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La vejez de La Princesa prometida

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Recientemente se ha estrenado El Congreso, la última peli del cineasta Ari Folman. A pesar de su reparto y su presupuesto, 8 millones de dólares, ha sido relegada a salas minoritarias. No entiende muy bien por qué. El tema que trata es apasionante. Como un retrato escalofriante de la sociedad en la que vivimos. Una sociedad de impresoras 3D, donde la cirugía estética es la ley y la margarina se perfecciona para que sepa a mantequilla. El avance definitivo. En la que mantenerse eternamente joven es crucial, en la que las mujeres a partir de cierta edad son invisibles, en la que el mundo digital tiene cada vez más peso.

La película es un híbrido entre el metraje y la animación pero un drama en toda regla. La elección de su protagonista es todo un acierto para denunciar aquello que se persigue. La actriz es Robin Wright, cómo olvidar a la Princesa Prometida de nuestra infancia. ¿Qué fue de ella? Una actriz con una carrera modesta que recientemente ha ganado el Globo de Oro por su papel en House of Cards.

La vejez de La Princesa prometida

Robin Wrigt y Cary Elwes

Pues bien, Wright encarna a una actriz en horas bajas que decide vender su alma y, de paso, su imagen a los estudios Miramount (una mezcla entre los todopoderosos Miramax y Paramount). A partir de ahí, el estudio será el propietario de la imagen de Wright y podrá usarla a placer bajo la promesa de mantenerla eternamente joven.

La película, basada en una novela original de Stanislaw Lem, emplea técnicas reales de escaneo corpóreo similares a las que inmortalizaron las expresiones faciales de Gollum en El Señor de los Anillos, Neytiri en Avatar o César en las precuelas de El planeta de los simios. Cuando la imagen se convierte en un producto, ¿a quién premiar: a los efectos especiales o al talento actoral? El futuro ya está aquí. Y da mucho miedito.


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