Revista Cine

La vida según Valerio

Publicado el 24 junio 2013 por Burgomaestre
No hace falta decir que la experiencia vital de cada cual puede explicarse a través de las decisivas influencias que recibe a lo largo de su periodo de formación, el cual cierto es que no concluye nunca pero que, básicamente, se circunscribe a la infancia y juventud. Así, para al menos dos generaciones de españoles, los que crecimos ya al amor de la televisión (y no de la abuelita ni mucho menos del hogar crepitante) no cabe duda que la irrupción de Valerio Lazarov en nuestras vidas supuso ser sometidos a un verdadero shock del que jamás nos recuperamos completamente. La televisión, una energía que nos alcanzaba constante, intensa pero serenamente, nos transportó de súbito a una nueva dimensión.La vida según ValerioValerio Lazarov (Bârlad, Rumanía,  20/12/1935 – Madrid, España, 11/08/2009) desembarcó en TVE como lo hacen los grandes astros del balompié a los que fichan los clubs de fútbol pudientes para que les ganen títulos internacionales a patadas (valga la expresión). El régimen franquista, que en las postrimerías de la década de los años sesenta maniobraba con tesón para conseguir ofrecer al exterior una imagen estupenda y moderna diseñó un plan en el que Valerio Lazarov era una pieza estratégica. El rumano, un verdadero “crack” del túbo catódico, director e ideólogo de sus propios programas, asumió la responsabilidad con desparpajo y su primer proyecto televisivo, bendecido por el éxito en el Festival de Montecarlo, ya se encargaba de poner patas arriba lo más sagrado de la España del momento: el Real Madrid, institución a la que desmontó en su descacharrante “El irreal Madrid” (1969), espacio inclasificable que cosechó tanto prestigio para TVE como desconcierto entre su audiencia patria. La capacidad transgresora del realizador rumano no se detuvo ahí y continuó sacudiendo el oscuro y más bien moroso panorama artístico de la nación que le había acogido. Sin despeinarse (su voluminosa pelambrera rizada lo hacía imposible), proponía en un programa especial que la gente debía caminar sobre las manos, o se atrevía a que las figuras de la copla folklórica más carpetovetónica se atrevieran con los éxitos internacionales más yeyés,y, sobre todo, imponía un ritmo a las imágenes al que el espectador español tardó bastantes años (y muchos tubos de analgésicos) en acostumbrarse.
La vida según ValerioLa historia de Valerio Lazarov en España podría entenderse como un reflejo de la evolución política del país (de la que podemos colegir que, como es bien sabido, “contra Franco vivíamos mejor”). Tras su irrupción primera, en la que la transgresión y la revolución aparentes son norma, arriba la asimilación y la acomodación. El “zoom” de Lazarov se hace tan popular que hasta da nombre al ballet de sus programas, convenientemente formado por un elenco multirracial e internacional. Con la muerte del dictador, se impone el color (tras un periodo en el que el uso del blanco y negro, tanto en cine como en televisión, ha sido en España el último país occidental en batirse en retirada), que Lazarov se encarga que sea lo más deslumbrante posible. En plena Transición democrática, el “genio rumano” perpetra el peor concurso de la historia de la televisión, “Sumarísimo”(1978), en una simulación chocarrera de ajuste de cuentas con los tópicos y herencias del finado régimen. La inteligencia de Lazarov, que le hizo servirse de buenos actores de corte tradicional para ofrecer sus innovadores programas (en el reparto de “El irreal Madrid” encontramos a Ángel Picazo, primer actor del Teatro Nacional, a los imprescindibles Luis Barbero, Lola Gaos o Ángel Álvarez), hunde, no obstante, en la miseria a intérpretes tan efectivos como Alfonso del Real o Manolo Codeso. Pero el “estatus” de Lazarov, como el del país, ya es inamovible. Se desliza inexorable hacia un destino confortable, como director de programación de una televisión privada, Telecinco, donde, acomodaticio y próspero, terminará ofreciendo al espectador lo que, al cabo de los años se ha revelado como lo que el espectador quiere: vulgaridad, burbujeo y risas gruesas.

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