Revista Cultura y Ocio

Lampedusa - Maylis de Kerangal

Publicado el 14 marzo 2017 por Elpajaroverde
Si para alguien, por un casual, las ondas sonoras de la palabra Lampedusa encallasen por primera vez en sus pabellones auditivos, si los ecos que de ellas se desprenden penetrasen novatos en ese canal, vía transmisora entre la sonoridad externa e interna, antesala de la puesta en marcha de ese engranaje que convierte los estímulos en realidad inventada o percepción, si a alguien, digo, le llegasen por primera vez esas cuatro sílabas, arribara en él su musicalidad cual canto de sirenas imposible de ignorar, tal vez ese alguien se viese tentado a acudir al oráculo de la era tecnológica, tal vez sus dedos se precipitasen frenéticos sobre el teclado, acaso las yemas de éstos decidiesen dar sentido al adjetivo táctil que cuelga indisoluble en los últimos tiempos del sustantivo pantalla. Si ese alguien, vuelvo a decir, volcase sus dudas o su ignorancia al casi omnipotente Google, caja adorada y exprimida de búsqueda, estandarte de nuestra informatizada y 'sobreinformada' civilización, sería la casi omnipotente Wikipedia, símbolo del saber colectivo y la participación democrática, quien arrojase e iluminase, y no sólo con el brillo procedente de los píxeles desdibujados de la pantalla, los dos primeros resultados que convertirían, para ese alguien, los inmateriales sonidos de Lampedusa en tangible realidad. El primero de ellos le transportaría a una isla del Mediterráneo: isla de agua entre masas continentales, testigo histórico de tráfico y migración (el mar); tierra de todos y nadie, parada, peaje y obstáculo entre Sicilia y Túnez, políticamente europea, geográficamente africana (la isla). El segundo, le llevaría de regreso a la gran pantalla, la que no da la respuesta machacada, tardes de sueños y cines, El gatopardo, un Burt Lancaster formidable, la memorable escena de el baile, por todo lo que implica, por toda esa opulencia resquebrajada a punto de desmoronarse. La película está basada en una novela, única de una autor que respondía al nombre de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Y si ese alguien no ha sido inmune a los cantos de sirena, si su curiosidad ha sido sincera y su afán de búsqueda ha respondido a algo más que al egoísta aunque comprensible deseo de no estar menos informado que los demás, tal vez haya tenido la sagacidad de no tomar la consecución de estos resultados como una mera casualidad, quizás incluso haya ido más allá y no se haya quedado sólo en la coincidencia geográfica entre isla y escritor; pudiera ser que hubiera reparado en esa minúscula partícula de dimensiones inconmensurables, el apenas perceptible (si no fuera porque otorga un toque de distinción)  di y sus posibles traducciones; cabría incluso esperar que ese canto de sirenas, coro de voces fantasmales ahogadas por el peso de las aguas del Mediterráneo, habitantes (los fantasmas) de tierra sumergida de muertos sin nombre que nadie reclama, sonido (el coro) que ya es sorda letanía en el centro gravitacional de ese alguien, le hiciesen reflexionar en el significado de pertenencia y propiedad de la por sí misma inofensiva partícula, le dejasen quizás varado en el pantanoso pensamiento de si es el hombre el que pertenece a la tierra o la tierra la que pertenece al hombre.
"Pienso en esos nombres inscritos en los paisajes y pienso en los paisajes transferidos a los nombres."
Lampedusa - Maylis de KerangalNo necesitó Maylis de Kerangal, también con partícula en su nombre, recurrir a la tecnología para hacer estas asociaciones, tal vez incluso para crearlas, como se crean las carreteras o rutas marítimas, tal vez mil veces transitadas pero no reconocidas si no trazadas en un papel. Sus neuronas dibujaron el mapa, las insondables y sinuosas vías de la memoria dieron relieve al plano. Fueron las ondas radiofónicas las que llevaron hasta ella los ecos de Lampedusa la larga noche del 3 de octubre de 2013. El silencio de la noche, garganta cerrada, ganas de fumar, la radio, sus voces, el relato de la noticia sucedida durante el día. Y Maylis, sentada en la cocina, escucha: la radio, emisor; ella, receptor. Recibe y los datos recibidos abruman. Procesa y el brillante ordenador que es a veces la mente humana le devuelve resultados sorprendentes y reveladores. Tal vez no nos parecieran tales si más a menudo lo pusiéramos a funcionar.
El gatopardo, película ambientada en la Unificación italiana, simboliza para ella "ese movimiento basculante que acarrea el desmoronamiento del viejo mundo, el instante en que la aristocracia siciliana se tambalea; la mirada del príncipe se vela de melancolía, la muerte está próxima". Y ese Burt Lancaster, príncipe hollywoodiense reconvertido en príncipe de la Salina, también emigrante que llegó de una gran isla, le trae otros recuerdos cinematográficos que "comparten ese mismo esplendor del cuerpo que poco a poco decae a lo largo de la película, una misma soledad fría bajo un sol de justicia, una misma sensación de envejecimiento y de vacío ante el espectáculo de una sociedad opulenta, cerrada, egoísta [...], esa misma insondable tristeza". Y esa misma tristeza es la que abate a de Kerangal al constatar que la isla de Lampedusa es, en una grotesca pirueta del destino, un símbolo de la decadencia de nuestra sociedad.
Continúa la autora francesa con la asociación de ideas, de vivencias, ese viaje memorístico. Migraciones, conquistas, el áurea de mitología que envuelve a las islas. Y recuerda las tribus antiguas, que sustentaban la transmisión de su historia y su cultura en la narración oral. La cultura contada y cantada, como los songline de algunas tribus aborígenes australianas. Y se atreve incluso a soñar con un songline universal, un canto que hermane a todos los pueblos de la tierra, que viaje por sus caminos, sus sendas, arrollada por las corrientes marítimas, de continente en continente, de isla en isla.
"Para escribir, pensé que había que captar ese canto que subsistía de un tiempo en que el libro no existía más que bajo su forma cantada y me dije que había llegado la hora de buscar a la mujer nómada."
En esa larga noche que se le hace mañana, Maylis de Kerangal, transmutada en mujer nómada, me arrulla con su canto y a mí la tarde se me hace noche leyéndola. Me hipnotiza, me seda, me paraliza. Ella, emisora; yo, receptora. Y emerjo de su canto como de una ensoñación pero sabiendo que lo soñado es real y que lo que me vuelvo a encontrar al despertar es lo irreal, que la verdad es lo que se esconde bajo el mar y la superficie es sólo impostura. Su música me es ya conocida, una vez me reparó (sobre mi reparación, leer aquí); su canto, sabiduría ancestral renovada.

Lampedusa - Maylis de Kerangal

The Leopard, 1963. Fotografía de brett jordan

Me dejo llevar por él y uno mi voz a esa melodía que no entiende de idiomas, territorios ni fronteras. Y sumo a las de otros mis propias vivencias y referencias culturales para poner mi granito de arena a esa suerte de mapa cantado de la humanidad. Llegan unos ecos a mis oídos... no, no llegan, proceden de dentro. Suenan así: Ningún hombre es una isla. Y sí, sí, lo reconozco, acudo al 'cuasitodopoderoso' Google porque no recuerdo el nombre de su autor: ah, sí, John Donne. Leo el poema completo y, al recordar por quién doblan las campanas, su lectura, inevitablemente, me lleva a Ernest Hemingway. Pero qué digo, no, no me lleva, me deja en España y en su guerra fratricida. España y su costa mediterránea, España y sus islas africanas; España tierra que fue y vuelve a ser de emigrantes y que ahora es también de inmigrantes. Y sigo tirando del hilo temporal y sacando notas: España tantas veces conquistada antes de ser España, España conquistadora después de serlo.
"Me gusta la idea de que la experiencia de la memoria, dicho de otro modo la acción de rememorarse, transforme los lugares en paisaje, metamorfosee los espacios ilegibles en relato."
Si alguien aún resultase inmune a ese canto de sirenas fantasmal, tal vez debería seguir leyendo la ristra de resultados arrojados tras los dos primeros. Debería ese alguien descartar los relativos al turismo y centrarse solamente en los procedentes de los medios informativos. Quizás incluso no estaría de más que ese alguien, hijo de la era de la información, reparase en la etimología de la palabra informativo y se preguntase si, acaso, tiene tan interiorizada  la acepción hacia dentro del prefijo in- que al informarse ha perdido la capacidad de reparar en su alrededor y se queda ya sólo con lo que le afecta directamente. Si ese alguien hiciera esa reflexión, doy por seguro que no resistiría la tentación de pinchar sobre unos de los enlaces ofrecidos e 'informarse'; auguro también que lo leído le causaría una honda impresión. Pero ese alguien, habitante de una sociedad saturada de información, de sobra sabe que, en esa era de la información que es también la de la inmediatez, la conmoción le durará lo que le tarde en llegar el próximo suceso o noticia, acostumbrado como está, sin cuestionárselo siquiera, a tomar por más permanente aquello que tenga implicaciones más 'in-'. Podría incluso pararse a pensar ese alguien en la curiosa querencia que siente por el 'in-', más teniendo en cuenta que su era de la información es también la de la comunicación; pudiera hasta llegar a extrañarse de su desconcertante comportamiento de isla humana en cualquier mar que no sea el cibernético. Debería tal vez ese alguien rescatar formas de comunicación pudiera ser que más lentas pero más efectivas, aquellas que reivindicasen el 'ex-' en su acepción de fuera o más allá. Tal vez si ese alguien, si muchos 'alguien', tuviesen, tuviésemos, el valor de abogar por una nueva era de la 'exformación', quizás, el sonrojo que le causara la vergüenza que penetra en sus oídos cada vez que le llegan los ecos de Lampedusa durase más tiempo que el invertido en leer sobre ella. Y, entonces, pudiera ser, que el canto, el relato, la historia, fuera otra; que las islas y los continentes tendiesen sus brazos sumergidos bajo el mar y anudasen sus manos creando puentes de libre paso para la humanidad. El hombre, hijo de la tierra; la tierra, hermana del hombre.
"La vaguedad sobre el número de víctimas es una violencia indignante, cuando el deseo de precisión, a la inversa, marca una ética de la atención -la aproximación es una muestra de pereza, designa vagamente lo innumerable, la multitud, el gentío, los pobres, todo lo que bulle y tiene hambre, todo lo que huye de su tierra-."
"Lampedusa concentra por sí solo la vergüenza y la rebeldía, la pena, designa ya un estado del mundo, un relato totalmente distinto."

Lampedusa - Maylis de Kerangal

Lampedusa. Fotografía de Luca Siragusa


Ficha del libro:Título: Lampedusa
Autora: Maylis de Kerangal
Traductor: Javier Albiñana
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 72
ISBN: 978-84-339-7965-0

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