Revista Cultura y Ocio

La tragedia de una madre entregada

Publicado el 11 septiembre 2015 por Escuela Tai @escuelatai

Los peores temores que puede tener un espectador al ir a ver una película son sufrir o sentirse incómodo. El sufrimiento nos inhibe, nos vuelve vulnerables a la realidad y, en algunos casos, consigue que nos invada la lágrima fácil. La incomodidad es tan solo una consecuencia de la exposición. Yo no sé si el cine debe ser un vehículo de expresión de la desgracia humana que nos haga reflexionar sobre nuestra condición o un elemento de evasión constante a través del cual poder llegar a mayores cotas de bienestar personal, como si fuera un placebo. Lo coherente es utilizar una mezcla de los dos: no abusar del drama por el drama o de la moralina barata, pero tampoco crear un producto superficial e inhibidor. El equilibrio, como en otros muchos aspectos, es la clave. Pongo un ejemplo entre cientos que se me ocurren: si tenemos a un lado los melodramas de Douglas Sirk y al otro la fría y analítica poética de Robert Bresson, una mezcla equilibrada sería la de Alain Resnais. Por supuesto que el hecho de encontrarse la balanza inclinada hacia uno de los dos extremos no implica que la obra carezca de interés o sea mala, pero el equilibrio entre ambas suele crear productos mucho más completos.

En el caso de las películas de Julio Medem el espectador se encuentra ante un vaivén de sentimientos y emociones inconstante. Mientras que películas como ' Tierra o La ardilla roja' eran mucho más contenidas y anteponían la historia y los personajes a las emociones más extremas, en el caso de Ma Ma el melodrama y la llorera facilona están más que servidos. No hay tema más duro para la parsimoniosa sociedad occidental que encontrarse con que su vida, sus ilusiones y en general su futuro están al borde del abismo por culpa de una enfermedad, en este caso un cáncer (creo que la 'ambigüedad' del título ya desvela de qué tipo). Por tanto, no hace falta ser demasiado sensible para verse manipulado por una película que utiliza una historia trágica y situaciones aún más trágicas para llegar al espectador de la manera más brusca y menos competitiva. Medem elimina cualquier atisbo de coherencia narrativa al abusar de las coincidencias y crear personajes prototípicos 'buenistas' como el ginecólogo entregado o las enfermeras sonrientes y positivas (ya querría yo que me recibieran con tanto entusiasmo en la consulta médica; tan solo faltaba la despedida con el Bye Bye Life de ' All That Jazz' para rematar). El director abusa de este dramatismo casi estremecedor y tumba la balanza hacia el melodrama más excesivo.

A pesar de los numerosos baches de incoherencia y falta de realismo, Ma Ma acaba siendo una película sincera que explota la tragedia a través de sus actores, en concreto de Penélope Cruz, que regala uno de los mejores trabajos de su carrera. A Medem se le escapa la contención dramática de sus primeras películas pero aboga por una depuración técnica que roza lo austero. Si el espectador se deja llevar por la historia y es capaz de creerse todo lo que ocurre, puede que llegue a pensar que está ante una película positivista que habla sobre las casualidades de la vida, la fortaleza de las personas ante la adversidad, la búsqueda desesperada de algo a lo que aferrarse cuando todo va a contracorriente y las dudas sobre la fe y la muerte. Todo ello envuelto en una historia honesta a la que, eso sí, le lastra su excesivo sentimentalismo. Lo mejor de todo, una vez más, es su reparto: Penélope Cruz y Luis Tosar crean dos personajes honestos, extremadamente humanos, gracias a los cuales Ma Ma gana visceralidad y cotidianidad. Pero, como en otros muchos casos, eso no es suficiente. Queda claro entonces que no es el mejor trabajo del cineasta, aunque sí es interesante de analizar. A pesar de ello espero que su inconsistencia no de pie a que los estólidos 'sabios' ibéricos sigan farfullando sobre la falta de calidad del cine español.

Por: David García Maciejewski, antiguo alumno del área de Cinematografía y TV


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