Revista Expatriados

La misma mierda es

Por Tiburciosamsa


Uno de los gritos de los indignados del 15-M fue: “PSOE, PP, la misma mierda es”. Sugiero que ese grito sea adaptado y traducido al japonés. Parece que muchos allí piensan algo parecido de sus políticos.
Durante cuatro décadas el sistema político japonés se basó en la hegemonía del Partido Liberal Democrático que funcionaba de una manera que a un demócrata-cristiano de la misma época le habría resultado familiar. Y más familiar le habría resultado, si le hubiesen dicho que buena parte de su éxito le venía de que servía de barrera para impedir un triunfo de las fuerzas de izquierda, especialmente el de su principal representante, el Partido Socialista de Japón. Y para colmo de parecidos: el dinero norteamericano también ayudo aquí a cimentar a la nueva formación.
El Partido Liberal Democrático se creó a raíz de la fusión realizada en 1955 del Partido Liberal de Itagaki Taisuke y del Partido Democrático de Japón de Okuma Shigenobu. ¿Cómo fue que se unieron dos personalidades tan fuertes y que habían sido rivales hasta dos días antes? Véase la última frase del párrafo anterior. Una ventaja de su fusión fue que cada una aportó su clientela electoral: los liberales eran populares entre la burocracia y los demócratas entre el campesinado, dos sectores de gran peso en Japón.
El PLD mantuvo su hegemonía durante cuatro décadas gracias a que supo responder a los intereses de la gran empresa, las PYMES, el sector agrario, la alta burocracia y los profesionales. El PLD conseguía satisfacer a todos esos intereses por la simple razón de que carecía de una ideología fuerte y de líderes carismáticos. Predominaban el pragmatismo y el compadreo. Las conexiones del PLD con el mundo de la empresa y la alta burocracia le permitían satisfacer muchas demandas: los empresarios podían influir sobre las decisiones económicas que iba a adoptar la Administración y los burócratas sabían que podían contar con un jugoso consejo de administración para cuando se retirasen.
El PLD supo crear y alimentar grandes redes clientelares que aseguraban su hegemonía, especialmente en el mundo rural, donde el número de votos necesarios para asegurarse un escaño es menor. Además se vio ayudado por la sempiterna división de la oposición, que se mostró incapaz de formar coaliciones para competir contra él. El PLD se benefició asimismo de la evolución del país. Pudo identificarse con la estabilidad y éxito económicos que tuvo Japón en aquellos años.
El partido funcionaba, y funciona, sobre la base de facciones que se articulan en torno a un líder. Las facciones tienden a agrupar a políticos que comparten una ideología semejante, pero el aspecto ideológico es secundario a su existencia. Lo que cuenta es que sin el apoyo de una facción no llegas a nada en el seno del PLD. Las facciones juegan dos papeles clave. El primero es que sus líderes proporcionan fondos a sus miembros para el trabajo diario y, más importante, para las campañas electorales, ya que las subvenciones estatales no bastan. El segundo se deriva del hecho de que las facciones se aglutinan en torno a líderes con perspectivas de llegar a Primer Ministro. Si el líder de tu facción llega al Primer Ministerio, puede que te nombre Ministro. O también puedes llegar a Ministro, si el ganador es el líder de otra facción pero, para mantener la paz y los equilibrios dentro del PLD, reserva algunas carteras para tu facción. La política japonesa tiende al consenso y es raro que una facción quede completamente arrojada a las tinieblas exteriores. Siempre se busca dar un acomodo a todas las facciones en función de su peso relativo.
Este sistema funcionó sin fallas hasta las elecciones de 1993. En esas elecciones pasaron varias cosas. La primera fue que el mismo PLD estaba dividido. Los escándalos de finales de los 80, especialmente el escándalo Recruit, habían dañado su imagen y habían causado tal malestar en el seno del partido que varios disidentes lo abandonaron para formar sus propias formaciones. La segunda fue que la burbuja económica había reventado y la población estaba razonablemente mosqueada con el partido. En relación con lo anterior, hay que señalar que una parte importante del electorado urbano se le volvió en contra. Existía la impresión de que el PLD respondía más a los intereses de los distritos rurales y de los grandes negocios que a los de las clases medias urbanas. Finalmente, había desaparecido el miedo a que una derrota del PLD significase una victoria del izquierdista Partido Socialista Democrático, que estaba atravesando su propia fase de problemas.
Tras las elecciones, Morihiro Hosokawa del Partido Demócrata fue capaz de formar gobierno con el apoyo de otras ocho fuerzas de oposición. La coalición fue de corta duración y Hosokawa no logró mantenerse en el poder más que ocho meses. Los justos para introducir cambios clave en las leyes electorales que a la larga harían bastante pupa al PLD.
Las nuevas leyes debilitaron a las facciones del PLD. Introdujeron los subsidios estatales a los partidos. Aunque insuficientes, los líderes de las facciones se encontraron con que había una fuente para financiar a los candidatos del partido que ellos ya no controlaban. La introducción de distritos uninominales junto a los plurinominales dio mayor independencia a los parlamentarios. Al debilitarse las facciones, indirectamente se debilitaban las redes clientelares que habían creado y que tanto contribuían a las victorias del PLD. Koizumi, líder del PLD y Primer Ministro de Japón entre 2001 y 2006, mostró como un líder bragado y popular podía pasarse las facciones por el forro. Desgraciadamente sus sucesores al frente del partido no supieron aprovechar la lección.
El PLD estuvo lejos del poder muy poco tiempo. Lo recuperó en junio de 1994 merced a una alianza con el Partido Socialista y con el Partido Nuevo Sakigake, en la que dejó que el socialista Murayama gobernase como Primer Ministro. En las elecciones de 1996 el PLD fue el partido más votado y obtuvo 239 escaños, 83 más que el partido que quedó en segundo lugar que fue el Partido de la Nueva Frontera de Ichiro Ozawa. Muchos pensaron que el interregno de 1993-94 había sido una anomalía y que la política japonesa volvía por sus fueros con un PLD hegemónico. Después de las elecciones de 2009 ya no es posible pensar que la política japonesa pueda volver por sus caminos habituales. 
En las elecciones de agosto de 2009, el Partido Democrático de Japón obtuvo el 42,4% de los votos y 308 escaños, frente al PLD que quedó en segundo lugar con el 26,7% y 119 escaños y ninguna posibilidad de articular una coalición de gobierno. Las razones de la derrota del PLD son muchísimas: la pobre ejecutoria de los Primeros Ministros que sucedieron a Koizumi (Shinzo Abe, Yasuo Fukuda y Taro Aso); el escándalo de las pensiones de 2007; la pérdida de influencia entre los votantes rurales, en parte debida que Koizumi recortó programas que les favorecían para atraerse al electorado urbano; la privatización de Correos por Koizumi, que supuso perder a los carteros, que representaban un vínculo muy importante de conexión con los votantes rurales; una parte importante del electorado ya no vota fielmente al mismo partido político elección tras elección y esa misma parte estaba deseando un cambio en el gobierno… Al final, lo que llevó al PDJ al poder en 2009 fue un deseo generalizado de cambio. ¿Ha satisfecho el partido esas expectativas?
El PDJ ha terminado cayendo en una de las principales disfunciones que aquejaban al PLD: el faccionalismo. Desde agosto de 2009, ha habido tres Primeros Ministro del PDJ, que han pasado más tiempo atendiendo a las luchas intestinas del partido que formulando políticas para el país. Cualquier visión estratégica para afrontar los problemas de Japón se ha perdido en el camino y lo que ha quedado es la necesidad de sobrevivir en el día a día. Se ha llegado al extremo de que el Primer Ministro Noda se encuentre con que, para sacar adelante algunas iniciativas, deba fiarse más de los diputados de la oposición que de los de su propio partido.
El principal escollo que el PDJ ha tenido para gobernar Japón tiene nombre: Ichiro Ozawa. Ozawa es un político correoso y marrullero. Demasiado influyente como para ignorarle y demasiado manchado por los escándalos como para permitirle que dirigiese el partido. Tanto el Primer Ministro Yoshihiko Noda, como sus predecesores Hatoyama y Kan, han tenido que gobernar mirando todo el rato a Ozawa por el rabillo del ojo para medir sus reacciones. Después de haber contribuido a la ingobernabilidad del país y al desprestigio del PDJ, Ozawa acaba de abandonar el partido con 49 de sus leales.
Si el PDJ no puede presumir de mucho, el PLD en la oposición no lo está haciendo mejor. Su política en este tiempo se ha limitado al acoso y derribo del gobierno y a tratar de forzar el adelanto electoral. Entre los tejemanejes de unos y otros, la población acaba descubriendo que tampoco hay tanta diferencia entre el PDJ y el PLD. Según unas encuestas recientes, el 55% de la población desea que se adelanten las elecciones y el 47% querría un gobierno en el que no estuviesen representados los partidos tradicionales.
¿Qué resultados obtendríamos si hiciésemos esa encuesta en España? Tal vez no muy distintos.

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