Revista Cine

La tienda de los horrores – Howard, un nuevo héroe

Publicado el 15 diciembre 2012 por 39escalones

A petición popular de Francisco Machuca.

La tienda de los horrores – Howard, un nuevo héroe

Pues sí. Aquí tenemos a una buena moza a punto de consumar con un pato. Nada más lejos de la realidad, porque Howard, un nuevo héroe (Howard the duck, Willard Huyck, 1986) viene de la factoría George Lucas, y ya sabemos lo que eso significa: cine familiar convenientemente azucarado, almibarado y completamente desprovisto de cualquier controversia intelectual, sentimental o sexual. Tal es así, que Lucas y su director de turno, el tal Willard Huyck, irrelevante y convenientemente olvidado, tomaron el tebeo de la compañía Marvel y al personaje de Steve Gerber en los que se inspira la película y los vaciaron de cualquier pretensión trascendente o inteligente, y también de contenido sexual (si es que Marvel llega a tener de todas esas cosas), para configurar una comedia familiar blanca, con la ¿atractiva? novedad de un pato como protagonista principal. Pero ojo, no un pato cualquiera que cocinar a la naranja, sino un pato extraterrestre que se conduce con irreverancia dentro de los viejos clichés cómicos del “pez fuera del agua”. O, en este caso, del pato fuera del estanque. Lo que no es moco de pavo; perdón, de pato.

Así que, aquí tenemos a Howard, un pato intergaláctico que llega a La Tierra por un error de laboratorio de su planeta de origen -ya sabemos que en los planetas remotos y desconocidos hay patos y que además se les ponen nombres anglosajones-, una pifia con un láser (igual lo que querían era asarlo a la parrilla) para luchar contra el doctor Jenin (caramba, su nombre es más raro que el de un pato venido de otro universo), que cuando elabora un complejo experimento para intentar devolver a Howard a su mundo queda atrapado por la energía maléfica del invento y se convierte en el Señor de las Tinieblas, el malo maloso. Eso sí, mientras tanto el pato no pierde el tiempo e intenta zumbarse a Beverly, la cantante de rock que le acoge en su casa. Porque, ¿quién no acogería en su casa a un pato interplanetario llegado de otra galaxia que habla inglés y que tiene un nombre inglés, y se lo llevaría a la cama para centrifugarle las plumas? La premisa de la película termina ahí. Bueno, y la película, aunque dure 111 interminables minutos de estupideces encadenadas.

Lo verdaderamente bochornoso de este asunto es su origen, nada menos que LucasFilm, la empresa de George Lucas vendida recientemente a Disney (otros que tal bailan), y su conclusión, nada menos que el nacimiento de Píxar (otros que, más allá de aciertos ocasionales, se las traen también). Algo bueno, no obstante, surgió del pato galáctico: George Lucas rozó la ruina, y gracias a eso dejó de embarcarse en proyectos similares. Contra lo que suele pensarse, la carrera mercadotécnica de George Lucas, una vez que abandonó su empeño de juventud de ser director de cine y se concentró en explotar comercialmente el legado de su primera trilogía de Star Wars a base de muñequitos y dibujos animados, no ha sido ni mucho menos un éxito. La primera piedra de toque, su primera comprobación de que no podía echarse a dormir y a cobrar en dólares mientras viviera, vino con el fracaso de recaudación de la última entrega de la saga de Han Solo, Leia, Luke, Yoda, Vader y compañía. Menos valorada por la crítica que sus dos entregas anteriores, el público tampoco respondió en la abrumadora mayoría en que lo hizo en los casos antecedentes, y la enorme inversión en el cierre de la historia, unida a la poca repercusión en la taquilla, supuso un relativo fiasco económico. Además de ello, había que añadir el multimillonario divorcio de Lucas por esas fechas, que lo dejó tieso como la mojama. Lo del divorcio se explica: como George Lucas diseñó los Ewoks de su última película mirándose al espejo, su esposa, al verlos en la pantalla, se dio cuenta realmente de con lo que se había casado, y naturalmente, se divorció.

Y ahí tenemos a George, que ha sobrevivido gracias al consumismo y al márketing del público menos preparado, porque como gestor comercial es un desastre (la ruina de su rancho Skywalker, que debía ser un lugar de promoción, estudio y gestación de nuevos cineastas de su cuerda, así lo prueba), buscando un proyecto para recuperar sus millonarias pérdidas. ¿Y cuál es? Pues el pato, ni más ni menos. Total, ¿qué supone invertir 34 millones de dólares de 1986 en una película de un pato follador extraterrestre? Una minucia para Lucas, genio de las finanzas. Obviamente, la cinta recaudó en taquilla apenas 12 millones -demasiado me parece-, y Lucas volvió a estrellarse. Para no irse a dormir bajo un cartón en un callejón, Lucas optó por vender varias de las subdivisiones de su complejo industrial cinematográfico LucasFilm, entre ellas The graphics group, empresa destinada a investigar sobre las recientes técnicas de animación por ordenador. Comprada por el nuevo dios de los adictos a las tecnologías, Steve Jobs (el inventor de diversos cacharros, generalmente usados por la gente para cosas inútiles), esa empresa terminó llamándose Píxar, con la historia que todos conocemos.

Pero volvamos al pato propiamente dicho. Como ayudante del laboratorio terrícola que intenta hacer volver a Howard a su planeta, tenemos nada menos que a Tim Robbins, convertido luego en conciencia izquierdista de Hollywood, en lo que seguramente es la película más vergonzosa de su carrera; como Beverly está Lea Thompson, cara no demasiado desconocida en los ochenta (especialmente en la saga Regreso al futuro); y como malo maloso está el pelo-panocha de Jeffrey Jones, carismática presencia en comedias de distinto pelaje en los ochenta y noventa, o también en películas con más pretensiones, como interpretando al emperador de Austria-Hungría en Amadeus (Milos Forman, 1984). Ah, claro, y como pato, pues tenemos a un pato de felpa y peluche al que dan vida distintos actores y especialistas sin importancia. Por ahí anda también Paul Guilfoyle, famoso policía televisivo y habitual presencia en películas de intriga y violencia menos amables. La vergüenza no acaba ahí: la música del film es del otras veces mucho más afortunado John Barry, y en el guión se encuentran William Huyck, hermano del perpetrador máximo de este bodrio, y Gloria Katz, ambos amigos de Lucas, estudiantes de cine de su misma promoción (y digo yo, ¿sirve de algo estudiar cine cuando se hacen estos bodrios? ¿Sirve de algo cuando los máximos representantes del arte cinematográfico jamás estudiaron en ninguna escuela de cine?); de hecho, Gloria Katz coescribió con Lucas American graffiti. Tremendo cóctel del que sale lo que sale, uno de los peores bodrios de los ochenta, que ni siquiera tiene gracia, ingenio ni picardía alguna, nominado a cuatro premios Razzie en su día, y también a uno especial a la peor película de los ochenta (con lo que supone decir eso precisamente en los ochenta, en conjunto, la peor -o menos buena- década de la historia del cine).

Esta especie de Alf emplumado es una buena muestra del grado de estupidez y mediocridad que puede alcanzarse en una industria manejada con demasiado dinero y muy poco talento, un ejemplo de lo peor de Hollywood (los estudios Universal colaboraron en esta “magnipifia”), y la prueba de que George Lucas dejó de ser cineasta antes incluso de llegar a ser un buen director de cine para convertirse en un Ewok de carne, hueso, grasa y pelo. Cabe pensar: ¿se hubiera degradado cualquier genio del cine de las décadas anteriores a filmar una película con un pato galáctico como protagonista? ¿Qué ha ocurrido en directores, guionistas, productores y público para que estas cosas resulten posibles, hoy todavía, en el siglo XXI, como lo fueron en los ochenta? La estrategia de infantilización masiva continúa hoy, pero empezó gracias a, entre otros, George Lucas y a las generaciones de consumidores de películas, que no espectadores, nacidos de su cine, del de sus amigos y sus imitadores.

Acusados: todos

Atenuantes: ninguno

Agravantes: todo el proyecto en sí es un gigantesco agravante en sí mismo

Sentencia: culpables

Condena: ser cocinados a la naranja, previamente introducida por el orto…


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