Revista Cultura y Ocio

La ruidera

Por Antoniobarba
La ruidera

Stop ruido

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Stop ruido

Qué ruidera en todas partes. Cuánta falta de silencio. En las clases, en todas partes, en las redes sociales.

– Nieta, a abuelo: ¿Por qué no te gusta la ruidera?

– Abuelo: hija, ¿qué ha pasado en los museos, que antaño eran templos a los que se acudía con veneración y que ahora son objetos de consumo y fondos ideales de esas cosas llamadas selfies? Sois la generación más ego-imagen-céntrica del mundo.

– Abuelo: recuerdo un viejo proverbio  árabe: Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas. Cariño, ¡tanto ruido por todas partes! Conversaciones subidas de decibelios. Tertulias de televisión a todo meter. Cláxones de coche. Uff, y en Navidad: jingle bells a todas horas, efecto cortylandia a lo bestia, y la musiquita esa de Mariah Carey; ¡es que ya ni los villancicos de antes! Ruido, ruido y ruido. Todo el día atronando.

Antes, cuando trabajaba, me pasaba el día hablando y hablando, no te creas. Pero estaba deseando llegar a mi apartamento y, tras tanto y tanto ruido, y tantas y tantas conversaciones, guardar silencio, en exclusiva conversación con mi persona, sin tener que escuchar a nadie. Al cerebro humano le encantan los bucles, así que podía pasar horas enredado conmigo mismo.

– Nieta, a abuelo: ¿Qué te bulle en la cabecita? ¡Habla, hombre, que te vas a ir cualquier día y no te voy a haber conocido!

– Abuelo: venga, va. Coge papel y lápiz. ¡No te vayas a emocionar, que tampoco tengo tanto que contar!


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