Revista Historia

La Segunda Revolución Industrial (1870-1914)

Por Rafaelrodrigo
La Segunda Revolución Industrial (1870-1914)
La Segunda Revolución Industrial se inició hacia 1870 y no fue protagonizada exclusivamente por Gran Bretaña sino que tuvo también actores destacados en otras economías. Presenta características similares a las de la Primera Revolución Industrial. Destacan las innovaciones en los transportes (primeros automóviles) y el avance de la urbanización. El papel del cambio técnico fue el más importante: aparecieron nuevos sectores productivos (acero, electricidad, química, petróleo…), cambios en la producción (grandes empresas, organización científica, etc.) y cambios en el consumo (alimentos enlatados, refrigerados, primeros electrodomésticos…).
A diferencia de la Primera, la Segunda Revolución Industrial necesitó una sólida base científica, por lo que se fueron estrechando los lazos entre ciencia y tecnología. El avance científico necesitó una creciente inversión en educación e investigación.
Gracias a los avances numerosos investigadores (Pasteur, Koch…) se consiguió acabar con algunas enfermedades infecciosas, mejorando las condiciones de higiene y salubridad de los hogares y favoreciendo el retroceso de la mortalidad y el aumento de la esperanza de vida. El incremento de la renta, unido al abaratamiento de precios, provocó una mejora nutricional en la población.
Las grandes empresas fueron las más beneficiadas de estos cambios por lo que, poco a poco, aparecieron grandes multinacionales que adoptaron la forma de sociedades anónimas. Surgió la “banca mixta” para promocionar la creación de grandes empresas y su financiación a largo plazo. En ellas, los directivos profesionales se encargaban de la toma de decisiones y el comportamiento de los trabajadores se regulaba mediante la organización científica del trabajo. El Estado siguió actuando de acuerdo a los principios del liberalismo, caracterizándose por el temor al déficit público. En casi todos los países aumentó la presión fiscal en forma de impuestos sobre la renta y el patrimonio.
En este periodo se sentaron las primeras bases del Estado del bienestar del siglo XX. A partir de 1880 se inicia la extensión de seguros sociales (médicos, desempleo, jubilación…) a grupos de la clase trabajadora. Destaca la intervención del Estado para regular las condiciones del mercado de trabajo (empleo infantil y femenino, duración de la jornada, etc.). Sin embargo, también aumentó la presión de los sindicatos y los partidos obreros, sobre todo tras la extensión del sufragio universal.
La Segunda Revolución Industrial (1870-1914)
En resumen, entre 1870 y 1913 se hicieron visibles los beneficios de la Revolución Industrial y el crecimiento económico moderno, por ello se conoce a este periodo como belle époque.
LA PRIMERA GLOBALIZACIÓN
Revolución del transporte: Las innovaciones asociadas al hierro y al vapor permitieron un abaratamiento del transporte. Hacia 1870 se hallaban construidas las grandes redes ferroviarias en Europa y EE.UU. Los ferrocarriles se extendieron por todo el mundo. En 1870 Argentina poseía una gran red ferroviaria construida en gran medida con capital británico. La aparición del motor compuesto, el desarrollo de la hélice y la apertura del canal de Suez en 1869, provocaron el desarrollo del barco de vapor frente al de vela. A pesar de la importancia de los clippers (barcos de vela para el transporte rápido y barato de productos agrarios), el desarrollo de los barcos refrigeradores incrementó las ventajas del vapor en el transporte de productos perecederos.
El comercio internacional: El librecambismo de mediados del siglo XIX favoreció los intercambios internacionales. Inglaterra abolió las “Leyes de Granos” (corn-laws), que limitaban las importaciones de cereales y encarecían sus precios. Las “Leyes de Navegación”, que restringían el comercio británico, también fueron abolidas. En 1860 Francia y Gran Bretaña firmaron el Tratado de Cobden-Chevalier, que liberalizó los intercambios mutuos. Posteriormente otras naciones firmarían acuerdos similares. Durante la segunda mitad del siglo XIX, los intercambios internacionales se regían por normas muy librecambistas, lo que permitió que aumentaran. Hacia 1900, buena parte de los alimentos consumidos en Europa procedían de territorios ultramarinos (EE.UU., Nueva Zelanda, Australia, Argentina…) a precios mucho más bajos. El comercio internacional de productos tropicales (té, caucho…) también experimentó una gran expansión. El comercio internacional a larga distancia dejó de comprender sólo productos de lujo y se incorporaron los productos de amplio consumo. Gran Bretaña logró que el librecambismo se extendiese por el mundo extra-europeo, gracias a la firma de tratados comerciales. La caída de precios de los productos agrarios en Europa benefició a las clases populares en forma de alimentos baratos pero provocó descontento entre los productores y terratenientes. En Alemania los propietarios obtuvieron del gobierno impuestos sobre las importaciones que les defendieron de la competencia exterior. Este ejemplo se extendería por toda Europa. El retorno del proteccionismo permitió que algunos países desarrollaran sus industrias nacionales. Pese a ello, nunca se volvió a los prohibitivos impuestos sobre las importaciones de la Europa postnapoleónica y algunos países (Gran Bretaña, Holanda…) se mantuvieron fieles al librecambismo. El comercio internacional siguió creciendo a buen ritmo.
Las migraciones internacionales: Se desarrolló la emigración del campo a las ciudades característica de los procesos de industrialización, que impulsó la urbanización. Las migraciones internacionales, menos numerosas que las nacionales, se vieron estimuladas por el abaratamiento del transporte y por los altos salarios que ofrecían las economías expansivas de los países de inmigración europea y algunos de América Latina. Entre 1815 y 1914, unos sesenta millones de europeos salieron del continente: la mayoría a Estados Unidos y a Canadá, también a América Latina (Argentina y Brasil) y por último a Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. La mayor parte de los emigrantes procedía de Gran Bretaña, Alemania y los países escandinavos, así como de China e India. Las migraciones internacionales afectaron a la distribución de la renta a escala internacional: presionaban al alza a los países de salida (abundantes en mano de obra y escasos en recursos naturales) y a la baja en los de llegada (abundantes en recursos naturales y escasos en mano de obra). No obstante, provocaban reacciones adversas por parte de las poblaciones receptoras, que se sentían afectadas negativamente. A partir de 1880, EE.UU. y otros países fueron adoptando restricciones a la inmigración. Por ello, tras la Primera Guerra Mundial, los movimientos masivos de población desaparecieron.
La Segunda Revolución Industrial (1870-1914)
El patrón oro: El patrón oro fue adoptado por Inglaterra en el siglo XVIII y se consolidó en la primera mitad del siglo XIX. A finales del siglo XIX fue adoptado por Alemania y posteriormente por otros países: Francia, Italia, EE.UU., Holanda, países escandinavos, Rusia, Japón y México. Consistía en que la moneda fiduciaria (los billetes de banco) era convertible a oro si el poseedor de la misma lo deseaba a un determinado tipo fijo. El oro podía circular libremente dentro y fuera de las fronteras nacionales, por lo que acabó convirtiéndose en moneda internacional. En cuanto a los inconvenientes del patrón oro: los ajustes entre países con déficit y superávit de oro no eran automáticos y sí socialmente costosos, pues implicaban desempleo. Sin embargo, fue un instrumento eficaz para evitar las bruscas oscilaciones de los precios, con sus negativas consecuencias económicas y para favorecer el comercio y los movimientos de capital, ya que confería seguridad y reducía costes en las transacciones internacionales.
Inversión extranjera y primeras multinacionales: Durante la Primera Globalización aparecieron grandes multinacionales. Una parte sustancial del ahorro internacional estuvo financiado, a través de la City londinense, la inversión en capital social fijo (ferrocarriles, puertos, servicios municipales, comunicaciones…) en países ultramarinos.
En definitiva, el balance de la Primera Globalización fue positivo, aunque hubiera algunas zonas más beneficiadas que otras.

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