La muerte de los seres queridos, los amigos y la conjetura de Poincaré

Hace apenas veinticuatro horas despedía al padre y suegro, respectivamente, de una pareja de amigos en una ceremonia contenida y sentida de funeral. La familia unida, el frío de la meteorología madrileña de diciembre, el "pathos" de las manifestaciones públicas de dolor y la sensación de deja vu alimentaban esa especie de dolor contenido salado y agrio que me lleva a un recuerdo no muy cercano en el tiempo pero si en el sentimiento del fallecimiento de mi padre hace ya diez años.Me alegré, me alegro, de que toda la familia de mis amigos sobrellevaran la súbita desaparición del padre, se fue de repente, con tersa y empática resignación: el mejor camino. Me congratulé, me congratulo, de que volcaran en la fe y en la capacidad de redención sus anhelos para congelar, analgesizar el dolor agreste y escarpado de la ausencia del ser querido. Muchísimo mejor. Más aún, me alegro de que la madre, de cierta edad, mantuviera un gesto tranquilo y aceptado de la finitud de la vida de su esposo y de severa aceptación del signo y sentido de la vida. Me alegro mucho por los que conozco y por los que no conozco también. Sentado pensaba en el frío sentido de la amplitud de la iglesia, aún diseñadas para generar soledad y calor por comunión, y en la retórica proselitista del sacerdote y la liturgia que busca una tranquilidad de espíritu cuando realmente el tiempo y el sentimiento es de tormenta bronca. Recuerdo las palabras de los hijos amasadas con cariño y reconocimiento, dulzura y tranquilidad del padre, de la persona, del ciudadano, del ser humano. Después, cuando marché, y también en la iglesia mientras seguía esa gimnasia y coreografía básicas del cristianismo católico, me preguntaba: ¿Como me tomé yo, en aquellos tiempos, la pérdida paulatina, por cáncer, de mi padre?. e inmediatamente me seguía preguntando ¿Como me tomo yo, aún hoy, ese hecho?. Solo un adjetivo puede describirlo: arrebatado.En esa diferencia, que para mi fue tan erosiva, encuentro un calor agradable al ver que mis amigos adoptan, partiendo desde un dolor básico comprensible, otra actitud, más positiva, más amiga, más madura. Me vuelvo a alegrar en este caso por comparación ceteris paribus.Me recuerdo actuando como aquel Don Quijote que se encelaba en dar espadazos a los odres de vino simulando enemigos cuando solo atentaba contra los recipientes. Buscando una justificación que no existía, una razón que me dejara tranquilo y que sólo encontré cuatro años después. Una ira manifestada contra el mundo y contra todos primero afilada y estentórea, luego sorda pero aun estridente en su silencio como hecha de materia de ancla, llevándote al profundo. Al final mutando en un insecto mínimo, como aquel Kafka que ya antes de metarmorfosearse fue juzgado por una nada a una pena irreversible: casi como yo. Buscaba la ecuación que me permitiera encontrar una respuesta, huyendo de la religión, que ni siquiera me adormeció en el dolor, y de la resignación, no está en mi natural. Por supuesto no la encontré (no la he encontrado). Solo los años me han hecho asimilar los hechos y las circunstancias quizás certificando lo que es la vida, miles de pequeñas renuncias y cientos de grandes enseñanzas. Una digestión, a duras penas, del dolor que desembocan en lo que soy hoy: una talega fementida llega de carnes y huesos con un poquito de lucidez muy entreverada de tontería.Sin embargo no cedo porque no quiero ceder y porque me alegro de que las personas que aprecio no discurran por estos caminos a los infiernos de Dante, de ida y vuelta, sigo pensando y buscando esa piedra filosofal, ayer mismo tuve la prueba de que existe no para devolver como Orfeo enamorado a su Eurídice, mi padre, a la tierra pero, al menos, para conocer la clave, la coda última que rige todo esto y para que la vida que no quede en un poema cuyo último pie es un verso sin ninguna rima ni ritmo.Seguiré buscando esa clave ignota, esa luz que no existe, ese claro en el camino que serendipíticamente da respuestas como fuente de murmullo canoro. A fin de cuentas, más difícil era la resolución del enigma-hipótesis de Poincaré y un matemático ruso misántropo y esquivo, Perelman, lo descubrió.¿No seré capaz de encontrar ese camino puede que sin luz pero al menos con la tranquilidad resignada que, ayer, reconocí con gusto en mis amigos?, No desespero en esa búsqueda, aunque alguien con ganas de fastidiarme quizás le llamaría fe y esperanza y yo, sorprendido pero no insultado, respondería: ojalá, ojalá.Caminando al lado de otras personas. Recuerdos del día de mañana.
PD: Feliz Navidad a todos y que nadie intente el mundo sobre los hombros como un Atlas: imposible. Nota últimísima: Sigamos a buen ritmo, la forma de mirar al futuro malencarado pero con algo de optimismo.Imagen: http://barrankos.blogspot.com/2007_05_01_archive.htmlImagen: http://euler.us.es/~libros/astronomia.html
Despierte el alma dormida, avive el seso e despierte. A fin de cuenta sino pensamos y vivimos para que queremos estar. Los pensamientos de hoy son recuerdos del mañana que tenemos hoy.