Revista Cultura y Ocio

La manada. Final

Publicado el 23 noviembre 2016 por Icastico

Sara se detuvo. Posó los ojos inmóviles en el suelo, sumergidos en lágrimas. Freire se acercó de inmediato y le dijo que harían un descanso al tiempo que le frotaba los brazos paternalmente. Le preguntó si quería tomar algo. Ante su silencio optó por traer un zumo de frutas de la máquina de vending –no había mucha variedad. Se lo puso en la mano, ya abierto. Sara comenzó a beber. Al rato continuó…

—Grité como una histérica. Empecé a girar sobre mi misma. No sabía qué hacer. De pronto vi un par de móviles sobre la mesa, al lado de unos vasos. Uno era de mi madre, lo reconocí por la funda. Cogí los dos y salí corriendo. Dani me esperaba en el coche. Le pedí que saliera a toda hostia. Por el camino le conté. ¡Tenemos que llamar a la policía! –chilló asustado. Le dije que no, que necesitaba tiempo para asimilar aquello pero prometí que lo haría. Durante varias horas examiné los whatsapps cruzados entre mi madre y otros, así como el de esos otros entre ellos. Lo que descubrí me paralizó. Un grupo llamado “chocholoco” se rotaba a mi madre. Lo formaban cuatro tipos. Uno participaba solo de vez en cuando añadiendo un emoji y un comentario guarro. Estaban bien coordinados. Sabían cómo entrarle para rendirla. Perfeccionaban la técnica con cada “traspaso”. Conocían su clave sentimental. Su password emocional. Le hacían creer que era un flechazo sin cura, definitivo. Se contaban con todo detalle cómo les había ido con el putón de Bárbara, con la guarra viciosa come pollas, en esa línea. Me estremecí al saber que anulaban su voluntad con burundanga. Mi sudor frío se congeló al descubrir que habían preparado una orgía para mi. “Ya es hora de reventarle el coño a esa putita que va de estrecha” –decía el mensaje que desencadenó la acción. En el frigorífico había habitualmente un bote de Sunny que yo trasegaba a diario. Solo tuvieron que esperar. Cuando hizo efecto llamaron al resto para que acudieran. Mi madre, infeliz, solo sabía de uno. El de turno. De golpe comprendí un montón de cosas que en su día eran inexplicables. Las molestias y dolores que tuve en vientre y ano, un flujo asqueroso y maloliente que no sabía de dónde procedía. Supe por los mensajes que ella amenazó a su compañero con denunciarlo a la policía si me volvía a tocar un pelo –la relación ya estaba agonizando. La manada decidió escarmentarla. Imagino que no contaban con aquel final. No quiero pensar la cantidad de veces que montaron la misma juerga. Con una o con otra. O con las dos a la vez.

Sara hizo otra parada. Escuchó un “hijosdeputa” cargado de odio salido de la boca del comisario. Este la abrazó y se le humedecieron los ojos. Freire prometió que esos bastardos lo iban a pagar caro en cuanto diera con ellos, ¡a tomar por culo la jodida placa!

—Sin perder un minuto –continuó con su relato Sara, busqué “burundanga” en google. Por medio de contactos de Dani me hice con un frasco. Le dije que me lo había pedido una conocida, no es un delito, –añadí para tranquilizarlo. Hablé con unas pilinguis muy cachondas que conocí un Día del Orgullo Gay y con las que sintonicé desde el principio. Les conté con detalle mi calvario y mi plan. Se prestaron al juego. Les hablé del bar en el que se citaba el grupo casi todos los días. Se las ingeniaron para liarlos. Con sus buenas artes invitaron a chocholoco a un botellón que supuestamente se iba a celebrar en la casa abandonada de una parcela cercana –ofreciéndoles mas detalles. Se presentaron puntualmente. Brindaron con cubata de litrona servido por Dunia en vasos de plástico mientras Jamila y Roxana bailaban sensualmente e informaban, falsamente, de que un grupo de veinte se acoplaría enseguida para animar el sarao. Fue lo último que recordó la manada. Ellas se retiraron dejándome el terreno libre. Esos hijos de perra se desnudaron, muy obedientes, y se pusieron de rodillas, a cuatro patas. Como les ordené. Por el culo les metí una porra que tenía en casa para autodefensa. La empujé con fuerza, y con rabia. Corté sus pollas con mi navaja y se las hice tragar, ayudada del mismo garrote. No recuerdo si cada una se comió la suya. ¡Qué, pollaslocas!, ¿lo estáis pasando bien?, gritaba mientras lo hacía, frenética, poseida. Los muy bastardos murieron desangrados como cerdos en el matadero. No sabía cuál de los tres era el padre de la criatura que llevo dentro. No podía permitirme el lujo de errar, comisario. Aquí tiene los móviles. Los mios ya los conoce –remató con un juego de palabras que buscaba complicidad.


Este relato es mi respuesta a una actividad de flemingLAB, taller literario. El tema: la novela negra, el relato de un crimen. Me he inspirado en las fechorías de unos cazadores sexuales españoles bautizados por la prensa como la manada. No me va el ojo por ojo, pero un final similar al descrito no me hubiese sorprendido. La justicia poética necesita referentes.

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