Revista España

La postal de la semana: El Puente de Segovia

Por Manugme81 @SecretosdeMadri

Aquel que se aventura a cruzar uno de los accesos más históricos de la Villa obtiene una interesante recompensa, una mirada cargada de historia.

Hoy tengo que confesaros que siempre me voy marcando pequeños objetivos a cumplir en Madrid, es una forma de motivarme para seguir conociendo más y más rincones de la capital. Hace unos meses me propuse atravesar el puente más antiguo de la Villa y aquí os traigo la instantánea que lo demuestra.

Admito que a pesar de haberme topado con él en multitud de ocasiones, con el Puente de Segovia, nunca me había decidido a atraversarlo así que aquel día, a pesar de la desapacible climatología que me acompañó durante todo el camino, salí con una meta entre ceja y ceja, un propósito que hasta que no resolviese no me iba a dar por satisfecho.

El Puente de Segovia fue uno de los principales accesos de la Villa, de aquel Madrid que en el Siglo XVI comenzó a crecer a pasos agigantados con la llegada de la corte por decisión de Felipe II. Para su diseño el monarca encomendó el trabajo a uno de los mejores arquitectos del momento, Juan de Herrera, quien concluyó la construcción en 1584, dos años más tarde de que se iniciasen las obras.

A pesar de que es el puente más veterano de cuantos siguen en pie bordeando el corazón de la capital, ha sufrido importantes remodelaciones, especialmente tras la Guerra Civil en la que fue derribado. Aún así, mantiene su alma y su espíritu y por eso me animé a recorrerlo, para ser partícipe de su cinco siglos de vida. Quise sentirme como, por ejemplo, aquellos labriegos que hace centurias lo cruzaban deseosos de arribar a un Madrid que les brindaba suculentas oportunidades, dispuestos a hacer negocios. Sin duda, el entorno y las vistas, en relación a las que ellos disfrutaron, han cambiado de forma considerable pero la sensación de descubrir Madrid en el horizonte más cercano sigue resultando cautivadora y emocionante.

Al llegar al extremo que me había marcado obtuve una bonita recompensa, la enésima que me regalaba la Villa, una deliciosa panorámica coronada por la Catedral de la Almudena, uno de los símbolos más reconocibles del Madrid actual. A sus pies, y desde la distancia, ella y nuestro protagonista forman un espléndido contraste, una mirada que, sin quererlo, narra pasado y presente de nuestro apreciada ciudad.

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