesárea".

La llegada

Esta fue mi primera vez en un quirófano, además de uno muy moderno por tratarse de una clínica recién inaugurada. Parecía una escena de alguna película de ciencia ficción. No sé cómo describir el nudo en la garganta, el estrés, el miedo, la incertidumbre, los miles de preguntas que pasan por la cabeza en ese momento, pero es una sensación única. Nada se iguala a esto. Pocas cosas te hacen sentir tan vivo.

Recuerdo muy bien el procedimiento médico, pero lo más fuerte fue ver el momento en el que el médico metió la mano hasta el fondo y tomó al niño para sacarlo y ver cómo salía cubierto de sangre y líquidos y cómo asumía el choque de venir de nuevo a esta Tierra. Todo transcurrió en cuestión de segundos, demasiados eventos y demasiadas novedades para tan poco tiempo, algo extremo y complejo de asimilar. Casi no saco el smartphone para tomar algunas fotos.

Esto va contra el sentido, pero una escena tan sangrienta es a la vez un momento lleno de belleza difícil de describir. Casi todos los recién nacidos parecen un renacuajo... pero yo lo vi hermoso en ese instante... y cada día lo veo más hemoso. Después, cuando estuve acompañándolo en la incubadora durante unos pocos minutos, solo atinaba a mirarlo, contar sus deditos, mirar si respiraba, si se le veía el pecho brincar por los latidos del corazón, si era capaz de abrir sus ojos... si en general estaba bien.

Me dijeron que le hablara. Era tan pequeño y tan frágil que no sabía si quisiera o pudiera escucharme, si siquiera le interesaba saber si era bienvenido a esta Tierra y a esta nueva existencia a mi lado. Me sentía torpe, él estaba muy ataviado aunque solo tuviera puesto un pañal, un gorrito y un par de medias. Estos instantes sacan el lado místico de cualquiera. Si eres alguien pragmático como yo no importa, igual te conectas de inmediato con la perfección de la vida, con la obra de Dios y te das cuenta de que eres parte de algo más grande que tú mismo: ¿Cómo es posible que tanta perfección junta sea producto de las leyes de la evolución? Esto es como pretender que "de la nada" se produzca algo, es un contra-sentido. Mi pequeñito, en ese momento, reunía la perfección de todo el universo.

La primera semana

La aguja de la euforia y de la crisis sigue oscilando. Es encantador ver a esa bola de pelo cómo llora y cómo se retuerce. Es fascinante verlo luchar por succionar su alimento. Es instinto y reflejo puros; solo sabe que lo único que tiene que hacer es sobrevivir y viene completamente equipado para hacerlo. Él todavía representa el lado animal de lo humano, ese lado del que nos olvidamos tan rápido.

Todavía no tiene lenguaje hablado, todavía no tiene noción del tiempo, no sabe del pasado, ni del futuro. Se la pasa probando su cuerpo: mueve las manitos, los pies, hace gestos con su cara a toda hora y lo único que parece hacer con cierta coordinación es buscar la leche de su mamá y chuparse la mano. Abre sus ojitos y mira para todos lados pero sin ver con claridad. Por ahora sólo persigue la luz y algunas formas. Todo está en su punto, todo lo tiene en su lugar, algo tan pequeño como él funciona en un grado de perfección que supera la razón y cualquier lógica.

Pero mi crisis empieza y termina en mí mismo. Soy torpe para cargarlo y para cuidar de él en general. No sé cómo hacerlo y temo hacerle daño si lo hago algo mal. Pero no me rindo, sigo aprendiendo, es como andar en bicicleta... pura cuestión de práctica. Ya por lo menos puedo decir que cambio sus pañales decorosamente y que soy un estupendo y casi infalible sacador de gases.

La lógica de la máscara de oxígeno

La mayoría de la gente que se entera de que el bebé venía o de que definitivamente ya nació no atinan sino agregar el comentario cliché de siempre: "Ahora no volverás a dormir...", "tus noches no serán lo mismo...", todo gira en torno al "dolor por no dormir"... no sé por qué tanta preocupación por dormir si cuando están despiertos siguen dormidos, anestesiados y desatentos.

La lógica de la máscara de oxígeno
Hasta ahora una sola persona se ha conectado con la razón de fondo de lo que me está ocurriendo: yo estoy guiando un alma por este camino, por esta corriente de vida. Esta es una responsabilidad que acepté desde hace mucho tiempo, así que me importa más el tiempo que paso despierto, que el tiempo que dejo de dormir... el insomnio es temporal, esto también pasará. Lo importante es que mis horas de vigilia valgan la pena para él... el tiempo de sueño luego veré cómo reponerlo. Debo estar consciente para él.

Siempre me ha costado entender por qué en los aviones le piden al adulto que, en caso de requerir usar las máscaras de oxígeno, se la ponga antes y que luego proceda a ponerla al niño. Estoy seguro de que hay razones para explicar esto, pero hoy día se me ha convertido en la mejor metáfora para entender el sagrado propósito que tengo como padre: estar bien yo primero, para después darle lo mejor a él. Evidentemente el viaje no será fácil, pero no por eso deja de ser fascinante.

-


Volver a la Portada de Logo Paperblog