Revista Opinión

Lapidaciones

Publicado el 05 septiembre 2010 por Cronicasbarbaras

Sakineh Ashtiani espera su lapidación en una cárcel iraní acusada de adulterio y del asesinato de su marido, delitos que confesó públicamente haber cometido después de recibir 99 latigazos y ser torturada durante varios días.

 

Siguiendo la Sharía inspiradora del Código Penal iraní, la lapidación, regulada en los artículos 98 al 107, exige enterrar en un hoyo a la condenada hasta el nacimiento de sus senos.

Las piedras deben ser medianas, ni tan grandes como para matar rápido, ni tan pequeñas como para que no produzcan sangre.

 

Los testigos de la acusación deben arrojar las primeras piedras, el juez que dictó la sentencia las siguientes, y después los fervorosos varones del público, que como mínimo deben ser tres.

 

Si tiene suerte y le dan una pedrada certera en la sien, quizás la víctima se desmaye o muera, pero si los lapidadores quieren rezarle mucho tiempo a Alá para ganar su favor mientras lanzan las piedras, tratarán de alargar la agonía: a más rezos, más Paraíso, aunque la ley no lo señale.

 

La Alianza de Civilizaciones, proyecto iraní de 2001 pero copiado y pagado por Zapatero, indica que debemos respetar las normas y costumbres ajenas: nada que objetar oficialmente a las lapidaciones.

 

Pero vivimos un supuesto progresismo crecientemente anticristiano, o cristianófobo, que para alimentar proyectos como la Alianza de Civilizaciones condena como reaccionaria y ultraderechista la islamofobia.

Pues comparemos a Ashtiani con lo que dijo seis siglos antes de Mahoma el fundador del cristianismo sobre las lapidaciones.

 

Escribas y fariseos le llevaron una adúltera pidiéndole un juicio, recordando que la Ley mosaica ordenaba la lapidación.

 

“El que de vosotros esté sin pecado que arroje la primera piedra”, respondió Jesús. Los lapidadores se marcharon lentamente, avergonzados.

 

Parece que hay menos motivos para ser cristianófobo que islamófobo.


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