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La tragedia del horizonte

Por Ecointeligencia @ecointeligencia

Se ha constatado que el evidente daño que causa el cambio climático no genera los suficientes incentivos para que los actuales responsables adopten decisiones para su neutralización, dado que los principales daños los sufrirán las próximas generaciones. A esto se le ha llamado la tragedia del horizonte.

La tragedia del horizonte consiste en no luchar contra el cambio climático y que los daños los sufran las próximas generaciones

Esta circunstancia fue planteada hace unos años por el que fuera gobernador del Banco de Inglaterra y presidente del Financial Stability Board, Mark Carney y, lamentablemente, la realidad ha superado a la ficción y las consecuencias de todo tipo, para la salud y para la economía, se hacen patentes ya en nuestros días.

El diario británico The Guardian modificó en 2019 su libro de estilo para sustituir la expresión cambio climático por la de emergencia climática, justificando esta modificación por la precisión científica, pero también para trasladar a lectores y público la gravedad de la situación.

El concepto de cambio climático, tildado por muchos como pasivo y condescendiente, ya no se corresponde con las evidencias científicas, expresivas de un verdadero problema para la humanidad.

El cambio climático ha acumulado evidencias durante las últimas 3 décadas que nos precipitan a una situación de emergencia urgente, por lo que afrontarla no es cosa del futuro, sino una necesidad del presente.

El masivo consumo de combustibles fósiles, la intensidad del transporte urbano, el deterioro de los recursos naturales, la pérdida de biodiversidad, el cambio del uso de la tierra, la incesante producción de basura y su deficiente eliminación, el deterioro de los océanos dejan constancia continua de esos daños.

Desde los originados sobre animales y plantas en extinción hasta las elevaciones de las temperaturas y del nivel de los mares, amenazan la salud y la seguridad de miles de millones de personas en todo el mundo.

La muerte de las abejas es un gran problema para la biodiversidad del Planeta

La sensación de que se está perdiendo la guerra contra la destrucción del Planeta se extiende en la medida en que las respuestas de los gobiernos de las principales potencias no se concretan en decisiones de alcance suficiente.

Durante décadas hemos recibido advertencias sobre las consecuencias de las emisiones crecientes de gases de efecto invernadero (GEI), asociadas a un modo de producción y a un estilo de vida insostenible y poco compatible con el Planeta.

Sin necesidad de remontarnos muy atrás, los avisos acerca de la magnitud de los costes derivados del cambio climático se analizaron en el informe elaborado en 2006 por Nicholas Stern, profesor de la London School of Economics, obteniéndose una visión preliminar de la magnitud económica del problema.

Este informe pionero, y etiquetado de agorero en su momento, fue de los primeros en advertir de las amenazas desde una perspectiva fundamentalmente económica, incorporando nuevas formas de análisis del impacto y nuevos métodos, que concluían en la reducción del crecimiento económico mundial.

Antes, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado en 1988 por la ONU, asumió la tarea de llevar a cabo evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta.

Los informes del IPCC son cada vez más inquietantes

El informe difundido en octubre de 2018 advierte de consecuencias inmediatas más adversas que las anteriores, cuya evitación requerirá transformaciones en la economía mundial más rápidas y con alcance muy superior al previsto.

Si se mantiene al actual ritmo las emisiones de GEI, el calentamiento global ascendería 1,5ºC entre 2030 y 2050, y sus efectos, como por ejemplo inundaciones y sequía, serían devastadores.

Otro informe reciente del IPCC, centrado en el uso de la tierra, revela el derroche de alimentos en todos los niveles de la cadena alimentaria y su influencia en el cambio climático.

Entre un 25 y un 30% de la producción mundial de alimentos se desperdicia, y ésta es responsable del 8 al 10% de las emisiones GEI generadas por el ser humano.

La producción, transformación y transporte de alimentos conlleva cantidades importantes de consumo energético, a lo que hay que sumar que la pérdida y desperdicio de alimentos son también responsables de importantes despilfarros en el uso de agua utilizada con fines agropecuarios.

Combatir la deforestación puede evitar el cambio climático

También en este punto, recogido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, los gobiernos están lejos de ponerse manos a la obra, siendo ejemplo de ello que la Unión Europea no cuenta todavía con una normativa al respecto.

Esto no ha impedido que algunos países, con Francia como figura destacada, adopten normas al respecto, en gran medida ejemplares para el desarrollo de la economía circular, con el objetivo de aprovechar al máximo los recursos disponibles y su reutilización efectiva.

El impacto económico sobre los activos tangibles es obvio y objeto de modelización y anticipación, y muestra de ello, baste señalar el fuerte incremento de los desastres naturales y de las indemnizaciones que por ellos han debido asumir las grandes aseguradoras mundiales.

Pero no es el único impacto observable. El deterioro de las condiciones de vida y la provocación de catástrofes naturales son más difíciles de evaluar, pero no menos relevantes. Hay daños evidentes, no siempre medibles, a las vidas de las personas. También son difíciles de evaluar los efectos del cambio climático sobre los flujos migratorios. Pero indudablemente, existen.

La situación no deja mucho tiempo lugar a la complacencia, ni siquiera a la asunción del traslado del daño a las generaciones futuras. Las consecuencias ya son visibles, y según la comunidad científica estamos a punto de sobrepasar un punto de no retorno.

La amenaza de catástrofe global ha dejado de ser un enunciado extremo para convertirse, cada vez más, en un peligro verosímil e inminente.

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