Revista Diario

La maternidad: el conflicto y la culpa

Por Tenemostetas
Por Ileana Medina Hernández
La maternidad: el conflicto y la culpaEn los comienzos del blog, escribí un artículo sobre el tema de la culpa de las mujeres, donde "caí en la tentación" de intentar analizar el tema de la culpabilidad femenina desde el mito biblíco de Eva.
Sé desde el principio que en el concepto de "culpa" se centra toda la polémica entre los distintos estilos de crianza. Sé bien, que de una forma u otra la mayoría de las mujeres sentimos culpa, sentimos grandes conflictos en nuestro interior cuando devenimos madres.
Según la RAE, la definición de la palabra Culpa es la siguiente:
culpa.

(Del lat. culpa).
1. f. Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. Tu tienes la culpa de lo sucedido.
2. f. Hecho de ser causante de algo. La cosecha se arruinó por culpa de la lluvia.
3. f. Der. Omisión de la diligencia exigible a alguien, que implica que el hecho injusto o dañoso resultante motive su responsabilidad civil o penal.
4. f. Psicol. Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.
Vemos que entre la definición 1 y la 4 nos debatimos todos. Creo, sin embargo, que el "sentimiento de culpa" (definición 4, psicológica) es algo personal, que sólo podemos sentir, independientemente de que la acusación venga de afuera, cuando en nuestro interior vivimos un conflicto, cuando sentimos que, consciente o inconscientemente, podemos haber causado un daño a otro.
Pero sólo es posible "sentirnos" culpables (en nuestro fuero interior, independientemente de lo que digan otros) cuando las acusaciones o las razones que nos llegan (desde afuera o ya incorporadas en nuestro propio inconsciente) cobran cierto cuerpo dentro de nosotros mismos, incluso, y diría que la mayor parte de las veces, cuando una parte de nuestra propia conciencia, como Pepe Grillo, entra en conflicto con otras partes de nuestra identidad.
Los principales generadores de culpa suelen ser los conflictos entre lo que socialmente consideramos "correcto" y lo que en lo más profundo de nosotros mismos sentimos; entre nuestra conciencia y nuestro inconsciente (sombra); entre nuestra mente y nuestro cuerpo; entre la naturaleza y la cultura.... Constantemente estamos sometidos a conflictos, que la mayoría de las veces, de manera inconsciente, se reflejan en nuestras tensiones, estrés, somatizaciones, dolores musculares, malestares físicos, enfermedades diversas...
Desde pequeños, la familia, el grupo y la sociedad nos va inculcando ideas y valores, que con mayor o menor violencia, han ido penetrando dentro de nosotros, la mayoría de las veces en contra de nuestros propios deseos (el deseo se ve como algo peligroso o inútil, al lado de la razón, la necesidad, el deber, etc...), al precio de alejarnos de nuestras esencias, de nuestro propio yo, y de irnos adaptando a lo "socialmente" aceptado...
Ese conflicto entre la "naturaleza" y la "cultura" (por lo menos entre la naturaleza y  la cultura occidental patriarcal que conocemos), que ha ocupado la mente de los principales filósofos y pensadores a lo largo de la historia, se hace absolutamente sangrante en la mujer que deviene madre, por millones de razones en las que no puedo extenderme ahora. De pronto, nos vemos, como cualquier otro animal mamífero, ante la demanda permanente de una criatura fuera del tiempo y los convencionalismos sociales, que sólo necesita y pide permanentemente leche y cuerpo maternos.
Por nuestros condicionamientos sociales (y no por la naturaleza, que previó la lactancia para los mamíferos), las madres actuales tenemos muchísimas dificultades para ofrecer esto tan simple a nuestras criaturas. Pero no dejamos de darnos cuenta de la obviedad de que esto es lo que el bebé quiere, y lo que demanda de nosotras. Frente a ese abismo que sentimos que  nos devora, surge el conflicto. No sólo somos mujeres en conflicto con ser madres. Somos madres en conflicto con nuestras criaturas. Y de ese conflicto, surge la culpa.
La culpa personal es a veces tan grande, y sobre todo tan inconsciente, que preferimos ni siquiera exponernos a la verdad de que eso: leche y cuerpo maternos permanentes, es lo que necesitan, desean y hace felices a nuestros bebés.
Como no podemos satisfacerlo, preferimos escuchar y leer que "los brazos son malos", que el colecho puede ahogar a nuestros bebés, que la teta los hace "dependientes", que las guarderías son buenas para "socializarlos" (desde los 4 meses), y así reforzamos, a través de "razones", lo que queremos sepultar en nuestro inconsciente. Es lo que en psicología se llama "disonancia cognitiva". Para evitar la disonancia cognitiva, para evitar el conflicto interno, buscamos argumentos, aunque sean estereotipados, que nos refuercen en nuestra decisión, mucho más si esa decisión ha sido forzada o de cierto modo inevitable.
He escuchado a muchas madres decir que no amamantan o no cogen en brazos a su bebé porque a los 4 meses tienen que ir a la guardería, y allí nadie los va a tomar en brazos, y que no quieren que sufran luego. Su angustia es real, creen realmente que están haciendo "lo mejor" por su bebé. Para evitarles sufrir "luego" los hacemos sufrir entonces poco a poco desde que nacen. Constato día a día la cantidad de tópicos que las madres nos decimos unas a otras para consolarnos: que al entrar en la guarde lloran un poquito "pero en cuanto nos damos la vuelta ya se lo están pasando pipa" (claro, y que queríamos, ¿que se pasen todo el día gritando? Y si lo hacen, no nos enteramos), que "con el biberón se crían igual de bien", que los cólicos y los mocos son "normales", etc etc etc...
Hay quien comparte estas razones, y cree en ellas a pie juntillas. Y cree que, como en la política, son simplemente formas distintas de ver la vida. Eso es posible, efectivamente, desde el punto de vista adultocéntrico, en el mundo de los adultos. Cada madre, cada familia, puede tener su opinión. Pero sucede que hay algunas "verdades objetivas" con respecto a cómo son los bebés humanos. La ciencia, la psicología, la neurología, la neonatología, la experiencia de muchas personas, dan criterios más que suficientes para saber lo que los bebés humanos necesitan.
Si una parte importante de la sociedad se niega a creerlo, tendremos que preguntarnos por qué. Probablemente esas mismas personas son las que piensan que estos argumentos " hacen sentir culpables a las madres". O por lo menos, a algunas madres. ¿Y por qué quienes sí creemos esto no nos sentimos "culpables" cuando Estivill dice que todos los bebés sanos tienen que dormir de un tirón a los 6 meses, o cuando el pediatra nos dice que la leche materna solo alimenta hasta los 4 meses, o cuando alguien dice que el colecho es peligroso? Nos podemos en todo caso sentir indignados porque alguien propague semejantes disparates, pero para nada culpables.
Así que alguna razón debe haber para que algunas mujeres rebatan fervientemente estos argumentos, con la única causa de que "hacen sentir culpables a otras madres". Dicen no discutir la superioridad de la lactancia materna sobre la artificial, ni la opción del colecho, ni ninguna otra cosa... Sólo que ese modelo "no puede imponerse", básicamente porque "hace sentir culpables" a quienes eligen otros distintos.
(Esto me recuerda a otro debate: el de la adopción de niños por parte de parejas homosexuales. Recuerdo a alguien decir que los homosexuales no debían adoptar niños porque luego esos niños sufrirían burlas en la escuela. ¿Burlas de quién? De los mismos que creen que los homosexuales no deben adoptar niños.) La serpiente que se muerde la cola.
Una cosa es cierta: las madres nos sentimos culpables. Nos sentimos culpables de sólo pensar en la probabilidad de que lo que estemos haciendo no sea "lo mejor" para nuestros hijos. De que podamos estarles haciendo "daño" sin querer. Pero luego, antes de ponernos a estudiar, a aprender, a escuchar a nuestros hijos para averiguar realmente qué es lo mejor para ellos, preferimos evitar que alguien nos diga que lo que estamos haciendo no es lo mejor, y buscamos argumentos que refuercen que lo que hacemos es lo correcto.
Las mujeres y madres de hoy en día estamos muy presionadas socialmente. Debemos ser mujeres "10": pesar 50 kg, vestirnos y maquillarnos impecablemente, ser las mejores en nuestro trabajo (incluso mejores que los hombres para valer lo mismo), y también ser las madres perfectas. Es imposible, desde luego, alcanzar tal nivel de perfección. Además, nadie con una autoestima saludable necesita responder a todas los "ideales" sociales, la mayoría de la gente nos conformamos con ser "normalitos". ¿Por qué nos sentimos devoradas, desbordadas, culpables o deprimidas entonces ante la evidencia de que los bebés nos necesitan?
¿Por qué no podemos o no queremos cumplir con el "ideal" de madre, pero sí con el ideal de "profesional" o con el ideal de "belleza"? Probablemente porque la crianza, como todas las acciones generosas, desinteresadas y no pagadas de la sociedad, están desvalorizadas, son invisibles.  ¿Por dónde quiebra la soga? Por lo más delgado. Por la m(p)aternidad, por la criatura que no puede defenderse de las decisiones de sus padres, y que nos sigue amando incondicionalmente, hagamos lo que hagamos.
Yo llevé a mi hija a la guardería a los 7 meses de nacida. Ya va a cumplir 3 años. Todavía no ha habido un día en que no la deje con un nudo en el estómago (yo con un nudo, seguramente ella también). Tomé la decisión de reincorporarme al trabajo, aún sabiendo que mi hija me necesita, que lo mejor para ella, lo mejor para la construcción de su psiquis, es respetar su deseo y su necesidad de permanecer junto a mí, contenida, acariciada, querida, atendida personalmente. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué nos vamos las mujeres (y los hombres) al trabajo, dejando a nuestros bebés en manos de un solo cuidador que cuida a la vez 8 bebés, o sea, que le da, en el mejor de los casos, un octavo de la atención que un bebé necesita? Por muchísimas "razones", o mejor sería decir causas:
La primeras, de tipo económica. Pregunte usted cuántas personas seguirían trabajando si se sacaran la lotería. A las mujeres se nos ha vendido que "trabajar" es liberarse. Liberarse, quizás de la dependencia económica del marido, cierto. Pero no liberarse de la explotación salarial, de convertirse en mano de obra barata. La mayoría de la gente no trabaja en profesiones liberales con las que son felices, que lo harían igualmente sin cobrar. La gente trabaja, en condiciones a veces muy duras, por dinero. El capital, desde luego, encantado. Ahora tiene el doble de mano de obra disponible. La mayoría de las mujeres trabajamos porque sentimos, de un modo más o menos objetivo, que nuestro salario es imprescindible para sobrevivir. Que con el salario de nuestros compañeros, solamente, no nos "alcanza". Porque tenemos hipotecas que pagar. Porque tenemos coches y otros cachivaches que pagar. Esa necesidad, obviamente varía de una familia a otra. Pero sea cual sea el salario, tiene que ver no con la cantidad en sí, sino con la relación entre ese salario y nuestras necesidades y expectativas. Hay familias que nos la arreglamos con 900 euros al mes, y somos felices así. Otras que sentimos que necesitamos al menos 3000 para mantener "nuestro nivel de vida". Y nos es muy difícil bajarlo cuando llega un bebé.
Y no sólo el dinero, también es muy fuerte el miedo -real- a no poder volver a entrar al mercado laboral cuando nuestros hijos estén más creciditos. Y nos hayamos quedado "atrasadas", menos competitivas que otras personas que en ese tiempo han hecho cuatro másters, o simplemente no nos quieran contratar porque al tener niños, vamos a rendir menos, a faltar a menudo cuando se enfermen... etc... Es en esta parte donde se impone la "igualdad": cuando los niños ya tienen más de dos años y pueden separarse de la madre con mayor facilidad, que los padres también falten al trabajo cuando los niños se enferman, que para los hombres también tenga un "coste" la paternidad.
Muchísimas madres nos quedaríamos a gusto con nuestros retoños si nuestros ingresos no se resintieran, si el mercado laboral nos garantizara el retorno a nuestro puesto de trabajo, si pudiéramos retomar nuestra carrera profesional en el mismo punto que la dejamos. Esto parece una utopía, como tantas cosas son una utopía en la sociedad actual, que tiene la lógica humana totalmente invertida. Eso sería un factor de alivio fundamental para que las madres dejáramos de sentirnos culpables. Y sería una verdadera revolución social, de apoyo a la crianza, a la maternidad, a las mujeres y a la vida. Con un reparto más equitativo de la riqueza esto sería posible, pero claro, el reparto equitativo de la riqueza sí que es el gran tabú al que nadie puede aspirar en una sociedad como ésta.
Al decidir, por lo que creemos que son razones económicas, o porque verdaderamente lo son, volver al trabajo, nos sentimos culpables. Yo me sentí y me siento. Nadie me lo hace sentir. Me siento mal al dejarla todas las mañanas. Un nudo en el estómago me dura buena parte del día. Me siento peor cuando tiene rachas en que rotundamente se niega a ir. Cuando me dice que no le gusta el cole "porque allí le dicen que tiene que estar en silencio". Me siento fatal. Me pregunto si no estará haciéndole daño para siempre, y si no rechazará la escuela a la larga. Me pregunto si no debería plantearme sacarla de allí, mandarlo todo al carajo. Me pregunto por qué no me atrevo a hacerlo.
Al dejarla en la guardería, pensé que la lactancia y el colecho nos ayuda a mantener ese vínculo, a mantener el apego seguro (que lo tiene), y que al revés de lo que la gente piensa, la lactancia prolongada y el colecho son buenos aliados de la madre trabajadora (y del bebé, por supuesto). Nos permite recuperar en algo las largas horas de separación, reencontrarnos con mucho afecto y alegría, aprovechar las horas de la noche para estar todos juntos. Es lo que le apetece a ella, lo que nos apetece a todos y nos hace felices.
Tiene evidentemente un riesgo: mi hija se niega cada cierto tiempo a ir a la guarde. Cada cierto tiempo me recuerda que no le gusta, cada cierto tiempo llora al ir allí. Está mejor en casa, con "su familia", como ella misma dice. Y a mí, aunque me duele, por otro lado me alegro de que al menos sepa reconocer su disgusto y sepa y pueda expresarlo. Mucho peor sería que no lo dijera, y peor todavía que no lo sintiera. Peor sería que estuviera mejor en la guardería que en casa. Creo que hay padres que rebajan la calidad de su crianza, la calidad en fin de su afecto, sólo para que los niños no lloren al entrar a la guardería. Las madres y los padres nos sentimos muy mal al dejar llorando a nuestros niños. He visto niños incluso gritar, morder, vomitar. Imposible que eso sea "lo mejor para ellos". A veces creemos, que como es inevitable que vayan, lo mejor es pues rebajar en casa la oferta. Para que la guardería no les resulte tan mala, y vayan a gusto. 
Mi hija va a la guardería, y yo no he dejado de leer (e incluso de publicar aquí) los argumentos que ponen en entredicho la escolarización a tan tempranas edades, que explican perfectamente que son una necesidad de los adultos, no una necesidad de los niños.
No me siento ofendida por quienes defienden esas ideas, no me hacen sentir "culpable". Podría haber optado por evitar ese tipo de mensajes, incluso por renunciar a la lactancia y a la crianza con apego, para que mi hija "no sufra allí". Podría decir que las personas que dicen que la guardería no es lo mejor me hacen sentir culpable por yo haber decidido dejarla allí. Pero no, nadie tiene la culpa de mi culpa.
Hay otro tipo de causas por las que las mujeres (y los hombres) deseamos incorporarnos al trabajo: las razones personales, psicológicas, de gusto, de vocación o lo que sea. Porque nuestro trabajo nos gusta, nos apasiona, y necesitamos volver a él. Porque hemos invertido muchos años de formación para ahora dar un parón de varios años, en la etapa más productiva de nuestras vidas. Porque sentimos que nos ahogamos todo el día dentro de casa con un bebé. Porque nos sentimos allí reconocidos, útiles y necesarios. Porque nos sentimos llenos de prestigio en nuestro trabajo. Porque nos sentimos importantes. Porque es nuestra conquista y nuestro derecho. Porque me da la gana. Por lo que sea.
Pero si así lo sentimos, entonces tenemos que saber que eso tiene un precio con respecto a nuestra m(p)aternidad. Que no podemos estar en los dos sitios a la misma vez. Que sacrificamos tiempo de amor y dedicación a nuestros hijos. Eso es así. Es evidente. Es pura física. Quien está en el trabajo no está con su bebé (aunque podría estarlo, y esa es otra reinvindicación pendiente).
Pero si así lo ha decidido libremente, si se siente "liberado" haciéndolo, si nadie le obliga, si piensa que es lo mejor para él y para su familia, y para las personas que quiere, no veo por qué tendría que sentirse culpable porque la Liga de La Leche, el psicoanálisis, la neurociencia, las "talibanas de la teta" o María Santísima digan que otra cosa es mejor. Y mucho menos "culparlos" de su propia culpabilidad.
Es pura lógica.

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