Revista Ciencia

La noche oscura del alma

Publicado el 13 julio 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

La vida de todo ser humano consiste en alejar de su conciencia, sabiéndolo o no, todo aquello que no le agrada, o que le hace sufrir porque no se ajusta a la imagen que debe ofrecer ante el grupo con el que convive. Tal es la “persona”, la máscara con la que cada cual se identifica, y que resulta necesaria para la vida en grupo; somos animales sociales a los que una existencia como aventura solitaria, sin nadie más que nos proteja de lo desconocido, da mucho miedo.

Pero existe una tragedia en esto del vivir: la conciencia humana se desarrolla en espacios de cada vez mayor independencia, y ese proceso natural de distanciamiento de los valores ajenos exige el desarrollo de una moral cada vez más sólida que se imponga al instinto de combate con todo aquello que es diferente; porque, según se avanza en la individuación, lo diferente aumenta hasta niveles insoportables en los límites de la convivencia; afortunadamente, al mismo tiempo se atisba un punto común a todos los caminos divergentes que sirve de faro en ese desarrollo moral, pero esa noción requiere de un esfuerzo supremo para ser apuntalada en la conciencia y no deslizarse de nuevo hacia lo inconsciente.

Ambos procesos se retroalimentan, como si de una suerte de selección natural se tratase, de modo que una individuación sin incremento moral es imposible; y todo esto se viene observando en los problemas que surgen al tomar a la ligera prácticas que siempre pertenecieron al ámbito espiritual pero que, hoy en día, se emplean como parches para sobrellevar las condiciones de una sociedad incompatible con las exigencias de una vida espiritual.

En Herreros y alquimistas, Mircea Eliade consideraba que el progreso de la ciencia y la industria exigió que la civilización occidental renunciara a lo mejor de su alma para no caer en un incómodo sentimiento de inseguridad existencial, pues lo mejor del alma está en franca oposición a cualquiera de los valores que hacen posible el progreso de esta civilización. No caben los parches. Como diría Robert Graves, y porque apetece citarlo:

…elegisteis vuestras tareas porque prometían proporcionaros un ingreso seguro y tiempo para prestar a la Diosa que adoráis un valioso servicio de media jornada. Preguntaréis quién soy yo para advertiros que ella exige un servicio de jornada completa o ninguno absolutamente. […] No, mi falta de rabo me impide hacer cualquier sugerencia práctica. Sólo me atrevo a hacer una exposición histórica del problema; no me interesa cómo os las arregláis con la Diosa. Ni siquiera si si sois serios en vuestra profesión poética.

(La diosa blanca)

Resulta habitual encontrar al gurú de turno cuestionando la necesidad de renunciar a los placeres del mundo y preguntándose escéptico, ante un discipulado ingenuo, por qué el camino espiritual ha de ser incompatible con una personalidad hedonista. El problema con el que se encuentra esta gente, y a causa del cual permanecen atascados, es que la respuesta sólo se ofrece contra actos consumados.

Ello no significa que se deba actuar por fe ciega, como demandan las religiones exotéricas, sino porque llega un momento en que se siente la necesidad de actuar contra toda razón externa. En palabras del filósofo y estudioso de la mística oriental Paul Brunton:

Los hombres deben llegar y golpear a las puertas de dicha escuela desde su propio impulso interior, desde sus severas reflexiones personales acerca del sentido de las aflicciones y alegrías de la vida, desde su propio deseo de no sufrir ya más a ciegas. Deben llegar el estado descrito por Virgilio: “cansado de todo excepto del comprender”. Y no pocos hombres, a causa de las terribles experiencias de esta era mutilada por la guerra y con sus horrores vivos y sus esperanzas muertas, estarán cerca de dicho estado de ánimo.

(Sabiduría del Yo Superior)

El acceso a lo interior universal, al océano de lo inconsciente, a la Diosa o como se quiera llamar, está cerrado por las puertas de un templo que no necesita guardianes externos para impedir el paso a quienes no hayan avanzado por ciertos senderos de renuncia: son los propios aspectos repudiados por uno mismo, las sombras que vagan por las galerías del alma, que diría Machado, las que impiden el paso a toda conciencia esquiva y desdeñosa del esfuerzo.

Y aquí cabe recordar cómo el cristianismo exotérico, cuyo control destructivo en Occidente es hoy más fuerte que nunca, pues gobierna desde el inconsciente, impone el miedo al infierno y, en esa inconsciencia, puede extrapolarlo sin obstáculos a todos los ámbitos de la vida occidental. Como explicaba Enrique Eskenazi, la psicología concibe lo inconsciente con los mismos rasgos del infierno cristiano y, por lo tanto, es mejor huir de ello: el psicólogo ayuda a su paciente a encontrar la luz lejos de tales ámbitos; le ayuda, en definitiva, a regresar a los valores de una sociedad de la que sus “demonios” le están apartando:

…todos vemos el auge del mundo ilusorio y oportunista del coaching, o de la psicología new age, que tiene como objetivo sólo lo exterior: la participación mayor en la sociedad, la mejor adaptación a la realidad, y como resultado una mayor sumisión del individuo y, a la par, una gran banalidad.

Se define a una persona psicológicamente sana como alguien que está siempre en relación con otros, que participa en el mundo diurno de la efectividad, que “funciona” en términos de realidad entendida como “el exterior”, que se integra en los quehaceres sociales y sobre todo que está en actividad constante.

Una psicología con esta ideología, y esta praxis, rechazará y perseguirá todo lo que se concibe como “el otro lado” y, ¿qué hay en ese otro lado del espejo? Lo otro es el vacío de la vida, la improductividad, la contemplación, la resistencia a cambiar o a vivir en función de realidades exteriores, el deseo de morir, los sueños, la imagen de la muerte, los pensamientos dispersos, lo que no une sino que separa, la melancolía, el odio, todo lo que no se muestra sino que se esconde… y a gran parte de todo eso lo va a llamar depresión, insano, psicopático; un pathos que no es sólo padecimiento sino que es interpretado, tratado y medicado como enfermedad.

Desde una psicología tan superficial se traiciona y se “psiquiatriza” el sentido profundo y oscuro de la vida psíquica. Vivimos en un tiempo obsesionado por la idea (formulada como un “ideal”) de avance, de crecimiento, de enriquecimiento, que tanto en la psicología new age, como en las mal llamadas disciplinas esotéricas, o pseudo-espirituales, se manifiesta por programas y aspiraciones de crecimiento, de superación. Se trataría de crecer y superar los aspectos oscuros a fin de hacer la propia vida más rica, más entera, más plena. Y eso es una falacia y una constante banalización de lo anímico.

Todo camino espiritual pasa por la experiencia de la cruz, según describe el Nuevo Testamento, esa antología de filosofía perenne para mentes occidentales: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo, 16:24). Como se explica en un artículo al respecto, el paso por la cruz implica que, para ir más allá de la “forma humana” y alcanzar el estado del Hombre Universal, es necesario identificarse con la “chispa divina” que habita el interior de cada ser individual. Esta identificación está representada por el centro de la cruz, el punto de pasaje desde la cruz horizontal a su eje vertical, la quintaesencia donde se resuelven todos los contrarios, como explica René Guénon:

El vacío que aquí se experimenta es el desapego completo con respecto a todas las cosas manifestadas, transitorias y contingentes, el punto de salida de la manifestación cíclica, de la alternancia de la vida y de la muerte.

San Juan de la Cruz escribe en la Subida del Monte Carmelo que el camino hacia Dios pasa por una noche oscura, de tal manera que:

…acaecerá que lleve Dios a una alma por un altísimo camino de oscura contemplación y sequedad en que a ella le parece que va perdida.

Se trata de un paso tan doloroso que, en toda época, el iniciado encontrará a quienes lo nieguen como necesario:

…habrá quien le diga que vuelve atrás, pues no halla gusto ni consuelo como antes en las cosas de Dios, y así, doblan en trabajo a la pobre alma, porque acaecerá que la mayor pena que ella siente sea del conocimiento de sus miserias propias.

Para llegar al estado de perfección, “ha de pasar primero por dos maneras principales de noches, que los espirituales llaman purgaciones o purificaciones del alma”; una es la “noche del sentido” y la otra, la “noche del espíritu”. Y, a su vez, cada noche tiene una forma activa, en que el alma se esfuerza por alcanzar un estado acorde a la unión con Dios, y otra pasiva, donde es Dios mismo quien la purifica.

En su conferencia “Acedia y Noche Oscura”, publicada en el libro De asombros y nostalgias, subraya el filósofo chileno Jorge Eduardo Rivera un texto en que el místico abulense describe la caída en la acedia –un estado de tristeza y tedio ante las cuestiones espirituales, lo que hoy en día podría asemejarse a ciertos estados depresivos— forma parte de los inicios de todo proceso espiritual auténtico, como consecuencia de no haberse desprendido completamente el alma del gusto por lo sensible y temporal:

…y ya habemos visto muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante en gran desasimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar un asimientillo de afección y (so color de bien) de conversación y amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios y santa soledad, y caer de la alegría y enterez en los exercicios espiritiuales y no parar hasta perderlo todo; y esto porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo, guardándose en soledad para Dios.

Las exigencias de la Noche oscura no se limitan a la renuncia a lo sensible, visible y temporal, sino que se extiende, en la noche activa del espíritu, a las propias cosas espirituales:

…para ir por el camino de la perfección, no sólo se ha de entrar por la puerta angosta vaciándose de lo sensitivo, más también se ha de estrechar desapropiándose y desembarazándose propiamente en lo que es de parte del espíritu.

Este desprendimiento de lo espiritual se justifica porque ello es también un obstáculo a la superación del yo en el proceso de trascenderse a sí mismo:

…en ofreciéndoseles algo desto sólido y perfecto, que es la anihilación de toda suavidad en Dios, en sequedad, en sinsabor, en trabajo (lo cual es la cruz espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo), huyen de ello como de la muerte, y sólo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas en Dios. Y esto no es la negación de sí mesmo y desnudez de espíritu, sino golosina de espíritu.

Frente a la idea de que el proceso espiritual es un estado de arrobamiento y goce, lo cierto es que resulta todo lo contrario. Si la noche activa es un esfuerzo personal por desasirse de todo tipo de apegos, ya sean afectivos, intelectuales o volitivos, ello no parece suficiente. Es necesaria una “purificación pasiva”, es decir, que viene de Dios mismo, en los términos del cristiano, y ante la cual el alma no puede hacer nada sino experimentarla. En otros términos, equivale al antes citado “golpear a las puertas de dicha escuela desde su propio impulso interior”.

La noche pasiva del sentido, “que acaece a muchos”,  resulta “amarga y terrible para el sentido”; la noche pasiva del espíritu, que sólo alcanza a muy pocos, “no tiene comparación, porque es horrenda y espantable para el espíritu”.

El parecido al estado de acedia se hace mayor cuando de la noche pasiva del espíritu se trata:

Queriendo Dios desnudarlos de hecho de este viejo hombre y vestirlo del nuevo, […] desnúdales las potencias y afecciones y sentidos, así espirituales como sensitivos, así exteriores como interiores, dejando a escuras el entendimiento, y la voluntad a secas, y vacía la memoria, y las afecciones del alma en suma aflicción, amargura y aprieto, privándola del sentido y gusto que antes sentía de los bienes espirituales, para que esta privación sea uno de los principios que se requiere en el espíritu para que se introduzca y una en él la forma espiritual del espíritu, que es la unión de amor. Todo lo cual obra el Señor en ella por medio de una pura y escura contemplación.

Conectando a cristianos y a paganos, la  diosa del amor es la encargada de descender a los infiernos en diferentes mitologías, como la tradición sumeria y babilónica: en su descenso, la diosa ha de desprenderse sucesivamente de sus pertenencias, según atraviesa las diferentes puertas del Aralu, el infierno babilónico, desde su corona de autoridad –lo primero que se le exige abandonar— hasta encontrarse completamente desnuda ante la Reina y Señora de los abismos. Para colmo, deberá someterse como esclava hasta que sea rescatada.

Misterios órficos, eleusinos, mitraicos; iniciaciones gnósticas, rosacruces o sufíes; todas confirman el error grave que es considerar el progreso espiritual como “éxtasis y arrobamientos”; al contrario, afirman todas, aquél pasa por aflicciones y sacrificios dolorosos.

Aquí no son posibles el avance multitudinario ni la salvación en masa. En filosofía, no hay ni podría haber algo parecido a una secta.
Cada uno de los discípulos de la filosofía tiene que aprender que para él sólo hay un sendero único, dependiente de su historia pasada y de sus características presentes, que constituyen su propia individualidad. […]

En cualquier caso, el hombre nunca escapa de su soledad esencial. […] Incluso donde él fantasea con haber logrado la felicidad con los demás o a través de los demás, incluso en las regiones del amor y la amistad, a su tiempo puede surgir alguna desarmonía física, algún cambio mental o alguna vacilación emocional, y romperse el hechizo, llevándolo de vuelta, una vez más, al aislamiento.

(Paul Brunton, Perspectivas)


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