Revista Cultura y Ocio

La muerte del poeta

Publicado el 23 diciembre 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

En fin de año siempre me pongo rara, no necesariamente más interesante sino simplemente más esquiva. Son fechas en que todo parece perder sentido frente a mis ojos y entristezco un poco por todo. Por esta razón hoy quiero compartirles mi reciente (y creciente) tristeza por el arte en general y por los poetas en particular. Primero debo confesar: no sé qué sería de mi vida de no haber leído versos desde pequeña, seguro no habría podido sobreponerme al pesado ritmo de la vida cotidiana, habría optado por la muerte, por la muerte del poeta. Por eso me gusta Chile: en este humilde país siempre se puede leer un buen verso y tomar un buen vino. No viene al caso comenzar en las siguientes líneas a enumerar la prolífera lista de generosos nombres que a todos se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en la poesía chilena. Basta con saber que han sido nuestros portavoces, que le llevan kilómetros de ventaja incluso hasta al más idóneo de los líderes políticos. Hoy repaso la vida de esos seres que le han dado ritmo a mis vivencias con sus versos. Pero me doy cuenta que les debemos tanto a nuestros artistas, tanto que jamás podremos pagar.

Pienso, por ejemplo, en Rolando Cárdenas, un prolífico poeta magallánico quien murió en el cruel olvido. Cuenta Jorge Teillier en una sesión de La belleza de pensar, que la última vez que vio a Cárdenas fue un 18 de septiembre cuando éste le confesó que estaba en absoluto desamparo económico y sin seguro médico. Curiosamente murió a los veinte días. Tenía solo 54 años. Nunca volvieron a verse.

Es imposible no volver a esta pregunta: ¿Por qué en un país de poetas existe tal desamparo? Nadie se ocupa de darles cuidado a los poetas quienes si no son buenos funcionarios, deambulan en el más feroz desamparo. Siempre está la posibilidad de que tengan oficios paralelos. He conocido poetas que de día son zapateros, peluqueros, secretarios de alguna institución, profesores, o infelices. ¿Alguien ha conocido a un poeta de tiempo completo que no muera en el intento?
El mismo Teillier es la fiel imagen del poeta que se resigna ante la vida, que no pudiendo contemplarla a lo lejos, se sumerge en ella y nada contra la corriente, queriendo en cada brazada salvarse. Él vivía en una modesta casa de madera entre La Ligua y Cabildo. Murió como murieron los empleados del ferrocarril, como mueren los guardias de seguridad, como morirán los que asean las salas de cine. ¿Para qué se es poeta, entonces? ¿Para encarnar la miseria colectiva?
¿Por qué Chile permite que unos acumulen tanto capital mientras muchos otros no tienen siquiera para sanar una dolencia? Algo está mal cuando no cuidamos a nuestra gente, a aquellos que hablan de nosotros mismos, que mantienen vivo el mito, que le dan vida a la patria, a la identidad nacional.

Recuerdo unos versos de Parra: “Nadie debe ganar más que Su Excelencia el Presidente / de la República / Ni menos”. Cuando pienso en los poetas olvidados, pienso en los profesores, en las personas que barren nuestras calles, en los infames mineros que tienen la ilusión de ganar bien, en los empleados públicos, en los artistas, en el tío del kiosko, en la tía del almacén de barrio. Al final en Chile la gloria y el honor nunca han sido para los verdaderos héroes y eso me duele. No quisiera ver a nuestros poetas y a nuestra gente nadando en dinero, sino simplemente tengo anhelos de dignidad. Como esa consigna de los profesores “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Cómo me gustaría vivir en un país justo, donde el negocio y el consumismo no sean el motor. Donde todos tengamos la posibilidad de ser y hacer lo que deseamos y no morir de hambre a causa de esa utopía. Tal parece que en Chile para desarrollar cualquier actividad, desde labores artísticas hasta labores de casa, no se debe necesitar comer. De otro modo, no me lo explico.

Por Cristal

llavedecristal.wordpress.com


La muerte del poeta

Volver a la Portada de Logo Paperblog