Revista Cultura y Ocio

LA POLÍTICA DE APACIGUAMIENTO NO FUNCIONÓ CON EL NAZIONALSOCIALISMO NI FUNCIONARÁ CON EL NACIONALISMO Quienes han de tomar decisiones trascendentes lo hacen, en muchas ocasiones, pensando que cediendo aplacarán al que vocifera y amenaza; sin embargo, ...

Publicado el 13 diciembre 2018 por Carlosdelriego

LA POLÍTICA DE APACIGUAMIENTO NO FUNCIONÓ CON EL NAZIONALSOCIALISMO NI FUNCIONARÁ CON EL NACIONALISMO  Quienes han de tomar decisiones trascendentes lo hacen, en muchas ocasiones, pensando que cediendo aplacarán al que vocifera y amenaza; sin embargo, ...

El timorato y necio Neville Chamberlain creyó que bajándose los pantalones aplacaría a la bestia, pero fue al revés, la bestia se envalentonó y pasó lo que pasó.


Hay políticos que con el brabucón, con el que amenaza o delinque adoptan una postura firme y toman las medidas oportunas, mientras que hay otros que ceden pensando que es mejor evitar la confrontación aunque haya que consentir ante el que trata de intimidar; y lo hacen pensando que de este modo el agresor se conformará. Sin embargo, siempre sucede todo lo contrario, pues quien busca pelea, al ver que el rival se acobarda, él se envalentona e incluso piensa que cuando el otro cede y trata de apaciguar es que le está dando la razón, o sea, se convence más de que tiene derecho a su exigencia y a ponerse como se pone. La cosa no es nueva, de hecho hay en la historia reciente de Europa (y de España) no pocos ejemplos de dirigentes políticos que optaron por no enfadar al agresor, por transigir para evitar problemas; pero la realidad es obstinada, y cada vez que un político ‘se baja los pantalones’ ante quien amenaza, se verá obligado a volver a meter el rabo entre las piernas una y otra vez, hasta que un día la cesión sea total y ganen los que más gritan, amenazan y usan la violencia. El apaciguamiento muestra inseguridad, miedo, indecisión.

Durante la Revolución Francesa, en aquel parlamento llamado La Convención, los diputados más exaltados, jacobinos, amenazaban e incluso organizaban al pueblo contra sus rivales políticos; entre los moderados o girondinos hubo quien optó por tratar de calmar a los jacobinos, creyendo que así dejarían de perseguirlos. Pero fue al revés: muchos girondinos terminaron en la guillotina (claro que después también acabaron sin cabeza muchos jacobinos). Unos meses antes del comienzo de la II Guerra Mundial tuvieron lugar los Acuerdos de Munich, por el que los primeros ministros Daladier (Francia) y Chamberlain (Inglaterra) aceptaron ceder a Hitler una parte de Checoslovaquia (los Sudetes) para evitar la guerra. Así, volvieron a sus países muy ufanos y declarando que “Hitler es un hombre razonable”, o que de esa conferencia vendría “paz para nuestros tiempos”. Churchill, contrario a ceder ante el posible enemigo, dijo de Chamberlain que “pudo elegir entre la humillación y la guerra, prefirió humillarse, pero eso no evitará la guerra”. El astuto estadista británico estaba en lo cierto, puesto que al poco de tomar la región de los Sudetes, Hitler se sintió fuerte al comprobar que las potencias occidentales preferían arrodillarse antes que una guerra, así que rápidamente invadió el resto de Checoslovaquia y, antes de un año, Polonia, dando inicio así a la guerra que Winston Churchill había anunciado; además, se mantuvo siempre contrario a concesiones o pactos con la Alemania nazi. Finalmente quedó comprobado que el hombre pegado a un puro tenía razón, de modo que, seguramente, una postura diferente de Inglaterra y Francia en aquella reunión de Munich hubiera cambiado la historia y, tal vez, evitado una guerra.     Aquí, en España, se trató de apaciguar a terroristas, se negoció con ellos mientras ponían bombas y se les avisaba de redadas…, o sea, se bajaron muchos pantalones para que ‘fueran buenos’. No se consiguió nada, claro. Y es que el resultado de plegarse a la postura del agresor es siempre el contrario al deseado, pues éste se alimenta de la debilidad del agredido (¿acaso la mujer maltratada consigue mejor trato de su pareja o marido mostrándose sumisa?, nada de eso, lo enfurece más). En la película ‘Mars attacks’ (Tim Burton, 1996), hay una secuencia que demuestra en qué acaba la política de apaciguamiento: el jefe marciano y su séquito se reúnen con los senadores terráqueos para parlamentar, pero repentinamente sacan sus armas y pulverizan a todos los presentes; en medio de la batalla, el personaje interpretado por Pierce Brosnan (el profesor Kessler), esquivando disparos láser se dirige al marciano: “pero señor embajador, esto es una locura, le ruego considere su postura, piense en lo que está haciendo”. Lógicamente, estas palabras de auto-humillación no surten efecto y dicho profesor acaba perdiendo la cabeza. Con esa postura que adoptan los gobiernos nacionales ante los separatistas se obtendrán parecidos resultados.CARLOS DEL RIEGO(Actualización del texto de 20.VI-12)


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