Maria Sybilla Merian y una de sus láminas
Mi entrada de hoy, 8 de marzo, va dedicada a una notable mujer, por desgracia bastante desconocida por estos lares. Aunque seguro que han visto ustedes alguna de sus muchísimas y preciosas láminas ilustradas. Se trata de Maria Sibylla Merian (1647-1717). Nacida en Frankfurt, en una familia de grabadores y pintores, algo que marcaría su trayectoria vital, no sólo aprendería el oficio en casa, sino que contraería matrimonio con otro pintor, Johann Andreas Graff . Pero la notoriedad de Maria Sibylla no procede tanto de su destreza como pintora (que era mucha, vean la selección de ilustraciones que incluyo más abajo), sino de su aportación a la disciplina de la entomología. En su época las mujeres no estudiaban ni accedían al cultivo de la ciencia, pero sus dotes de observación y de deducción, así como su afición por la naturaleza, le permitieron descubrir que -contrariamente a lo que se pensaba entonces- los insectos no nacían por generación espontánea a partir del lodo en putrefacción, sino que de las feas orugas, tras pasar por el estadio de crisálida, salían las bellas mariposas. (Proceso que tiene mucho de milagroso, es cierto. Se necesitaba una mente abierta y un espíritu científico para captarlo.) Un proceso que ella describiría en sus libros -La oruga, maravillosa transformación y extraña alimentación floral, Metamorfosis de los insectos de Surinam-, y reproduciría pictóricamente con todo detalle. El caso de esta auténtica científica merece ser destacado asimismo por su espíritu emprendedor. En 1685 Merian se separó de su marido -con quien había tenido dos hijas- y se mudó a una comuna pietista en Holanda. El castillo en que se ubicaba la comuna pertenecía a Cornelis van Sommelsdijk, gobernador de Surinam y allí tuvo la oportunidad de estudiar la fauna y flora tropical sudamericana. Tan fascinante le pareció que unos años más tarde consiguió una beca de la ciudad de Amsterdam para viajar a esa colonia y durante dos años, en compañía de su hija mayor, estudió y documentó, mediante dibujos y acuarelas, los insectos y la exuberante flora de Surinam, unas observaciones que luego publicaría en forma de lujoso volumen ilustrado. Aunque en su momento sus libros no le reportaron ni mucha fama ni mucho dinero -desde el punto de vista de los científicos, había cometido el gran pecado de escribir sus observaciones en alemán y no en latín, que era aún entonces la lengua de la ciencia-, hoy se consideran, con justicia, obras maestras. Pasen y vean ustedes mismos.Tulipanes, ¡no podían faltar!
Ah, los alemanes, aunque un poco tarde, acabaron por reconocer su talla intelectual y pusieron su retrato en los billetes de 500 marcos. Merecido, sin duda, pero un poco triste para la creadora de tanta belleza.