Revista Salud y Bienestar

La sonrisa de Paula

Por Javier Rojo @blogtueii

Aquel maravilloso 26 de Junio descubrí los ojos más bonitos de este mundo, allí estaba, sobre mi pecho pocos segundos después de haber llegado al mundo, mirándome como si entendiese todas las cosas que le decía, junto a nosotras, en la sala de parto, nos rodeaban el médico, la anestesista y la enfermera, todos a la espera de que terminase de dar la bienvenida a “mi tesoro”, tras varios minutos, me dijeron: “enseguida te la devolvemos”.  Con tan apenas unos minutos de vida la enfermera llevó a Paula, que así se llama mi pedacito de cielo, a presentarla a su papá que quedaba sorprendido al ver un bebé tan espabilado que le miraba con aquellos ojazos y que al llegar a él, le hizo un guiño, fruto de algún acto reflejo, supongo.

Fueron unos 11 maravillosos años, una niña tan buena y llena de vida, cuando ella sonreía sus preciosos ojos hacían lo mismo. Pero un fatídico mes de octubre, tras un mal verano, una colonoscopia y pruebas varias, mi alma se cayó al suelo, mi hija tenía “Crohn”, una enfermedad incurable.  Tras varios ingresos en el hospital, meses con alimentación enteral, asistiendo a clase de 12 a 14h, mi pequeña “Gran Guerrera” no dejó de lado sus estudios, con gran esfuerzo por su parte; cuando aparecían los cólicos se tumbaba en la cama y cuando estos cesaban, proseguíamos con las clases de matemáticas y demás asignaturas; aquel año sacó toda la fuerza y coraje que poseía, aprobó todo el curso con unas notas maravillosas, varios notables e incluso un sobresaliente, pero lo peor aún estaba por llegar.

Conseguimos pasar los malos momentos sin dejar de sonreír, cada día buscábamos una excusa para reírnos juntos, incluso su padre y ella se inventaron un baile para los momentos del batido (6 semanas interminables en dos ocasiones en las que únicamente se alimentaba con un preparado que tragaba sin respirar) aquel era “el baile del batido” antes de tomarlo se reían juntos y tras terminar el baile se bebía el brebaje entero; he de confesar que en varias ocasiones tomé alguno entero, junto  a ella, para darle fuerzas y ánimo, brindábamos con las copas de cóctel y aquello caía como una bomba en el estómago y te saciaba.

No había día que no hallásemos ningún motivo para reír. Incluso en los momentos previos a las pruebas médicas bromeábamos, antes de realizarle la entero -resonancia de contrastes un enfermero muy osado le trajo una botella de litro y medio con una pócima fluorescente con sabor a insecticida; pensé: “Dios Santo, si pesa 30 Kg mi niña, ¿qué tamaño de estómago piensa este señor que tiene?”, así, que ni corta ni perezosa hice de tripas corazón e iluminé mis intestinos mientras que mi chiquitina hacía lo mismo para terminar el brebaje; tras finalizar la RM avanzamos las dos por el pasillo muertas de la risa, pensando en que si cruzásemos ante una lámpara de infrarrojos descubrirían que habíamos compartido una velada de botellón en la sala de espera.

El curso continuó, en la tercera evaluación ya iba la jornada completa a clase.  Según se acercaba el final de curso, yo notaba que salía del colegio y llegaba hasta el coche sonriendo, pero esta vez sus ojos ya no sonreían, no tenían ese brillo y esa vida que siempre me había enamorado.  No quiso perderse la excursión de fin de curso, llegó agotadísima, pero consiguió que su médico le diera su consentimiento y fue con sus amigos.  A los pocos días celebró su cumpleaños junto a sus amigos haciendo piragüismo, ahora lo pienso y se me estremece el alma, no sé cómo consiguió remar durante dos horas en las condiciones en las que se encontraba; de nuevo su fuerza y coraje afloraban y le ayudaban a conseguir sus propósitos.  Dos semanas más tarde y debido a mi jornada laboral pasaba la mañana en casa de su abuela, cuando la recogía, nuevamente volvía a ver esa preciosa sonrisa, pero de nuevo esos maravillosos ojos no sonreían.  Esa misma semana, un día a media mañana, no pude más, en el trabajo hablé con mi superior y le dije que sentía que algo no marchaba bien, que tenía que llevar a mi hija a urgencias y corrí a buscarla.  Los ojos de mi hija me transmitían mucho dolor, llevaba varios días rondándome por la cabeza una idea que golpeaba una y otra vez ni corazón “mi hija está muy mal”.  Bendito aquel día que salí del trabajo y fuimos al hospital, de nuevo sacó fuerzas, imagino que de su alma porque desde el parking hasta el hospital había bastantes metros y fue andando poco a poco; más tarde el especialista confesó que un adulto en su situación habría llegado en ambulancia.  Los medicamentos que iban a conseguir que los brotes de Crohn cesaran le habían generado efectos secundarios, su médula estaba a “cero”. Tras siete transfusiones de sangre y plaquetas  consiguió recuperar la sonrisa de sus ojos, aquel 23 de Julio volvimos a nacer, los resultados de la punción en la médula espinal revelaron que todo iba a salir bien.  Llené su habitación del Hospital de globos, la felicidad inundaba de nuevo mi alma, revivía de nuevo aquel 26 de Junio de hace 12 años cuando el médico colocó “mi tesoro” sobre mi pecho y me miró con sus preciosos ojos.

Mi pequeña se recuperó, y hoy en día está en remisión gracias a un medicamento biológico que se inyecta ella sola desde los 14 años.  Su sonrisa ilumina todo por donde pasa, en su calendario señala con una estrella los días que se ha de pinchar y tras el pinchazo dibuja una gran sonrisa junto a dicha estrella, ¡es genial!

A los 15 años, otro percance en su vida, se rompió el ligamento cruzado anterior y finalizó el curso en silla de ruedas; el verano siguiente le operaron de la rodilla, tras mucha rehabilitación y esfuerzo pronto pudo andar, pero nada le detenía, quedaba son sus amigos pese a ir en silla de ruedas, sin tener ningún reparo ni obstáculo; nada se le ponía por delante.

Normalmente los hijos aprendes de los padres, pero yo he aprendido mucho de mi hija, me ha dado fuerzas para atravesar estos momentos y me ha enseñado que con esfuerzo y alegría todo es posible.  Es una gran hija, gran amiga, excelente estudiante, pero lo más importante “una gran persona”.

Toda esta situación nos ha cambiado a toda la familia, Paula ha crecido como persona y sigue demostrando día a día su coraje y valentía, es una estudiante de bachillerato de ciencias que prepara su futuro con gran ilusión y mucho esfuerzo; mi marido está contento, aunque a veces sigue preguntándose “¿por qué a ella?”; y yo soy feliz si mi hija está contenta y sus ojitos también; comprendí lo importante que es la donación, ¡puedes salvar vidas! Cada vez que dono sangre, cierro los ojos y me emociono pensando que posiblemente mi sangre pueda salvar al “tesoro” de alguien.  Estaré agradecida de por vida a aquellas personas que con su sangre salvaron la vida de mi hija, “mi gran tesoro”.

Cristina.


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