Revista Cultura y Ocio

La pericalipsis de Lem

Por Zogoibi @pabloacalvino
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vacioPerfectoEn el prefacio a esa especie de broma absurda de Estanislao Lem que es Vacío perfecto, una recopilación de reseñas sobre varias obras literarias inexistentes, el prologuista nos dice que, con este libro, Lem intenta dar vida a (o quizá librarse de) algunas de sus numerosas ideas argumentales, en vista de que tiene muchos más proyectos literarios que vida biológica para llevarlos a cabo. Recurriendo a ejercer de supuesto crítico de unas novelas apócrifas que, atribuidas a autores igualmente ficticios, habría escrito él mismo si la vida pudiera alcanzarle para tanto, el ensayista polaco logra al menos ofrecernos los argumentos o las tramas que su ubérrima imaginación le proponía, junto con las posibles controversias o debates que podrían –o deberían– haber surgido al respecto entre los hipotéticos lectores de tales libros imaginarios. Por cierto que, para rizar el rizo, al final del prólogo se nos insinúa que éste también, el prólogo mismo, es a su vez obra del propio Lem. Todo un malabarismo literario.

Vacío perfecto es una obra excelente; un alarde de destreza dialéctica e inteligencia, calculado absurdo e iguales dosis de fantasía e imaginación, de modo que algunos de sus pasajes no pueden dejar de resultarles soberbios incluso al lector más crítico.

Y como me ha gustado tanto, he escogido cuatro párrafos para comentarlos aquí; no por fuerza los mejores, pero sin duda notables, sobre todo teniendo en cuenta la década (los 70 del siglo pasado) en que fueron escritos, lo cual debería bastar para hacernos una idea de las impresionantes dotes visionarias y proféticas de Lem. Las cuatro citas pertenecen a Pericalipsis, una de las “reseñas” que contiene el volumen.

I. Es posible hacer una obra creativa de valor cuando hay resistencia, bien del medio, bien de la gente a quien la obra se dirige; pero, dado que tras el colapso de las prohibiciones religiosas y la censura uno puede decir todo lo que le dé la gana, y dado que, con la desaparición de aquellos oyentes que estaban atentos a cada palabra, uno puede gritarle lo que quiera a quien quiera, la literatura y toda su afinidad humanista es un cadáver cuya avanzada descomposición se oculta testarudamente por el pariente más cercano. Por consiguiente, uno debería salir en busca de nuevos terrenos para la creatividad, ésos en los que puede encontrarse una resistencia que le confiera un elemento de amenaza y riesgo –y con él importancia y responsabilidad– a la situación.

Con este interesante postulado Lem parece sugerir que sólo hay mérito en el arte cuando se opone a algo o a alguien (prohibiciones, ceusura, poder), cuando la actividad creativa implica algún riesto para el artista, y que la impunidad actual (recordemos que estamos en la Polonia socialista) para las humanidades no puede producir nada que valga la pena.

Por supuesto, podemos refutar que no hay motivo por el que la creación artística exenta de peligro no haya de rendir nada bello ni meritorio, pero incluso así, debemos admitir que hay algo –si no mucho– de verdad en la afirmación de Lem. En este momento, por ejemplo, no se me ocurren muchos libros (u obras de arte en general) valiosos cuyos autores no se enfrentaban a nada o a nadie cuando los crearon; no se me vienen a la mente muchas películas –digamos– o novelas cuyo demiurgo no estuviera intentando romper esta o aquella regla, derribar un mito o contrarrestar un poder; en resumen: que no intentara ir en contra de, sea una opinión prevaleciente, un prejuicio común, una corriente de pensamiento, un mantra cultural, etc. Después de todo, ¿no es el arte cambio?; la propuesta de nuevas ideas, ¿no significa casi siempre algún tipo de desafío? Y si es así, ¿qué desafío hay donde todo se permite, tolera y acepta? Uno debería salir en busca –nos dice Lem– de nuevos terrenos para la creatividad, donde alguna ameneza le dé importancia y responsabilidad a nuestro trabajo. Y esto me suena perfectamente razonable, porque si escribimos lo que todo el mundo quiere leer, decimos lo que todo el mundo quiere escuchar o mostramos lo que todo el mundo quiere ver, estaremos –sí– complaciendo a la gente, pero quizá no estemos creando nada de mucho valor.

(Nótese, no obstante, que Estanislao Lem era un consumado granuja y constantemente hacía de abogado del diablo por el mero placer de probar sus dotes oratorias o el alcance de sus falacias; y muchas de sus chocantes aserciones deben leerse con una buena dosis de escepticismo, cuando no de desconfianza. De hecho, en una de las otras “reseñas” compiladas en Vacío perfecto viene a afirmar casi lo opuesto a lo que dice en Pericalipsis (que “los profetas de la aridez inventiva” son ” perversos criptonihilistas”) con argumentos tan sólidos como los que aqui emplea.)

II. Nuestra poderosa civilización se esfuerza en producir mercancías lo más perecederas posible en embalajes lo más duraderos posible. El producto fungible ha de ser reemplazado enseguida por uno nuevo, y esto es bueno para la economía; la durabilidad del embalaje, por otra parte, dificulta su eliminación, lo cual redunda en nuevo desarrollo de tecnología y organización. Así el consumidor lidia personalmente con cada consecutivo cachivache inútil, mientras que para la eliminación de los envoltorios se requieren programas antipolución especiales, inteniería sanitaria, coordinación de esfuerzos, planificación, plantas de purificación y descontaminación, etcétera.

lem
Éste es una joya. Palabras más ciertas nunca se han dicho. Pero sobre todo encuentro meritorio el hecho ya mencionado de que esto fue escrito allá en 1971, lo cual nos habla del excepcional talento de Lem para identificar y señalar fenómenos que sólo han resultado obvios para mucha más gente (y aún hoy la mayoría parecemos incapaces de comprender esta fea realidad) unas cuantas décadas después, así como para describir y definir lo que es el consumismo, y hacia dónde nos lleva. Pues, ¿no es acaso éste el punto donde nuestra socioeconomía se halla ahora? La obsolescencia programada y los envases imperecederos, ¿no han inundado literalmente tanto las tiendas como los vertederos al desplazar a los productos duraderos y a los envoltorios degradables? Por muy adoctrinados que estemos, o mejor dicho engañados, por la moderna y falsa cultura “verde”, la verdad es que, tal como Lem escribió hace ya casi medio siglo, cada vez producimos más y más residuos indestructibles: son el subproducto de un ciclo auto-amplificado, agotador de recursos y destructivo, del cual esa patraña del re-cicle no es sino otro insumo, engranaje de la misma maquinaria: los programas antipolución, la ingeniería sanitaria, las plantas de purificación, etc, de las que hablamos. Se nos lava el cerebro sutilmente para creer que, para ayudar al “Planeta” (como si el planeta fuese en sí mismo un ser dotado de sentidos) y poder considerarnos “ecológicos”, lo que debemos hacer no es (esto ni siquiera se nos sugiere) dejar radicalmente de comprar productos obsolescentes en embalajes imperecederos, sino continuar comprando muchas cosas siempre y cuando vengan etiquetadas como “respetuoso con el medio ambiente” o similares, porque así es como alimentamos el insaciable ciclo del consumismo y hacemos feliz al mercado.

III. Si hallar cuarenta granos de arena en el Sahara significase salvar al mundo, no se encontrarían con más dificultad que otros cuarenta libros mesiánicos, escritos hace ya mucho tiempo, pero perdidos bajo estratos de basura.

En línea con la primera cita de más arriba, ésta parece implicar –o más bien, claramente afirmar– que todo lo que vale la pena escribir ha sido ya escrito con anterioridad, y que todo lo demás, el resto de la literatura a lo largo de la historia, no es más que basura que sólo sirve para estorbar la búsqueda y lectura de esos pocos buenos libros.

Está claro que esto es una exageración, una idea en la que el propio Lem no podía honestamente creer, o de lo contrario no habría podido escribirla; pero debemos admitir que tiene su miga. Porque, ¿cuántos de esos libros mesiánicos -como él dice, refiriéndose a trascendentales, entiendo yo- se han escrito alguna vez? O pongámoslo al revés: ¿qué porción de la sabiduría universal, digna de ser leída y asimilada, no cabría en una buena selección de cuarenta textos? (O digamos cien, o incluso mil si se quiere, pues poco varía la validez del argumento.) ¿Cuántos libros realmente meritorios quedarían fuera de una tal selección? ¿Un uno por ciento de toda la literatura, quizá? No parece mucho. El problema es (y en esto tengo que coincidir con Lem, exagere o no) que hay tanta basura sofocando y enterrando a esos cuarenta libros como hay granos de arena en el Sáhara.

IV. El cultivo moderado del talento, su innata maduración lenta, su cuidadoso desbroce, su selección natural en el ámbito del buen gusto, son fenómenos de un tiempo pasado que murió sin descendencia. El último estímulo que aún funciona es un poderoso aullido; pero cuando más y más gente aúlla, empleando más y más potentes amplificadores, nuestros tímpanos estallarán antes de que el alma llegue a aprender nada.

Con esta cita, que vuelve hacia la primera, cerramos el círculo. Cuando la leí, me pregunté: ¿estaba Lem pensando en el Renacimiento, ese período de la historia en que, al parecer, el talento crecía, maduraba y envejecía lentamente como un buen vino? Es innegable que el hombre siempre ha tenido cierta propensión a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero… ¿quiere eso decir que tal pensamiento es erróneo?, y en cualquier caso, ¿no es al menos cierto referido a nuestro tiempo? Y si este superdotado escritor polaco pensaba, en 1979, que ya entonces el último estímulo que funcionaba era “un poderoso aullido”, el cual más y más gente estaba en posición de emitir con potentes amplificadores, ¡Dios mío!, ¿que habría pensado el pobre diablo si hubiese podido ver la sociedad de ahora? Sea como fuere, hay que admitir que fue un verdadero visionario y futurólogo. Hari Seldon en persona no podría haberlo hecho mejor. Porque que me cuelguen si la situación que Lem describe no es la de nuestros días: uno de cada dos ciudadanos parece tener mal gusto, opiniones atolondradas, y en posesión de los dispositivos “amplificadores” necesarios (un ordenador y una consxión a internet), está dispuesto a emitir su poderoso aullido hacia el mundo. Pero, inmersos en todo ese ruido, es verdad que nuestros tímpanos estallarán antes de que nuestra alma pueda aprender nada…


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