Revista Arte

La perdida inocencia vaga escondida, ahora, entre las atroces garras de lo humano

Por Artepoesia

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Goya, a partir de un profundo sufrimiento físico, su grave enfermedad de 1793, cambió el estilo y las temáticas de sus creaciones. Esa dolorosa emoción le llevó a descubrir, ahora sin complejos, las oscuras y estremecedoras fuerzas que se ocultan tras la vida. Pero, sin embargo, casi todos sus dardos artísticos no fueron ya dirigidos hacia una Naturaleza incontrolable, o a un Universo cruel, desalmado e inhospitalario. Para nada; fueron estas creaciones a resaltar, claramente y sin tapujos, los perfiles escabrosos más primitivos de lo humano.
Por aquellos años finales del siglo XVIII el racionalismo trataba de encontrar los resortes para apaciguar y controlar los desmanes y las terribles pasiones de los Hombres. Se empezaba ya a escandalizar la sociedad frente a historias macabras, criminales asaltos e inclinaciones inhumanas, y que algunos ilustrados habían denunciado en sus escritos de manera a como nunca antes se había hecho.
Pocos años antes de su cruel enfermedad, Goya compone su lienzo El sueño. Aquí muestra a una bella joven durmiendo. Ella, confiada y segura, descansa tranquila ahora en el lecho que la acoge; transmite así una sensualidad natural y expectante, esa que una amante tuviera a la espera de un encuentro retrasado. El autor sólo nos dibuja un perfil de su rostro, como para no desvelar del todo el misterio de su identidad. Es así como debe ser, como el incógnito momento que descubre. Lo titula sin embargo El sueño. Es decir, lo que nos aleja de la realidad, lo que nos lleva lejos de nuestro consciente. Aquí, deseo y lejanía son los rasgos que vislumbran esta imagen durmiente. En ambos conceptos se materializan ya la realidad complementaria de los mismos, deseamos lo que no tenemos aún, lo que no podemos siquiera tomar con nuestra voluntad limitada; y, por otro lado, nos entregamos a la huida del sueño para poder alcanzar nuestros deseos.
Pero, poderoso sueño artístico aquel que el gran pintor dejara batir en su inspiración posterior; la más macabra, la menos soñolienta, por espantosa e inhumana. ¿Inhumana, de verdad? Con su obra Caníbales preparando a sus víctimas, Goya nos sorprende, nos impresiona, nos aterra, nos paraliza. Unos hombres devoran, desgarran, descarnan, desmiembran a otros hombres. En esta obra, basada al parecer en un caso real de atropello bestial a unos jesuitas, en la américa canadiense del siglo XVII, por unos indígenas iroqueses, el gran creador español nos abruma bellamente. El lienzo divide en dos áreas el cuadro, toda la escena del horror se halla en un extremo; en el otro, o la nada o las inocentes vestiduras de las víctimas, ahora revueltas y sin orden. La metáfora de la estructura de la obra es sutil: la vida, la dulce e inocente vida, encierra, atroz, el despiadado exceso de un extremo.
Y para contraponer aún más lo contradictorio del género humano, Goya nos ofrece una creación diferente, El albañil herido, obra de 1787, en donde ya incluso se comenzaba a regular ciertos auxilios a estos trabajadores tan arriesgados. El propio rey Carlos III así lo reguló antes de fallecer en 1788. Es la contradicción que subyace en el ser humano, y que Goya comprendió quizás como ningún otro autor, al menos antes que él. Se anticipó también, a los pensadores naturalistas de años después, a los pintores impresionistas de décadas después. Todo un genial personaje, que, próximo a fallecer, cinco años antes, pinta Perro semihundido. Una obra incomprensible, una imagen simple, una escena vacía en gran parte. Tan sólo la pequeña cabeza de un perro asoma, pero ¿qué mira? ¿Qué hay ahí? Goya debía saberlo, pero no lo desveló, lo dejó para que aquel sueño de antes lo despejara, acaso, después de entregarnos a su impúdica, veraz, deseosa y esclarecedora suerte.
(Óleo El sueño, Francisco de Goya, 1790, Museo de Dublín, Irlanda; Caníbales preparando a sus víctimas, 1800, Goya, Francia; Lienzo El albañil herido, 1787, Goya, Museo del Prado; Cuadro Perro semihundido, 1823, Goya, Museo del Prado; Lienzo El conjuro de las brujas, 1798, Goya, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid.)


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