Revista Cultura y Ocio

La Primera República (1873-1874)

Por Manu Perez @revistadehisto
Tiempo de lectura: 5 minutos

La Primera República es uno de tantos capítulos de nuestra dilatada historia de guerras y enfrentamientos, culmen del llamado “sexenio revolucionario”, iniciado unos años antes, en 1868. Consta, en realidad, de dos tiempos muy nítidos, cada uno de ellos poco inferior a un año. El primero, la República propiamente dicha, entre el 11 de febrero y el 3 de enero de 1874, cuando el sablazo del capitán de Madrid acabe con semejante dislate parlamentario.

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A partir de ese momento, comienza la segunda parte del susodicho periodo, siendo uno de los momentos más rocambolescos en toda la historia de España, que coincide con el año 1874, y que bajo la jefatura del general Serrano, duque de la Torre, en realidad se prolonga la República sin declaraciones expresas ni pro ni contra, siendo zanjado a fines de ese mismo año por el general Martínez Campos en Sagunto, con el que se inaugura la inauguración merced a la entronización del monarca Alfonso XII.

La Primera República

La primera experiencia republicana en España es sinónimo del desgobierno y de disputas internas que, lejos de resolver los problemas acuciantes que aquel momento tenía la nación, los multiplica y divide aún más a una nación extremadamente frágil en la faceta política tras un siglo marcado, en buena medida, por la pérdida de las colonias de ultramar en los primeros años del siglo XIX. El rey Amadeo de Saboya, ante el desconcierto imperante, decide abandonar España y el 11 de febrero de 1873, Martos y Ruiz Zorrilla, ambos pertenecientes a la masonería, proclamaron la Primera República. Aniquilada la monarquía existente, la experiencia republicana ulterior resultó insostenible, primero, porque las fuerzas destructivas no fueron capaces de articular un sistema que diera cabida a todas las ideologías existentes, que respetara a todos y que, en suma, procurara el bien de todos; segundo, porque la nación emprendió un camino de desintegración que amenazaba la unidad forjada a finales del siglo XV por los Reyes Católicos; y, tercero,  porque la facilidad con que los opositores recurrieron a las armas para defender sus propios intereses y la contundencia empleada en los últimos meses de dicho periodo por los distintos gobiernos dieron al traste con una etapa que no caracterizó, lamentablemente, por ser modélica ni ejemplarizante.

Por tanto, nos encontramos con una República que en menos de un año tuvo una cifra nada desdeñable de cuatro presidentes. Fue el primero don Estanislao Figueras, que solía repetir con verismo: “Yo no mando ni en mi casa”, y que tuvo que enfrentarse con un desfonde total de la disciplina cívica y militar. Al morir su esposa, el presidente de la República pide una temporada de permiso y le sustituye interinamente don Francisco Pi y Margall, teórico del federalismo, quien finalmente se hace cargo definitivamente del poder en el mes de junio, cuando es conminado para ello por un coronel de la Guardia Civil que se presenta en el Congreso. Durante la presidencia de Pi se redacta el proyecto de Constitución, de corte federalista, que implicaba en la práctica la desarticulación de la unidad nacional recuperada desde hacía cuatrocientos años y se asistió, en paralelo, a la irrupción de los cantones, pequeñas entidades que pretendían independizarse de cualquier poder, incluido el de las posibles entidades federadas. “Las regiones ABCD, Estados soberanos- rezaba el proyecto-, declaran en uso de su autonomía que quieren formar parte de la Federación española…”.

Bajo la presidencia de Pi, la unidad nacional se va, poco a poco, desgarrando. Los cantones pudieron ser reprimidos con suma facilidad por las autoridades, pero Pi y Margall se negó. Aquella erupción de entidades autónomas, al contrario de lo que se pueda pensar, no contradecía su visión de la nación sino que la reafirmaba. Se declaran las repúblicas independientes de Cataluña, Málaga, Cádiz, Sevilla, Granada, Valencia, Castellón…Para más inri, la de Granada declara la guerra a la de Jaén, la de Jumilla amenaza a todas las naciones vecinas, incluso a la murciana. Un pequeño pueblo junto a la raya de Toledo y Ciudad Real, Camuñas, se declara independiente y soberano. Sin duda, el cantón más tenaz fue el de Cartagena, donde el caudillo huertano Antonete Gálvez se apoderó de la plaza y de la escuadra, ordenó desde el puente de la Numancia el abordaje de las naves leales al gobierno- “¡a toa máquina!” y encabezó una marcha sobre Madrid que logró llegar hasta las puertas de Albacete, en Chinchilla.

La reacción de la República fue mantenerse en medio del desmoronamiento nacional y de una ofensiva carlista mediante el cambio de rumbo hacia un unitarismo preconizado por Nicolás Salmerón, a la sazón sustituto de Pi y flamante presidente de la República, el cual no tuvo más opción que recurrir a las fuerzas armadas para imponer el orden en medio del caos y desconcierto. Los carlista, totalmente incapaces de capitalizar políticamente la desintegración republicana y el anhelo del país entero para salir del caos, trataban de lograrlo en los campos de batallas. En 1873 toman Estella y, bajo la inmediata dirección del hermano de su rey, don Alfonso Carlos, entran en la ciudad de Cuenca, como Alfonso VIII.

La agonía del régimen republicano

La presidencia de Castelar (7 de septiembre- 2 de enero de 1874)- un personaje al que se había vinculado repetidamente con la masonería, fue, en la práctica, una dictadura en la que el régimen, cada vez con menos apoyo social, apenas consiguió atacar infructuosamente el cantón de Cartagena. El 2 de enero de 1874, el general Pavía hizo su entrada en el Parlamento en un acto que, con bastante frecuencia, suele interpretarse como el epílogo de la República cuando la realidad es que tan sólo pretendió sustentarla sobre bases más sólidas.  Preside la escena don Emilio Castelar, el cual asevera: “Yo, señores, no puedo hacer otra cosa más que morir aquí el primero con vosotros”.

Por parte de Ejército el gesto de Pavía, secundado silenciosa y unánimemente por todas las fuerzas armadas, fue el primer pronunciamiento de la historia en que participó todo el Ejército como tal; todos los casos anteriores fueron pronunciamientos políticos de un militar o un grupo de militares en apoyo de un grupo político. Con el general Serrano al mando del ejecutivo, la República continuó la trayectoria dictatorial que ya se había iniciado con Castelar tan sólo unos meses antes.

Como todo el mundo estaba convencido de que la raíz de todos los males que aquejaban a la nación era política y cívica, se gestaba en los medio políticos un dramático cambio de escena como remedio universal. El autor material del hecho fue el general Arsenio Martínez Campos, que proclamó rey de España a don Alfonso XII el 20 de diciembre de 1874 en la plana de Sagunto, ante dos batallones del brigadier Dabán. El jefe del Ejército del Centro, general Jovellar, y el capitán general de Cataluña, don Fernando Primo de Rivera, le ofrecen su cooperación inmediata. El jefe del ejecutivo, general Serrano, se inhibe en cuanto comprueba la actitud del ejército del Norte, favorable a don Alfonso, el hijo de Isabel II. No iba a encontrar oposición. La nación que trataba de recuperarse de tantas veleidades revolucionarias que habían sumido a la nación en el caos y de la división jamás experimentada con tanta intensidad en tan poco, ansiaba tranquilidad.

Autor: Francisco de Asís López Avellaneda para revistadehistoria.es

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GRDP

Bibliografía:

-De la Cierva, R.: Historia Total de España. Editorial Fénix. 1997.

-Vidal, C: Los masones. Editorial Planeta. 2005.

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