Revista Cultura y Ocio

La vida secreta de los patos

Por Calvodemora
La vida secreta de los patos
                                                                   Fotografía: Vivian Maier
Entra en lo razonable que haya lugares en donde salgas a la calle con un pato bajo el brazo sin que nadie le dé más importancia o lo censure o forme en su cabeza la idea de que no andas bien de la tuya. También que haya otros en los que esa anomalía urbana, la del señor que saca al pato como quien pasea un perro, borre todo lo que el señor en cuestión haya hecho en su vida (ser un buen padre o un marido ejemplar o un ciudadano comprometido) para que en adelante sólo exista el pato bajo su brazo. Siendo el mismo pato o el mismo señor, lo que inclina la balanza a un lado o a otro es el ojo que registra la imagen. Hay ojos que no permiten patos de paseo o gente joven con rastas o gente mayor con camisas hawaianas. Esa ofensa óptica debe causarles un estrago del que se tarda en salir, porque una vez ingresa en el ojo y se abre camino nervio arriba, se le da cobijo, asiento o alojamiento en la conciencia. De pronto hay una información inédita que pugna por conciliar su presencia con las otras, con las residentes de antaño. Hay imágenes que pugnan por parecerse a las demás, pero no prosperan, no tienen lo que las otras y terminan siendo apartadas, tachadas de apestadas, alojadas en el lugar en donde se arrumban las cosas que no entendemos. Una de esas cosas que no es de esperar que entendamos es que alguien lleve un pato bajo el brazo por una calle. Se puede inferir que el pobre animal está a poco de que se le degüelle y se haga foie con sus entrañas o que el pobre dueño, en un arrebato de animalismo militante, haya decidido despojarlo de servidumbres y esté por soltarle en una fuente en mitad de un parque para que retoce con los suyos y sepa finalmente a qué sabe la vida. No sabemos nada de la vida privada de los patos. Hemos pisado la luna y existe una cosa que se llama nanotecnología, una ciencia increíble que es capaz de entrar donde ni a la fantasía más desbordante se le ocurriría. Hemos sido capaces de escribir La divina comedia o Hamlet o El Quijote, hemos compuesto La Traviata o Yesterday y no sabemos nada de las cosas que discurre un pato cuando nota que algo malo está a punto de suceder. Alguien lleva uno bajo su brazo y parece que esté cometiendo un delito.

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