Revista Comunicación

La Pena del Saber, por Mary Mulberry

Publicado el 27 marzo 2014 por Jbarea3

 

“Quiero comentar que la siguiente entrada no es mía, sino de un blog que he visto en Internet, y no podría estar más de acuerdo con su contenido. Espero que os guste.” 

Cada día echo una triste mirada al pasado, para admirar la alegría que conllevaba la ignorancia, para contemplar relajado la tranquilidad, que era mi amiga, en aquellos momentos de malgastado desconocimiento… Si; puede que añore los ratos de paz que me brindaban las tardes de regocijo lector, o de armoniosa melodía musical junto a un brasero, en las frías tardes de invierno. Pero; ¿y qué hay de la gran aventura del saber? ¿Acaso añoro la inocencia que tenía por aquel entonces? Creo que esta es una de las cosas que más clara tengo en la vida; no, no la añoro, pues prefiero ser un solitario y humilde científico a una popular y solicitada persona.

Tantos años tras mis espaldas… Tanta experiencia en este sector, ¿no me bastan?

No, necesito algo que muchos tienen y pocos aprecian con el valor apropiado.

Oh, veo que estás leyendo esta triste historia. Bien, en ese caso veo necesario empezar a contarla desde el principio. Todo se remonta a un sueño, el sueño de un pájaro que lejos de querer aprender sólo a volar, también ansió el saber nadar…


A temprana edad, la llama del conocimiento se encendió en mi fuero interno, y me percaté que todos los acontecimientos que hasta entonces en mi vida acaecieron me habían llevado hasta donde allí me encontraba. Tenía 15 años, una edad en la cual era lo suficientemente maduro como para tener una personalidad fuertemente formada (sobre la cual no me centraré ahora) pero no lo era como para saber con certeza cuál sería el sendero de mi vida. No obstante, desde pequeño me habían llamado más la atención lo que tradicionalmente se han llamado ciencias´, más que lasletras´, por lo que tomé el sendero cuya indicación rezaba “Futura Facultad de Ciencias´´. Iba bien encaminado, pues desde que fui testigo como en medio de la calle un médico (que disfrutaba de un día de descanso) socorría a un transeúnte de lo que parecía ser un ataque al corazón (desde mis ojos de inexperto) la llama de la que antes hablé se avivó para no apagarse jamás, ya que es a eso a lo que hoy en día me dedico. El hecho de ver como con unas manos humanas se podía salvar un alma me marcó fuertemente, pues en esta sociedad de egoísmo en la que vivimos, un acto de valentía tan humilde era para mi como un tesoro.

Poco a poco, los años iban pasando, y yo iba creciendo. Hacía gala de mis queridos 20 años. El vello se habría paso entre los poros de mi joven piel, y parecía que un barítono se había apoderado de mis cuerdas vocales.

Entre los miembros de la universidad iba cobrando cierto prestigio, pues, a pesar de que para la carrera de medicina hace falta vocación (dicen), era de los pocos de la facultad que disfrutaba de lo que hacía. De igual modo me pasó en el instituto, en su momento (tampoco logré entender como personas tan poco cargadas de deseos en la vida se aventuraban a realizar algo que en definitiva, no les gustaba).

Muchos de los que ahora leéis mis recuerdos pensaréis cuán tonto fui al no haber dedicado mi juventud a lo que vosotros llamáis `divertiros´. ¿Os habéis planteado, mis queridos lectores, que para mí esto fuera diversión? ¿Acaso creéis que mi vida sólo giraba entorno a los estudios? Yo me río una vez más de cuán atrevida es la ironía, pues en los fines de semana me faltaba tiempo para estar con mis seres queridos, o para reunirme con aquella joven tan bella, cuyo esplendor se escapaba de lo meramente superficial. Aquí ven, caballeros, que en una vida organizada (y de la cual no acabas arrepintiéndote) hay tiempo para absolutamente todo.

A pesar de todo esto, la pena siempre me acechaba tras mis lagrimales, pero no piensen que mi pena era causada por las posibles burlas o mofas de aquellos que en su día tanto rieron a mi costa (a los cuales el destino les dejó la importante lección de vivir el presente pensando en el futuro), sino por la que yo creo que es la frustración de todo científico; la incomunicación.

Actualmente faltan valores, responsabilidades, normas de convivencia… pero lo que más nos falta es la comunicación, y esto en un científico (se dedique a lo que se dedique) es más frustrante.

No os imagináis a veces cuán doloroso es soportar el saber. Yo, que me preparé para transmitir mis conocimientos, no me quieren escuchar, nadie me quiere oír… ¿por qué no me comprenden? La vida es mucho más llevadera cuando entiendes lo que ocurre a nuestro alrededor, pero… ellos no prestan atención… se tapan los oídos o huyen de tu mirada, que suplica atención y comprensión. ¿Por qué parezco ser el único al que le interesa la cultura? ¿Dónde os escondéis, oh amigos del conocimiento?


Una vez llegados a este punto ya habrás comprendido el motivo de este relato. Necesitaba que al menos un lector afortunado como tú supiera que lo que más ansían los estudiosos es la satisfacción de dejar un legado, el legado de la sabiduría y conocimiento, para que así, lo más grande que tiene esta Tierra que habitamos no se pierda.

Para mí, mis preciados lectores, para mí eso es sinónimo de felicidad.

Entrada de Mary Mulberry


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