Revista Cultura y Ocio

La máquina de languidecer. ángel olgoso

Publicado el 23 noviembre 2009 por Carmen
LA MÁQUINA DE LANGUIDECER. ÁNGEL OLGOSO
LA MÁQUINA DE LANGUIDECER. ÁNGEL OLGOSO
En estos días el sello editorial que apuesta de una manera más firme por el cuento, Páginas de Espuma, saca a la luz un libro de microrelatos (o relatos breves, como le gusta llamarlos a su autor, Ángel Olgoso).
La máquina de languidecer es un libro preciosista, escrito por un autor que, por encima de todo ama su lengua, el español. Nada en estos relatos es casual, cada coma es el sumun de la exigencia de un escritor de los que dejan el regusto y la seguridad de que será alguien de quien se hablará para siempre.
Quedamos en la oficina de la editorial que tan magistralmente dirige Juan Casamayor para hablar con el autor de este delicioso libro. Al llegar allí, la boca se me secó, debo confesar que estaba algo nerviosa por conversar con autor como Ángel, pero una vez que te sientas con él y le miras a los ojos y ves en ellos la humildad de los grandes, la timidez del escritor de raza, todo fue fácil y, sobre todo, inolvidable.
1.- ¿Por qué la “Máquina de Languidecer”?
Hay unas palabras que están en la base del libro y son las Ikkyu Sojun, un monje japonés del siglo XV: “Bajo la carne por la que ahora os preocupáis y de la que gozáis hay un esqueleto que se mueve”. A mí siempre me ha causado una sensación de extrañeza el cuerpo humano: el hecho de tener dos brazos, de que los dedos de los pies estén casi a dos metros del centro de nuestra percepción, de que seamos dos mitades pegadas, cosas así… Y suscribo totalmente la idea de José María Merino de que la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza, porque en nuestra vida nada hay que no sea raro.
2.- Cuando lo leí, me dio la impresión de que más que “de languidecer” era la máquina de matar, de odiar…
No, no, esta referencia metafórica y casi melancólica del título es un poco engañosa porque el libro tiene un tono más bien lúdico, casi frívolo en algunos relatos. Aunque no puedo negar que la crueldad propia del ser humano, sus oscuros pensamientos, se ha colado en muchos. Es la primera vez que intento hacer un libro con unos mimbres comunes, porque normalmente trabajo relato a relato, puliéndolos a conciencia, y quise, casi como un reto o como un juego, que en este libro todos los relatos tuvieran un cierto aire de familia. Pero creo que el resultado final es el de un puzzle narrativo, muy variado, que puede o no conformar la imagen del cuerpo humano, un mosaico agridulce e inquietante.
3.- Hay dos cuentos, que a mí me han gustado muchísimo y están muy conectados “La larga digestión del dragón de Komodo” y “Subir abajo” porque hay una especie de inversión, ¿no? En el primero es un adulto el que sube unas escaleras para encontrarse con el niño que fue; en el segundo es un niño el que sube esas escaleras para, más tarde, bajarlas como un anciano.
Nadie me lo había dicho antes, pero tienes razón, es posible leerlos como reflejos invertidos. En el primero es un adulto el que regresa a la casa de su infancia convertido, misteriosamente, en niño y vuelve a sentir el cinturón de su padre. Y en el segundo es un niño el que sube unas escaleras para bajar, justo a continuación, como un viejo. No puedo evitarlo, me gusta el vértigo de resumir la vida en una frase, en una línea.
4.- El que resume una vida entera de una forma sobrecogedora es “Conjugación”
(“Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán”)
Cuando lo escribí tenía en mente a las dictaduras hispanoamericanas, que por desgracia puede aplicarse a cualquier época o lugar.
5.- ¿Crees que estamos condenados a repetir nuestra historia?
Claro, sobre todo si la olvidamos. Precisamente las nuevas leyes educativas parece que están rubricando una y otra vez ese olvido al dejar de lado a las humanidades de manera tan sangrante. Estoy seguro que muchos jóvenes creerán, por ejemplo, que Grecia “es” la película “300” y que la Segunda Guerra Mundial “es” la última de Tarantino o los escenarios y la dinámica de un videojuego...
6.- También hay muchísima ironía. El libro tiene un cuento “El lobo viejo de las desgracias” que debo confesar que me arrancó algo más que una sonrisa.
Es una pequeña venganza personal contra el constructor que nos vendió la casa y contra todos aquellos especuladores, ya sean empresarios o políticos, que han enladrillado el país y endeudado de forma atroz a la gente. Para qué te voy a contar penas, ¿no? (ríe) Cuando comencé a escribir relatos, la ironía y el humor negro eran los elementos más habituales de mis textos junto con lo fantástico. Luego, conforme uno va creciendo y madurando, la visión de la vida se agria un poco, se va entenebreciendo inevitablemente, y es lógico que quede un poso de amargura en muchos de ellos. De todas formas, como bien señalas, en “La máquina de languidecer” hay aún unas cuantas muestras de ese humor y de esa ironía.
7.- ¿Y mucho Borges, aparte de la alusión directa en su cuento “El otro Borges”?
No, no demasiado, más allá del gusto por lo breve, lo fantástico y la precisión del lenguaje. Los de Borges son relatos más matemáticos, más filosóficos, más metaliterarios, mucho más complejos. Quizá en algunos relatos míos de otros libros sí haya una influencia más palpable, deudora lógica de la entusiasmada lectura que uno hizo en su momento.
8.- Lo decía porque el humor negro es muy inglés, ¿no?
Ah, sí, pero para mí su mejor representante es H. H. Munro (Saki), que me gusta a rabiar. De hecho, el relato más largo que he escrito en mi vida, una parodia de las aventuras deSherlock Holmes, es de un humor totalmente británico. Se titula “El Lecho Celeste del doctor Graham” y tiene 25 páginas. Seguramente está mal que lo diga, pero es el único relato mío que releo de vez en cuando y me divierto con él cada vez que lo hago. Aunque me costó tres meses debúsqueda de documentación sobre el Londres victoriano, me atrevo a afirmar que la voz cachazuda y al mismo tiempo surrealista de Watson, las peripecias disparatadas y las expresiones desvergonzadamente británicas soportan muy dignamente el paso del tiempo.
9.- ¿Tú perteneces al centro de estudios…?
A la Amateur Mendicant Society de estudios holmesianos de Madrid, a algunos de cuyos miembros, por cierto, espero conocer en persona esta noche en la presentación de Madrid, tras más de diez años carteándonos (yo vivo en un pueblecito de Granada). Ellos son unos verdaderos eruditos, encantadores e ingeniosos, del mundo victoriano y de la obra holmesiana de Conan Doyle. Todos tenemos un nombre canónico tomado de alguno de los personajes que aparecen en las novelas y relatos de Sherlock Holmes. El mío es John Hector MacFarlane, extraído de “El constructor de Norwood”. Sí, ciertamente me encanta el humor británico, su refinamiento y su excentricidad son una delicia.
10.- ¿Y el escepticismo británico también?
También. Y la flema británica. Y es que yo me siento norteño, más celta que nazarí. De hecho, mis ancestros son gallegos, y Olgoso un apellido que procede de la gente que repobló las Alpujarras cuando expulsaron a los moriscos. Así que, aparte del físico (pelo y barba rubios, ojos azules), podría decir que me apasiona de una manera genética lo fantástico, lo neblinoso, lo misterioso, todo lo que pertenece a la fabulación o al ensueño.
11.- Hay otro cuento… Bueno, algo que hay que aclarar, es que a ti no te gusta hablar de microcuentos, ¿no?
No especialmente, sólo soy escritor de relatos, unas veces acaban teniendo una línea y otras veces treinta páginas. Aunque la extensión no es tan relevante como pudiera parecer, reconozco que el relato brevísimo es el néctar de la narrativa, un pequeño lingote de oro de copela, el más puro según los alquimistas. A mí me fascina todo lo breve, por carácter personal (no soy muy dicharachero), por afición, por convicción y también por respeto al lector. Voy creando palabra a palabra como en el trabajo artesanal granadino de la taracea, trabajando cada pieza una a una, tesela a tesela, para que no sobre ni falte ninguna y todo encaje a la perfección. Y ahí estoy, 31 años ya intentando crear un relato que se acerque lo más posible a esa perfección.
12.- Aún no la encontrado, deduzco.
No, no (vuelve a sonreír). Y mejor que no llegue porque entonces quizá estaría acabado… Lo intento una y otra vez, sin descanso, pero me conformo con que el lector lea y conozca esos intentos y decida sobre si se encuentran más o menos lejos del objetivo.
13.- ¿Pero, no crees que el microrrelato funciona diferente al relato, que este está más cerca de la poesía que de la narrativa, en cuanto a que requiere un mayor esfuerzo por parte del lector?
Si no más cerca, sí a medio camino. Quiñones tiene un símil muy sencillo y claro sobre la intensidad de los géneros: la poesía vendría a ser como el whisky solo, el relato con hielo y la novela con hielo y agua. Hay lectores que ven mis relatos como prosa poética. Es posible, pero siempre procuro que cuenten con algo imprescindible, la sustancia narrativa. También es verdad que estuve cinco años escribiendo poesía, en la adolescencia, poemas de corte más bien surrealista. Hasta que quedé deslumbrado con la “Antología de la Literatura Fantástica” de Borges, Bioy y Ocampo. Y, es cierto, a menor extensión, mayor intensidad y viceversa. Yo procuro buscar la máxima expresividad posible con el menor número de palabras. Pero siempre me pongo en manos de las necesidades de cada relato, independientemente de la extensión, de la voz o del estilo.
14.- No te propones escribir microrrelatos.
No, como te digo, para mí lo principal es sacrificarlo todo a las exigencias de cada relato. Lo hago por intuición, casi sin premeditación alguna. El último relato que he escrito, por ejemplo, ha acabado teniendo treinta páginas y me ha llevado ocho meses, algo que no pude prever en su momento. Eso sí, tras la agotadora experiencia, espero no volver a escribir nunca historias de ese tamaño descomunal.
15.- O sea, que ni hablar de novela, ¿no?
No, no hay que pedirle perlas al olmo (risas). Me gustan como lector, pero como escritor prefiero el asalto rápido y limpio al asedio interminable de la novela con sus genealogías, tiempos muertos, detalles intrascendentes y lugares comunes.
16.- Pero, ha sido capaz de condensar en una página todo El Quijote y reescribir un nuevo Quijote. Un Quijote enganchado a los ansiolíticos.
Bueno, esa página no es más que un juego inocente y brevísimo. En una ocasión tardé cinco años en terminar un relato (“Los palafitos”), imagínate lo que tardaría en escribir una novela de trescientas páginas. Además, probablemente me aburriría convivir durante tanto tiempo con los mismos personajes, hechos y escenarios. Con lo que siempre he soñado es con escribir únicamente los títulos, un libro compuesto sólo por títulos. Pienso el título y ya me imagino el relato, lo vivo; luego, la verdad, me da una pereza terrible escribirlo..
17.- En cuanto a los títulos, decía Clara Delicado que en el microrrelato el título es casi más importante que el texto. ¿Está de acuerdo?
Sí, el título es una oportunidad de oro, es añadir algo más, jugar con el lector para que pueda relacionar texto y título y enriquecer así la lectura. Disfruto tremendamente con esa parte del proceso. Hay quien me dice que a veces no tiene nada que ver el título con el texto. Yo sí veo la relación, aunque reconozco que el hilo en ocasiones es muy fino. Pero me gusta completar el texto con el título, releerlo a la luz de esa chispa que salta en su conexión. Desde que empecé a escribir, me hacía mis propios librillos, apenas unas separatas grapadas, buscaba el título apropiado para ese grupo de relatos, la ilustración, las citas, todo para hacerme la ilusión de crear un conjunto armónico, para darle rotundidad. Tengo incluso un relato que sólo es el título, únicamente un artículo y un sustantivo y nada en el texto, pero el lector puede darle sentido completo al relato con esos pocos elementos.
18.- ¿Por qué merece la pena leer este libro de, exactamente, cien relatos?
Creo que en la contraportada está la clave, y es la intención de impedirle al lector una aceptación sumisa de la realidad, para que mire el mundo desde otra perspectiva, para que se asome a otras esferas de la realidad que están más allá de nuestra experiencia cotidiana, a través de historias insólitas e inquietantes contadas con un lenguaje bello y preciso.

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