Revista Deportes

La sobriedad de la plata

Por Antoniodiaz

La sobriedad de la plata
A Dios gracias, El Boni no se ha ido de puente, y hemos podido ver en El Pilar las primeras gotas de enjundia torera, de conocimiento de la lidia, de una mente despejada y un oficio y valor espléndidos para no crear, y solventar,  los problemas propios que presenta un toro bravo y que, en ocasiones, se inventan las mismas cuadrillas, empecinadas las más de las veces, en pegarle un tiro en el pie a su propio matador.

En el que abrió plaza, al que vamos a referirnos como utrero -como los seis restantes- porque ese amasijo de carne y pelo no merece llamarse Toro, dió toda una lección de sobriedad. Actitud ante el toro, y la vida, que hoy se lleva poco, y luce menos, pero que rige los cánones de lo que tiene que ser un torero y un hombre. Sacó al utrero del acorazado de picar andándole para atrás, sin abrir la capa, lo sujetó sin necesidad de estrellarlo en el burladero de matadores, sin atosigarlo, dándole su tiempo y su aire hasta que los tanques equinos abandonaron el redondel. Sin un sólo capotazo. El temple, es mucho más que el movimiento rotatorio de una muñeca, o el siseo del pedal de freno del tiempo. El temple es el método a través del cual se ordenan de manera casi geométrica todos los elementos que que intervienen en la lidia. Temple es lo que ha tenido el Boni, para ordenar y mandar, para hacerse con los mandos del timón y dar sentido al desusado término de la lidia. Cuatro capotazos, cuatro, desde que el cuatreño salió del segundo puyazo simulado del jaco hasta que su matador lo recogió muleta en mano.  La lidia del Boni, al Ministerio de Economía.

Lamentablemente, como es uso y costumbre, los muchos que van a los toros y no ven más alla de su propia nariz, se irán a casa con el mensaje equivocado: `hay que ver, la suerte que tiene el Cid con los sorteos´. La lotería es su cuadrilla, y el gordo es el Boni. 

En el cuarto, le puso la gente a rabiar con un genial par de banderillas, más bello en la preparación que intenso en el embroque. Si además de hacer las cosas bien se puede poner a la gente a favor, miel sobre hojuelas. En la brega de este utrero no le anduvo a la zaga el Alcalareño. Bien por ellos.

Así, a El Cid le llegaron dos criaturas que por lo menos se pudieron mover, que no se cayeron, y que dieron sólo una poca de pena, situación que viendo como están las cosas, es casi digna de estudio. Es un Cid que va recuperando confianza, que torea más asentado, que no se arredra y al que la cabeza le sigue carburando. Su muleta no tiene la magia de antes, el pico ha ido sustituyendo a la panza de la tela, y el maestro se situa un metro más acá que antes, en que se ponía allá, en el pitón contrario. Soy de los que piensa que el que hoy, y en la mayoría de las veces en este año,  hemos visto torear es un buen Cid, que no es aquel capitán de la nave taurómaca que no había mar con el que no pudiera, pero que sigue siendo mejor que todos los importantes que cosechan triunfos de los que venden en Enero en El Corte Inglés. Salió por la Puerta Grande, con dos orejas cariñosas que su toreó no mereció, pero que le permiten despedirse de un año tan duro con un buen sabor de boca.


Fandi se llevó una ingrata sorpresa, pues el lote le salió rana, y los bichos negruzcos de cuatro años engordados por Salvador Domecq le han salido más respondones de lo que su genealogía de bobos hace indicar. El quinto le hizo sudar y le devolvió el agravio de las carreras y los brincos en banderillas dándole una voltereta con paliza incluida. No fue capaz de sobreponerse como lo hacen los toreros buenos, con la sobriedad a la que nos referíamos antes, y lo que hizo fue meterse en una absurda guerra en la que un hombre pegaba mantazos y un organismo con masa córnea que tiraba topetazos. Y eso que el organismo cuatrípedo de haber tenido otro delante con algo de inteligencia, por lo menos de la taurina, hubiera embestido hacia delante, con codicia hasta el umbral del cortijo que se le podía adivinar. Pero no. No fue llevado, ni mandado, ni exigido, ni toreado entonces, por la muleta de Fandila. Cuando hay toro... no hay Fandi que valga.

Y Talavante vino con uno de esos días en los que sí, pero no... Otra vez será.


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