Revista Pareja

La peliaguda cuestión de “ser tú mismo”

Por Cristina Lago @CrisMalago

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Sé tú mismo, just do it!. Desmárcate del rebaño, no seas borrego. Lo escuchamos tan a menudo que en lugar de un consejo, parece un eslógan. En una sociedad absolutamente neurótica como la nuestra, ser uno mismo es ¿misión imposible?

Nacemos en un mundo ya esquematizado por una serie de necesidades económicas, sociales y morales más o menos comunes que están concebidas para un correcto funcionamiento del sistema en general, pero que están demostrando ser poco positivas en lo que respecta al individuo en particular. La pura realidad es que todos somos diferentes y esperar que un colectivo gigantesco de personas muy diferentes funcionen de la misma manera, tengan las mismas aspiraciones, deseos y sueños y sigan trayectorias similares, parece un auténtico sinsentido.

El primer inconveniente de ser uno mismo es que ser uno mismo a día de hoy aún sigue siendo considerado como el equivalente a ser excéntrico, raro o loco. Sin embargo, a una persona que vive reprimiendo lo que siente en pro de un bien supuestamente común, se le llama normal.

Uno deja de estar loco en el momento en que decide que la locura es la manera más cuerda de vivir la vida.

Bismarck decía que la libertad es un lujo que no todos pueden permitirse. Al bajar la cabeza y empezar a aceptar unos esquemas inculcados, mas no aprendidos, introducimos variables que nos eliminan caminos, hasta llegar a un punto en que sólo parece existir un largo via crucis de resignación existencial en el que nos convertimos en seres psicológicamente tullidos que sólo recuerdan en breves parpadeos de evasión que una vez estuvieron vivos.

Si bien todo invita al borreguismo, el ser humano tiene la capacidad de la autodeterminación. No se trata de adaptarnos al sistema, sino de que el sistema se adapte a nosotros, y esto no es posible si no aceptamos la responsabilidad de vivir la propia vida independientemente de lo que el resto del mundo espere de nosotros.

La clave está en averiguar qué tenemos para dar, no en fingir que damos algo que en realidad ni sentimos, ni tenemos.

Viktor Frankl, autor de la extraordinaria El hombre en busca de sentido, hablaba de la última de las libertades humanas como la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias. Quien lo escribió, había sobrevivido a los campos de concentración nazis: se le había arrebatado absolutamente todo y aun así, aún creía que era posible una libertad. Nosotros, atados por hipotecas, créditos, hijos, relaciones de conveniencia o trabajos engañosamente estables, nos pensamos atrapados.

A la verdadera libertad, le ponemos tantos candados que sólo cuando nos rompemos, podemos divisarla al otro lado de la puerta que separa nuestro yo neurótico de nuestro yo auténtico. Quien no ha vivido un quiebre interno, quien no se ha consumido y ha renacido como un niño que da sus primeros pasos, está todavía lejos de conocer la libertad.

Ser uno mismo empieza por la conciencia de que pase lo que pase, uno ha de tener un puerto de amarre seguro en su interior y para llegar a hasta ahí, hay que pasar por un páramo en el que no hay expectativas, no hay esperanzas, ni deseos.  Es la pérdida lo que nos guía hasta ese lugar y sin pérdidas, acumulamos tanto que llegamos a un punto del camino en el que no podemos avanzar porque la mochila ya nos pesa demasiado. Llega entonces el momento de elegir: seguir a ras de suelo o tirar lo que nos oprime y echar a volar.

El paso del tiempo nos debería hacer más ligeros. Liberarnos de ideas ya caducas, crear unos esquemas propios, dejar atrás lo que ya no sirve o no aporta nada y seguir tan sólo la ruta de lo desconocido. Si sientes que ya tienes todo un plan de vida orquestado y nada puede desbaratarlo, estarás condenándote a un simulacro de seguridad que en cualquier momento puede tambalearse y dejarte con el culo al aire, pues por más que estructures tu futuro, tú y todo lo demás va a seguir cambiando contanstemente. 

Llegado a este punto, puede que te hayas preguntado ¿por qué arriesgar tanto? ¿merece la pena “ser tú mismo”?

Plantéate esta pregunta: ¿qué te ha traído mejores cosas? ¿Cuando has sido tú o cuando has sido lo que te decían que debías ser? ¿Cuando has seguido tu camino o cuando has ido en la cola de los demás?

El Yo mismo es la única materia de la que está hecha la eternidad. Lo demás, desaparece.

La búsqueda interior es el trabajo de toda una vida y sólo quien es consciente de ello, puede afirmar sin lugar a dudas que, paradójicamente, ser uno mismo es lo más fácil y a la vez, lo más difícil del mundo.

Tú eliges: o ser un ser inconsciente llevado de la suerte y del azar, o ser una persona consciente cuyo paso firme le encamine a vivir como realmente desea.


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