Revista Cine

La tienda de los horrores – Señales del futuro

Publicado el 15 enero 2011 por 39escalones

La tienda de los horrores – Señales del futuro

Esta remojada versión del capitán Pescanova de la foto permite al menos escapar del espantoso (des)peinado que Nicolas Cage luce en este vomitivo e inexplicablemente estrenado engendro cinematográfico en el que muestra durante más de dos horas interminablemente tediosas, angustiosas y repelentes su cara de “asomado permanente” ante todo lo que le acontece. Actor de una única cara durante toda la película, comparte con el espectador su pasmo por la vaciedad y estupidez, de tintes en última instancia religiosos, a los que asiste durante todo el metraje, un sinsentido de acontecimientos sin lógica, explicación o finalidad alguna más allá de convertirse en vehículo propagandístico de un mensaje de vidas ultraterrenas que la religión lleva vendiendo durante un par de milenios sin que nadie, ni ellos mismos, haya terminado de creérselo de verdad.

En 1959, durante la inauguración de un nuevo colegio (que se inaugura después de entrar en uso, por lo visto), una profesora pide a los niños que realicen un dibujo que introducir en una cápsula del tiempo que, enterrada en la entrada del edificio bajo una placa conmemorativa, será abierta cincuenta años más tarde. Sin embargo, Lucinda, una niña tímida, callada, misteriosa, que además de parecer un cadáver se comporta de manera extraña y parece ver visiones de seres que nadie más ve, inducida por el rumor de unas voces que escucha en su mente, se limita a llenar una página en blanco con una secuencia de números aparentemente sin significado. Cincuenta años más tarde, el sobre que contiene su secuencia numérica es entregado a Caleb, el hijo de un profesor de astronomía del Instituto Tecnológico de Massachussets cuya esposa falleció poco tiempo atrás en el incendio de un hotel y que descubre en esos números un patrón de lo más inquietante: los números aparentemente alineados por capricho responden sin embargo a una lógica interna; indican la longitud y la latitud, la fecha y el número de víctimas de distintas catástrofes ocurridas en el planeta desde 1959 hasta la actualidad (de 2009). Y lo que es peor: dos de las fechas todavía no han tenido lugar, por lo que se avecinan dos piñazos de aúpa… Por supuesto, ni él ni el amigo del Instituto que intenta emparejarlo con alguna prójima se lo creen, pero los hechos, el primer accidente (que casualmente ocurre en la carretera de camino a su casa) de los anunciados, le hace convencerse de su loca teoría. Lo que pasa es que, tatatachááááán, el último accidente no es ni más ni menos que el fin del mundo, y claro, el tío se preocupa.

Tamaña sandez poblada de huecos y lagunas de guión sirve únicamente al capricho de la falsa espectacularidad de una innecesaria orgía de efectos especiales cuya única finalidad es el mesiánico mensaje de la salvación en la otra vida merced a unos individuos de tipo angélico (cabellos claros, tez blanca) que, revestidos de naturaleza extraterrestre (naves espaciales, vida más allá del planeta), acuden a la Tierra a salvar a los elegidos, mentes y corazones puros no imbuidos aún de la maldad intrínseca de los seres humanos. Una vez abandonado el interesante planteamiento que supone la idea inicial, la predicción exacta de una catástrofe que alguien intentaría evitar contra el escepticismo de familiares, amigos y autoridades, y que merecía otro desarrollo más ambicioso e inteligente que el mero gasto de dólares en chapucerías por ordenador, la película navega en una interminable carrera de Cage, primero para averiguar lo que ocurre, y después para salvar al mundo (redención y reconciliación de por medio, por supuesto, en plan Disneworld), más cerca de la pura acción y cacharrería de rotura de chapa y pintura de un Diluvio Universal bíblico mutado aquí en computerizada inmolación presupuestada por un productor hollywoodiense que de las reflexiones asociadas a la desaparición de la especie humana (y junto a ella todas las demás), a la cuestión medioambiental o a cualquier otra de índole apocalíptica que no se reduzca al castigo divino y a la salvación de los niños buenos (bastante pedorros, por cierto).

Contada a golpe de efectismos de guión, a trompicones, con un texto que avanza como pollo sin cabeza abandonando cualquier idea de ¿lógica? (¿es posible la lógica en una historia así, absurda por definición?) en aras de intentar sorprender a cada paso a un espectador que ve la tragedia ajena con la indiferencia de quien quiere darse una cabezada a costa del aburrimiento y el tedio que desprende la pantalla a causa de unos personajes con los que resulta complicado sintonizar, la película contiene una pésima mezcla de tonos y maneras incompatibles entre sí, desde el cine de posesiones demoníacas del inicio al puro espectáculo de acción, pasando por el cine de inspiración religiosa de tono mesiánico, que el delirante guión todavía consigue empeorar gracias a su ramplonería en el dibujo de personajes y a la ceremonia de la confusión que pretende erigir a través de un argumento absurdamente revuelto y complejo como manera de tapar las inconsistencias y las sonrojantes idioteces de una historia insostenible que, para más inri, pretende dotarse de ínfulas de trascendencia y contenido moralizante. Muestra de la ignorancia a la que pueden llegar los productores de Hollywood, la película constituye una nueva prueba de las limitaciones de Cage como héroe de acción, patético maniquí en los experimentos visuales de Alex Proyas, uno de esos aclamados directorcetes de computador, de buenas ideas y nulo desarrollo de las mismas.

La película se convierte por tanto en otro testimonio del Hollywood de hoy, un lugar donde se buscan desesperadamente nuevos planteamientos que vender en taquilla que finalmente derivan en guiones que se explican en una sola frase, que buscan abismos que plantar ante el espectador pero que se agotan en su mero enunciado, que carecen de análisis, de reflexión e incluso de pasión, que se limitan a ser un mero escaparate de puntos de partida que no van a ningún lado, que eliminan cualquier pretensión de pensamiento, de idea desarrollada, de conclusión. El Hollywood de hoy: “el mundo se acaba; corramos a abrazar a nuestros seres queridos para morir con ellos mientras nuestros hijos puros e inocentes son salvados por los ángeles”. Pura pirotecnia. Pura estupidez. Pura nulidad.

Acusados: todos
Atenuantes: la escena del avión que se estrella es realmente espectacular
Agravantes: Nicolas Cage, el delirante guión, el mensaje ultrarreligioso
Condena: culpables
Sentencia: depilación con cuchillo de carnicero para ellas; circuncisión con sierra mecánica para ellos


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