Revista Cultura y Ocio

La Odisea. Versión definitiva.

Por Cayetano

La Odisea. Versión definitiva.
No sé el tiempo que pasamos en aquel escondrijo, un sitio oscuro y húmedo, una especie de guarida o recoveco que se abría en la pared. Allí seguramente estábamos protegidos, a cubierto, pero había que buscar agua y comida. Las provisiones se nos habían terminado. Era preciso arriesgarse y salir. Sabíamos que fuera nos enfrentaríamos a mil peligros, pero no había otra solución. Así que, armados de valor, cuando la oscuridad nos fue propicia, salimos de allí amparados por las sombras. Todo estaba en silencio. Nos aguardaba una larga travesía. Sabíamos de sobra que nos jugábamos la vida en el intento. Otros, antes que nosotros, lo habían intentado y habían perecido; pero no teníamos otra alternativa. Conseguir comida era mucho más importante que el riesgo que pudiéramos correr para obtenerla. Debíamos ir juntos pero no en formación. Había que evitar ofrecer un blanco fácil al enemigo.
La primera etapa de nuestro viaje transcurrió sin contratiempos. La expedición que yo capitaneaba marchaba resueltamente. Según avanzábamos por aquel lugar, íbamos adquiriendo confianza en nosotros mismos, en nuestra suerte, en nuestro destino. Posiblemente, los dioses estaban de nuestra parte y nos trazaban un camino tranquilo y seguro. Sin embargo, nuestra fortuna cambió de repente al girar en un recodo. Allí, al fondo, se divisaba una suerte de gigante, tal vez un cíclope sanguinario, tumbado sobre un altillo resollaba y resoplaba como un maldito. Seguramente estaba haciendo la digestión tras haberse zampado a algunos de los nuestros de expediciones anteriores. Intentamos vadearle, evitando que se despertara; pues de suceder eso, seguramente habría sido nuestro final.
Pudimos sortear el peligro aquel, pero enseguida apareció otro. Algo desconocido hasta el momento, posiblemente una bestia pavorosa, andaba cerca de allí. Oíamos sus pisadas aproximándose hacia nuestra posición. Lo hacía sigilosamente. Su objetivo estaba claro: sorprendernos y atraparnos en un salto. Al final, lo vimos delante de nosotros. Lo primero que descubrimos fueron sus ojos, inquietantes y fijos, brillando en la oscuridad, sin parpadear. Vigilaba nuestros movimientos esperando el momento propicio para atacarnos. Era enorme y peludo. Daba miedo. En un momento concreto, el monstruo aquel se abalanzó hacia nosotros. Estábamos perdidos. Emprendimos una veloz huida. Algunos de los nuestros cayeron en la desbandada y fueron aniquilados sin piedad. Otros tuvimos más suerte. La mayoría de nosotros se salvó. A duras penas logramos reunir la fuerza suficiente para realizar un último esfuerzo, el de conseguir colarnos por una rendija en la base de la pared. Allí nos quedaríamos el tiempo que hiciera falta. Era un buen sitio, a salvo, para poder depositar con tranquilidad las cápsulas con nuestros huevos. Para alimentarnos siempre había restos de grasa y de alimentos por el suelo y dentro de los muebles. Allí podríamos esperar tiempos mejores y, a salvo de gatos, anidar mientras nuestras crías se fuesen desarrollando hasta que pudieran salir a colonizarlo todo. Antes les contaríamos nuestra odisea, la que media entre el baño y la cocina de aquella casa.  _________
Relato registrado en Safe Creative, bajo licencia La Odisea. Versión definitiva.

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