Revista Cultura y Ocio

La venganza de las cajas, de Víctor Almazán

Por Eltiramilla

La venganza de las cajas, de Víctor AlmazánEva es una estudiante universitaria que comparte piso con Porto, un anciano cascarrabias obsesionado con la televisión y las teorías conspirativas. Él afirma que un poderoso magnate de las comunicaciones quiere matarle porque no deja que manipule su audímetro, el aparato para registrar las audiencias en televisión. Al principio, Eva no le cree, pero pronto descubrirá que Porto habla muy en serio y que la televisión es un mundo mucho más peligroso de lo que ella creía.

Una novela mediocre es como un parque de atracciones bajo la lluvia, es como un huevo podrido de dos yemas, es todo culo y espaldas. Es una historia que provoca el movimiento incesante de tus ojos en sus cuencas, y que se vende como una comedia a pesar de incluir un terrible asesinato por asfixia nada más empezar. Una novela mediocre tiene personajes que arriesgan la vida o se sacrifican por gente a la que acaban de conocer (¡o a la que ni siquiera han visto nunca!), y también personajes que no sirven para nada porque nada hacen. Pretende, ya que estamos, que despreciemos a un chico guapo porque es “un graciosillo insoportable” y que luego apoyemos a un chico feúcho porque es… otro graciosillo insoportable. Una novela mediocre cuenta con un villano absurdo y exagerado que parece salido de un teatro de marionetas, y cuyas delirantes e incomprensibles actuaciones se justifican con el viejo truco de que “es un psicópata” (en tal caso, ¿cómo es posible que haya logrado acaparar semejante poder, y por qué sus lacayos le obedecen?). Un villano que espera sin motivo alguno a que aparezca la protagonista para secuestrar al viejo, que envía a sus familiares cercanos a desempeñar tareas inútiles sólo para justificar un par de escenas y que despide a la gente porque sí, porque es más malo que beber Mistol. Una novela mediocre desaprovecha una gran puesta en escena, depreda la lógica y estira la verosimilitud hasta convertirla en un espagueti blando e insípido. Una novela mediocre no tiene ni una sola frase digna de mención y es tan repetitiva como la crítica que estás leyendo ahora mismo. Es una lectura que trata de convencerte de que la policía no responde a las llamadas de socorro y de que uno se hace menos daño al caer si aterriza en el río (a velocidad terminal, el agua es como cemento). Es un compendio de monjas que se quedan dentro de maleteros porque sí, de personajes que se fijan en las curvas de una chica a pesar de estar en peligro mortal, y de gente que deja entrar a desconocidos a la habitación de su compañera de piso bajo la excusa de que “los porros te vuelven idiota”. Una novela mediocre, maldita sea, pasa de puntillas sobre temas tan importantes como la telebasura, la sobrecualificación o la situación laboral de los becarios en España. Es una obra que trata de justificar su propia absurdidad mediante trampas como “nadie se creería algo así si se lo contaran”, y que se refiere a otras (sin duda mejores) novelas con frases como, y esto no es ninguna broma, “no te crees ni los personajes ni la trama”. Una novela mediocre cambia de título sin avisar y representa los mensajes de móvil ora con lenguaje SMS, ora con lenguaje normal. Una novela mediocre comete el pecado mortal de ser directamente traducible al cine sin perder ni un ápice de contenido o esencia. Una novela mediocre, en definitiva, se llama La venganza de las cajas y puede ganar el XXVII Premio Jaén de Narrativa Juvenil 2011.

Yo sólo soy un gafotas que lee libros y los reseña en Internet. Soy torpe y necio y el otro día fui a comerme el desayuno con el cepillo de dientes en vez de la cuchara. Es posible, por tanto, que me equivoque y que La venganza de las cajas sea una gran novela como dicen otros críticos aquí,  aquí y aquí. Tiramillotes: investigad, leed, contrastad y valorad por vosotros mismos si os compensa invertir dinero en esta obra. En cualquier caso, yo no me bajo del burro y afirmo que estamos ante un cinco raspado.


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