Revista Cultura y Ocio

La verdad es mucho más cruel que una asquerosa mentira

Publicado el 12 septiembre 2013 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS
Ella sonreía, esperando la respuesta de la máquina

La verdad es mucho más cruel que una asquerosa mentira

Yo estaba alucinado por su actitud

Lo primero que me sorprendió al llegar a la ciudad costera fueron unas curiosas máquinas que había por todas partes; en ellas los turistas solían echar unas monedas para saber su futuro. Metían la mano en la máquina y ésta, después de estudiar un rato las líneas de la mano, escupía una hoja en la que aparecían escritas en varios idiomas las típicas trivialidades adivinatorias: “Vas a conseguir el amor de tu vida, Te va a tocar mucho dinero, Vas a ser muy feliz, Llegarás muy lejos en tu profesión...”. Nunca olvidaré el día en que se acercaron una pareja de ancianos a una máquina de éstas. El hombre, al parecer más temeroso, no quiso saber nada de la máquina. Sin embargo la mujer, más decidida, echó el dinero y metió su vieja mano en la ranura. Yo sonreí pensando en lo chocante que sería si le decía “Vas a conseguir el amor de tu vida, Llegarás lejos en tu profesión” y cosas por el estilo.
Ella sonreía emocionada a su marido mientras esperaba la respuesta de la máquina, y yo, con malsana curiosidad, me detuve a observarlos. En cuanto salió el papel, ella lo cogió rápidamente, se ajustó las gafas y comenzó a leerlo. Al instante, su rostro se crispó de odio y de indignación. Tiró el papel al suelo y empezó a golpear la máquina con ambos puños. Su marido, asombrado, se dispuso al momento a detenerla, pero ella lo apartó con facilidad y siguió golpeando la máquina con mucha fuerza, demasiada a decir verdad para tratarse de una anciana. Yo estaba alucinado por su actitud, desde luego. Pero entonces la vieja se echó una mano al pecho y cayó al suelo. Dos jóvenes, que pasaban al lado, se agacharon a socorrerla. Yo me encontraba en la otra acera y pasaban coches, por lo que no podía cruzar. Uno de los jóvenes fue a llamar a una ambulancia. Mientras tanto, el viejo intentaba aliviar a su mujer. De repente, los ojos de la mujer se cerraron. El otro joven le tomó el pulso. Dejaron de circular coches y pasé a la otra acera. “Creo que está muerta”, dijo el joven, temblándole la voz. El viejo rompió a llorar, abrazándola desesperado. Yo me agaché a recoger el papel. A diferencia de otras veces, sólo había una línea en varios idiomas, la cual decía: “Va a morir enseguida”.
Relato contenido en El último concierto de David Salas, de Roberto Malo, el más y mejor cuentista de la banda.
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