Revista Historia

La Piscina del Diablo, la piscina natural más peligrosa y vertiginosa del planeta

Por Ireneu @ireneuc

Nuestro planeta, si algo tiene es que, a pesar de la machacada constante que hace el ser humano de su medio ambiente, es capaz de deslumbrar a cualquier alma suficientemente sensible de la maravilla natural que tiene ante sus sentidos. En este sentido, las cataratas y caídas de agua, tanto grandes como pequeñas, tienen la capacidad de dejar con la boca abierta a cualquiera. El ruido, y la energía con que cae el agua desde una altura considerable, acostumbra a ser uno de los espectáculos más imponentes que se pueda presenciar, posiblemente porque nos hace pequeños, pequeños, pequeños... Con todo, a pesar de la cura de humildad que nos provocan, la curiosidad que nos despierta puede más que la precaución y el respeto a estos gigantes naturales, pero claro... no toda la gente tiene los arrestos -ni la fuerza física- de acercarse al borde del precipicio de una cascada y ver cómo el agua cae estruendosamente a sus pies sin que se lo lleve la corriente. No obstante, hay un sitio en el mundo en el que usted, que me está leyendo, puede darse un chapuzón tranquilamente a un palmo escaso de una apabullante caída de agua de más de 100 metros de altura. Se trata de la Piscina del Diablo, en las famosísimas cataratas Victoria.

Cuando el 16 de noviembre de 1855 el doctor Livingstone descubrió las cataratas Victoria (por la Reina Victoria de Inglaterra, of course) los huevos poco menos que se le cayeron al suelo. La magnitud de la caída de agua que producía el inconmensurable río Zambeze en aquel punto de África había llevado a los nativos a llamarlas Mosi-Oa-Tunya, es decir, el Humo que Truena. Y no es para menos, ya que por aquel acantilado el Zambeze aboca, con un frente de 1.708 m, una media de 1.088 m3 de agua...¡por segundo! desde una altura de unos 108 metros (lo que viene siendo un escalón, vamos); medidas desmesuradas que la hacen la mayor catarata de agua del mundo.

El origen de esta caída de agua, que se encuentra en la frontera entre Zambia y Zimbabwe, la hemos de buscar en las fallas que atraviesan la meseta de basalto que forma esta parte del sureste del continente africano. Estas fallas ponen en contacto los materiales base formados por areniscas con las capas sucesivas de rocas basálticas mucho más duras que las cubren fruto de las erupciones volcánicas que tuvieron lugar hace 180 millones de años. Y es en estas circunstancias geológicas que el río Zambeze, uno de los grandes ríos africanos, se clava en estas fallas y, excavando el zócalo de arenisca, durante los últimos 100.000 años ha ido formando estas fantásticas cascadas.

La erosión del Zambeze, por tanto, ha ido erosionando lentamente el borde del acantilado debido a la extrema dureza del basalto. Dureza que ha hecho que el río se haya tenido que encastrar en profundos cañones zigzagueantes, aprovechando los puntos de debilidad de la roca.

Es en esta tenaz lucha entre el agua y el basalto ( ver Columbretes: la ignota joya volcánica de la Isla de las Serpientes ) que, muy cerca del borde de caída del agua, la corriente ha dado a formar lo que se llama en geología una " marmita de gigante", es decir, una concavidad que, fruto de la fuerza del agua que hace girar las piedras y sedimentos que lleva el río, desgasta las paredes de roca y forma algo similar a una olla de dimensiones considerables (quien esté acostumbrado a ver ríos en zonas calcáreas, seguro que no le será desconocido).

Así las cosas, en uno de los márgenes de caída de las aguas, en la llamada isla Livingstone, se encuentra una marmita a la cual se puede acceder caminando, con la particularidad de que, en épocas de poco caudal -es decir entre septiembre y diciembre-, el agua circulante por ella tiene tan poca fuerza que permite que la gente se bañe dentro de ella. Es la conocida como Piscina del Diablo (Devil's Pool, en inglés).

Es esta rareza geológica, dentro de las ya de por sí impresionantes Cataratas Victoria, la que la ha convertido en una auténtica atracción turística donde los más osados turistas (normalmente occidentales), pueden pegarse un buen remojón separados del abismo por una pared de basalto de metro y medio de alta y poco más de medio metro de espesor. Evidentemente, en época de crecidas y con puntas que pueden superar los 7.000 m3/seg, allí no hay Dios que se ponga.

A pesar del evidente riesgo que implica -como te asomes más de la cuenta y resbales con las algas del borde te vas catarata abajo- lo más sorprendente es que es una aventura muy segura y donde no hay constancia fehaciente de que se hayan producido accidentes mortales (más allá de algún rumor, más o menos dudoso). También se ha de decir que los baños -contratados con antelación desde los hoteles cercanos- se hacen con un guía local pertinentemente curtido que, bañándose con los turistas, controla que no se hagan excesivas burradas en tan diabólica piscina, cosa que lo hace coprotagonista más o menos obligado de no pocas fotos familiares.

La Piscina del Diablo, en definitiva, es un destino turístico dentro de otro destino turístico en que, si no tiene vértigo, la fuerza salvaje de la naturaleza tiene la inmensa amabilidad de dejarle remojarse en una bella y arriesgada curiosidad excepcional de esta sorprendente, frágil e inimitable bola flotante que es la Tierra.



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