Revista Cine

La tienda de los horrores – Drácula contra Frankenstein (Jesús Franco, 1971)

Publicado el 01 octubre 2014 por 39escalones

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Concebida como particular homenaje de Jesús Franco a los terrores que en su juventud le inspiraran las cintas de horror de la Universal, haciendo acopio de atmósferas, motivos, entornos y personajes y pasándolos por el filtro del erotismo y de sus obsesivas aproximaciones al concepto de dominación, Drácula contra Frankenstein (1971) apenas supera la categoría de engendro infumable. Desconcertante, caótica, incoherente, caprichosa, gratuita, la película, producto de alguna clase de antojo de carácter intestinal, obvia cualquier idea de lógica narrativa o de respeto a sus fuentes de inspiración, ya sean literarias o cinéfilas, para conformar un artefacto amorfo, arrítmico, con escasos diálogos, que pretende envolver e impresionar con una sucesión de estampas vampírico-terroríficas y un catálogo de excesos sanguíneo-sexuales (metafóricamente hablando), pero que no cubre los mínimos exigibles de dignidad y decencia que permitirían considerar como cine de miedo una obra que supone más bien una involuntaria ridiculización del género, una caricaturización inconsciente de sus máximos puntales.

1. La premisa es delirante: después de unos cuantos episodios en los que Drácula (el suizo Howard Vernon, un clásico del cine de Jesús Franco) y sus acólitas vampiras de buen ver (que no se sabe quiénes son ni de dónde salen) chupan la sangre a unas cuantas buenas mozas del pueblo, el doctor Seward (el primer personaje literario cuya esencia se salta Franco a la torera, interpretado por Alberto Dalbés) se llega al castillo de Drácula como Pedro por su casa, localiza la cripta, el ataúd, y le clava una estaca (estaquita, más bien) que reduce al monstruo a la categoría de murciélago raso. Pero claro, Seward no cuenta con que el doctor Frankenstein (¡) llega hasta allí para resucitar al conde gracias a una transfusión de sangre procedente de una cantante de cabaret (¡¡) que ha secuestrado Morpho (el inefable Luis Barboo), su secuaz. Ya puestos, Frankenstein (Dennis Price), que se ha hecho acompañar por su famoso monstruo (posiblemente la recreación más patética que ha visto el cine de la criatura de Mary Shelley), toma una decisión: junto a Drácula, las vampiras, el monstruo (Fernando Bilbao), Morpho y el Hombre Lobo (Brandy), que pasaba por allí, decide crear un ejército del mal para dominar el mundo. Toma ya.

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2. Este espectacular cagarro se construye sobre la habitual precariedad de medios del cine de Jesús Franco (repetición de tomas de transición, lo cutre del acabado, el poco talento para aprovechar las escasas escenografías disponibles, los lamentables efectos especiales -esos murciélagos voladores cuyos cables se ven claramente, por no hablar del maquillaje, con las cicatrices del monstruo pintadas con rotulador rojo…), sin ninguna intención de seguir un hilo narrativo medio normal, con un carrusel de imágenes sensacionalistas que mezclan terror y erotismo (apariciones súbitas de rostros terribles en la ventana, succiones de sangre que semejan coitos o violaciones, insinuaciones de lesbianismo entre la vampira y su víctima, etc.), que se pasan por el bajo vientre los referentes literarios que utiliza de forma bastarda, y con un guion que camina hacia el más absoluto despropósito con situaciones inverosímiles, personajes risibles y comportamientos inexplicables que sirven para desmantelar los planes del maléfico doctor.

3. Elevada por algunos a la categoría de cinta de culto (a la que hace años que se asciende casi cualquier cosa), la película tampoco se sostiene en lo visual. Con altibajos en cuanto a la creación de atmósferas, las excelentes localizaciones para el rodaje están más que desaprovechadas por una realización torpe y una fotografía más borrosa que nebulosa, además de una música que abusa del impacto sonoro-chirriante. A Jesús Franco parece interesarle más la composición de los puntuales momentos de terror que dotar de uniformidad y coherencia al conjunto (apenas 85 minutos de metraje), y, aunque de ese empeño sale bien a ratos (la primera aparición de Vernon, por ejemplo), la cosa marcha bastante peor la mayor parte de las veces. Los “complicados” aparatos que maneja Frankenstein para sus propósitos “clínicos” (cajas de cartón gris con botones y cables que crepitan y zumban), el enaltecimiento de la ciencia del mal, choca con los remedios “naturales” recomendados por la gitana Amira (Geneviève Robert), único intento medianamente esbozado de abordar alguna clase de idea que tratar en el argumento, que parece basarse únicamente en los caprichos del momento del director. El resto no es más que una especie de cómic de tercera, deshilachado y simplón, un batiburrillo de personajes, situaciones e historias que Franco destila para obtener un sucedáneo vulgar, zafio y carente de todo encanto.

Por otro lado, la cinta carece de actores; está interpretada íntegramente por perchas. Además de pasarse casi todo el tiempo sin hablar (el personaje que más se explaya, el doctor, lo hace en off, recitando en voz alta páginas del diario que escribe de su experiencia, mientras pone cara de merluzo y muerde la pluma, se rasca la barbilla y pone mirada “de pensar”), los personajes se mueven por el escenario, pero no son siquiera unidimensionales; no alcanzan la idea de dimensión. Son espantapájaros, dibujos de tebeo, gente que pasa por la pantalla y hace cosas, no están caracterizados, no son nada.

En suma, otro espantoso subproducto de la factoría Franco, aunque incluso superior en calidad a los bodrios que filmaría en su etapa Suiza o el softcore y la pornografía que encaró en los últimos años. Nada que ver con la previa y prometedora, en lo técnico y en lo artístico, del director, cuando en su horizonte no estaba empeorar a Ed Wood o William Beaudine.

Acusados: todos

Atenuantes: es corta

Agravantes: la falta de vocación irónica; la película se toma demasiado en serio, aspira a la trascendencia, a la dignidad del género, y no a la única solución para un guion tan nefasto, la vocación paródica

Sentencia: culpables

Condena: introducción de estaca mientras ven su propia película


La tienda de los horrores – Drácula contra Frankenstein (Jesús Franco, 1971)

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