Revista Cultura y Ocio

La mano de Miles Davis

Por Calvodemora

La mano de Miles Davis
En la mano de Miles Davis están todas las manos del mundo. Todo lo que puede hacer una mano lo hace la de Miles Davis. Además es una mano negra. Todas las manos del mundo son, en el fondo, manos negras. Debajo de todos los demás colores está el negro. Adentro, donde la mano deja de serlo, si es que una mano pueda dejar de ser mano en alguna ocasión, está la memoria del tiempo y del espacio. Está el negro con el que el mundo se hizo mundo por primera vez. Era entonces un mundo sin manos todavía. Es posible que en el inicio, en aquellos tiempos de zozobra cósmica y de silencio infinito, la mano no cupiese en el diseño de todas las cosas que estaban por venir. Era más lógico que antes de las manos, mucho antes de que se adueñaran del mundo, existiesen las piedras. No se le ha dado el mérito que tienen. Están ahí desde el principio y siguen todavía. Yo creo que el mundo es una piedra enorme que sigue fragmentándose. Nosotros mismos somos extensiones anómalas de esa piedra primigenia. La primipiedra, podríamos decir. Lo que no sabemos es si hubo una primimano, una mano antológica desde la que se desgajaron todas las demás. Quizá no apreciamos la piedra al modo en que apreciamos la mano porque carece de la facultad de moverse. Ahora mismo, mientras tecleo, observo con detalle cómo funcionan las mías. LLevan años haciendo lo que hacen y siguen cumpliendo, aceptando lo que les ordeno, sin flaquear. Una mano, cuando flaquea, alerta sobre el fin de quien la posee. De la mano, de su oficio divino, provienen todos los demás oficios. Incluso el de escribir viene de ahí. A mis alumnos les digo que no escribo yo cuando lleno la pizarra de palabras y de dibujos y de números. Es mi mano la que escribe. Ella es la que decide qué palabra colocar. Lo que no tengo es una mano negra. Ni siquiera una mano trabajada como la que tuvo Miles Davis. Es la mano que hace que la música suena. No sonando, se escucha. Sólo debemos aplicar el oído. Acercarnos, advertir que los dedos, aunque no lo parezca, aceptando que no es posible tal cosa, se mueven. Lo están haciendo ahora. Se están moviendo. Suena un solo de trompeta fantástico. Se está expandiendo por el cosmos. Está barriendo el cosmos. No hay rincón del cosmos al que no alcance. Es un solo negro. Todos los solos, los buenos, son de una negritud que intimida. Debajo del negro, a modo de capas, están los demás colores.

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