Revista Cultura y Ocio

"La Tierra permanece" de George R. Stewart (1949)

Publicado el 07 noviembre 2014 por Tomas


Título: La Tierra permanece (Earth Abides)
Autor: George R. Stewart. Escritor, historiador, estudioso de la toponimia y la antroponimia, y profesor de Lengua y Literatura inglesas en la universidad de Berkeley. Su novela "Storm", de 1941, es la responsable de que los vendavales tengan nombre de persona. Profundo conocedor de los Estados Unidos, que recorrió profusamente en automóvil, plasmó la realidad de su país en muchos de sus libros, de carácter etnográfico.  
Género y estilo: Es una obra de Ciencia-Ficción blanda, clasificable dentro del subgénero de la distopía. Los personajes y las relaciones entre ellos tienen un gran peso en el conjunto de la novela. Su argumento es dramático, y guarda ciertos paralelismos con las novelas de retrato social de su época, como las de William Faulkner o John Steinbeck
Qué cuenta: Isherwood Williams sobrevive a un virus que extermina a la raza humana. Recorre los Estados Unidos, descubriendo a unos pocos supervivientes, que se han adaptado de diversas maneras a la nueva situación. De vuelta a San Francisco, conoce a Em, una mujer con la que formará una familia, y creará una pequeña comunidad con la que intentará mantener viva la civilización y el legado del mundo perdido, aunque se encontrará con grandes dificultades para ello. 

"La Tierra permanece" es uno de los grandes títulos clásicos de la Ciencia-Ficción, Recibió el Fantasy International Award en su primera edición de 1951, y se incluye en la lista de David Pringle.
Su título procede de la Biblia, del libro del Eclesiastés, 1:4 "Los hombres vienen y van, pero la Tierra permanece"
Podría decirse que Stewart inaugura un tema que sería recurrente en la Ciencia-Ficción y el Fantástico posteriores: la distopía post-apocalíptica, que podemos llamar "del último hombre", en la que una persona (o grupo de personas) sobrevive a un cataclismo, y debe vivir adaptándose a las penosas circunstancias de su nueva situación, que incluyen el desamparo, la carestía de recursos, la exposición a peligros de todo tipo y la indefensión ante sus semejantes, consecuencia de la desaparición de las estructuras social y gubernamental y de las fuerzas del orden. 
La literatura y el cine nos ofrecieron muchas variaciones del tema. Unas buscando la acción y la espectacularidad, como el ciclo de películas "Mad Max". Otras introdujeron el componente fantástico, como "Soy leyenda" de Richard Matheson, o "Apocalipsis" de Stephen King (que reconoció sin ambages la inspiración de la novela que hoy vemos). El subgénero ofrece diversos grados de crudeza, desde las que guardan algo de optimismo, como "El cartero" de David Brin, hasta las totalmente desoladoras y desgarradoras, como "La carretera" de Cormac McCarthy. 
Por su parte, la pionera "La Tierra permanece" proporciona diversos niveles de lectura, que vamos a ver.

Lo primero a considerar es que, a diferencia de los ejemplos citados, "La Tierra permanece" no es una novela en la que prime la acción ni los sucesos fantásticos. Los protagonistas no se enfrentarán a mutantes, zombies, infectados, clanes armados bajo el mando de un caudillo belicoso o bandas de motoristas paramilitares. No es una historia trepidante, ni tiene un ritmo de vértigo ni un tono nihilista y desesperanzador. 
En realidad, "La Tierra permanece" es una lectura plácida, calmada, relajada, cuyo tono recuerda más al de las obras que especulan sobre el destino del planeta ante la ausencia del hombre, en la línea de documentales como "La Tierra sin humanos":

Aviso de esto para que nadie se espere una distopía al uso. El ritmo pausado que Stewart imprime a su obra, recreándose en las relaciones entre los personajes, en sus pensamientos y en su interacción con el entorno tienen mucho más en común con la novela de retrato social de William Faulkner o John Steinbeck que con la Ciencia-Ficción más convencional. De hecho, muchos capítulos transmiten la sensación de que la trama no avanza, o de que "no ocurre nada importante". 
Veamos:  Isherwood Williams, en adelante Ish, es un hombre culto, instruido, graduado en geografía, que durante un paseo por el bosque es mordido por una serpiente de cascabel. Se extrae el veneno, pero debe convalecer cierto tiempo en su cabaña del bosque. Cuando se restablece, descubre que un virus desconocido ha matado a prácticamente toda la población. Recorre todos los Estados Unidos, encontrándose a algunos supervivientes, pero sin comprometerse con ninguno de ellos. De regreso a San Lupo (cerca de San Francisco), se encuentra con una mujer, Em, con la que formará una familia primero, y una comunidad después, cuando se les una Ezra, un hombre a quien habían conocido, y sus dos mujeres. Poco a poco la comunidad va creciendo, a medida que las parejas van teniendo hijos, y estos tienen hijos a su vez. Ish intenta que los conocimientos y la estructura social que conoció se perpetúen, pero poco a poco se evidencia que la comunidad no tiene interés en crear nueva sabiduría, y se conforma con vivir día a día una existencia cómoda y simple, mientras los tiempos "de los antiguos americanos" se van convirtiendo en una leyenda. 

Como comenté, "La Tierra permanece" tiene varios niveles de lectura. Uno de ellos es el mensaje ecologista, el llamamiento a una vida sencilla, en contacto y comunión con la naturaleza, con los ciclos que establece, y a un aprovechamiento racional de sus recursos. Durante su viaje por los Estados Unidos, previo a establecerse de nuevo en San Lupo, Ish se encuentra con unas personas de raza negra que se han constituido como un grupo familiar. Viven en su humilde cabaña, cultivan maíz, judías y algodón (producto innecesario ya) y crían gallinas y cerdos. En Nueva York halla a un hombre y una mujer, urbanitas neoyorquinos de pura cepa (el límite de su mundo es Broadway; Brooklyn es para ellos "como Arabia") que pasan el tiempo jugando interminables partidas de póquer, leyendo novelas, escuchando música en un fonógrafo de cuerda, alimentándose de comida enlatada y bebiendo licores. La mayor preocupación de ella es no tener hielo para los martinis. 
Es evidente qué personas sobrevivirán en el nuevo mundo y cuáles no. Ish se erige como líder natural de su comunidad, y para sus miembros más jóvenes terminará convirtiéndose en un ser cuasidivino, revestido por la autoridad que le concede portar el martillo, una simple herramienta que pasa a ser un símbolo de poder. Pese a ello, su insistencia en la necesidad de aprender a cultivar maíz, a criar ganado, de que los niños sepan leer y escribir, de conservar y transmitir los conocimientos del mundo perdido, no cala en sus compañeros. Todos prefieren llevar una vida regalada, subsistiendo de la rapiña de las tiendas de San Lupo: latas de conserva, armas y municiones, tabaco, fósforos, ropas... el suministro parece inagotable. 

Así, la comunidad es indolente, insensible a la pérdida de los servicios que antes se consideraban básicos. Cuando el suministro de agua corriente se interrumpe por falta de mantenimiento de las canalizaciones, simplemente se acude a por agua al arroyo. Cavar pozos, por insistencia de Ish, es una labor cansada que se pospone continuamente. 
Pese a todo, Ish logrará garantizar el futuro de su Tribu (nombre que le dan a la comunidad) mediante psicología inversa, y el final del libro muestra el regreso de sus miembros a un estado de barbarie (que no de salvajismo) completamente adaptado a su nuevo medio. 
Otro nivel de lectura es uno que podríamos llamar religioso o bíblico. Es fácil ver a Ish y Em como unos nuevos Adán y Eva, y también a Ish, con su martillo, como un patriarca bíblico, un Moisés con su inseparable cayado, guiando a su pueblo hacia la tierra prometida. La tribu (otro término del Antiguo Testamento) crece y se multiplica, que en la Biblia es el mayor símbolo de prosperidad de un pueblo. Y al igual que el pueblo elegido, la tribu de Ish es puesta a prueba por una sucesión de plagas: hormigas, ratas, langosta, pumas... y unas fiebres tifoideas que diezmarán su escasa población. 

Resulta curioso, porque el tratamiento de la religión es ecuánime en la novela. La tribu contiene ateos como Em, escépticos como Ish, y diversas vías del cristianismo (católicos y protestantes metodistas), pero no se llega a organizar culto alguno. Avanzada la trama, observaremos que los más jóvenes desarrollan una religión simple, animista, en la que "los americanos" son los seres ancestrales que crearon el mundo (tanto lo artificial como lo natural), criaturas fantásticas, mitológicas, poseedoras de unos conocimientos ahora perdidos, pero que no se añoran, simplemente no se comprenden.
Y tenemos un nivel metafísico. La novela está dividida en tres partes, de longitud desigual, con un total de veintidós capítulos, y estas partes representan las tres etapas en la vida del hombre: juventud, adultez y vejez. La trama cubre desde la juventud de Ish (no se especifica, pero media la veintena cuando comienza la historia) hasta su senectud. De igual modo, y de acuerdo a la frase "la ontogénesis resume la filogénesis", las tres partes son también las tres fases de desarrollo de la nueva sociedad, del nuevo mundo surgido del Gran Desastre, la caída del anterior.

Es llamativo como la tribu inicia a contar el tiempo desde cero y rompe con el calendario gregoriano, tallando Ish con su martillo en la roca el número del año, al que nombran con un suceso significativo de dicho año (el año de los toros, el año de los niños, el año malo, el año bueno...). La muerte de Ish es la muerte del viejo mundo y el nacimiento del nuevo, en el que los jóvenes, muchos de ellos bisniestos de Ish, ya han aprendido a disparar el arco, a hacer puntas de flecha, a vestir pieles, a no matar si no es imprescindible, a alimentarse de la caza y la recolección, ya no de conservas. En resumen: están viviendo como los indios americanos, los antiguos habitantes de lo que fueron los Estados Unidos.
Y tendríamos un nivel sociológico, pues "La Tierra permanece" se podría englobar en la Ciencia-Ficción social, y como ya comenté George R. Stewart fue un buen conocedor de la realidad de su país, que reflejó en varios libros tras empaparse de ella de primera mano, recorriendo el país en automóvil por carreteras secundarias. La tribu, como dice Ish en varias ocasiones, no es representativa del conjunto de la sociedad, pues está compuesta de individuos únicos e irreemplazables, pero sí que permite a Stewart retratar diferentes tipos de la sociedad estadounidense de la época, y llama la atención los distintos papeles que juegan. Ish, el erudito preocupado por el espíritu de su comunidad, que no para de pensar y de preocuparse por cuestiones que a los demás les resultan baladíes; Em, que pese a ser poco intelectual, posee una templanza y un espíritu de ánimo que mantienen cohesionada a la comunidad, y de quien surgen las ideas más juiciosas; Ezra el optimista voluntarioso; George, poco inteligente pero trabajador infatigable; Joey, el malogrado sucesor natural de Ish... 

Y ya que hablamos del tema, llegamos a uno de los puntos fuertes de "La Tierra permanece": los personajes. Stewart se revela como un gran creador de personajes, y éstos son los que dan a la novela la fuerza que no obtiene de una trama llena de acción y emociones. Personajes profundos, elaborados, definidos, con matices, defectos y virtudes. Personajes vivos y palpables [algo de lo que adolecen muchas obras de Ciencia-Ficción, especialmente la dura], con los que empatizar y sufrir, e incluso enfadarse cuando son condescendientes con el sufrido Ish, o estremecerse cuando la presencia de un turbador forastero les obliga a hacer justicia por primera y última vez en la historia. 
A la intrahistoria de estas personas transcurre, paralelamente, la historia de la Tierra, que en el texto se diferencia con letra cursiva. Si más arriba dije que "La Tierra permanece" tiene un algo de documental, es en estos pasajes donde se hace más evidente. Debo decir que aquí se incluyen los datos más duros, en particular para aquellos que gustan [gustamos] de los animales, pues asistimos a la muerte de aquellas mascotas y animales de granja que permanecen cerrados en casas y establos cuando sus amos ya no están para atenderlos. Luego conocemos la suerte de perros, gatos, ganado, animales salvajes, plantas... y sus diversos probabilidades de éxito y adaptación a la nueva realidad en la que el hombre ya no es el rey de la Naturaleza. Los edificios se caen, los automóviles se estropean al aire libre, las carreteras se agrietan, la vegetación invade las ciudades, por las que campan a sus anchas los animales, el Golden Gate se va desmoronando... el título de la obra cobra todo su sentido, cuando descubrimos que la vida en nuestro planeta, de una u otra manera, se abre camino y sigue su curso sin nosotros. 

Así que aún podemos ver otro nivel de lectura, el filosófico, pues George R. Stewart reflexiona sobre la pequeñez del ser humano frente a la Naturaleza, la insignificancia de nuestra especie y la fragilidad de la sociedad que ha construido, de sus símbolos, sus logros, sus conocimientos y su dominio del planeta, que pueden desaparecer de un plumazo, sin que la Tierra deje de girar y albergar vida.
Todo ello en una novela de lectura cómoda y placentera, pero repito: no es una novela de Ciencia-Ficción corriente, y no se deben esperar acción desbordante ni emociones fuertes, porque no las contiene. Es una lectura que invita a la reflexión y que tiene el talento de crear imágenes muy vívidas en la mente del lector. Personalmente la recomiendo sin duda, pensando además en lo temprano de su escritura (1949), por ofrecer una historia post-apocalíptica muy diferente a las que posteriormente proliferarían, y que invita incluso a una posterior relectura (algún día) para aprehender todo los mensajes que incluye. Nos leemos!

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