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Las 10 de Fotogramas en filmin: Las musas favoritas de nuestro cine

Publicado el 12 septiembre 2013 por Fimin

12 de Septiembre del 2013 | etiquetas: Tops filmin

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Imaginen un consejo de redacción en el que se tiene que decidir qué actriz española es la opción idónea para protagonizar una portada en homenaje al espíritu de Fotogramas en los años del destape. Aunque Verónica Echegui acabara alcanzando el consenso, las discusiones fueron acaloradas, y es que cada redactor tenía a su propia musa en mente. Por ello, este mes hemos abierto las puertas de este especial a todas ellas. Diez actrices de talento infinito, cada una defendida por un miembro de La Redacción, a las que podrás disfrutar en algunas de sus mejores películas en filmin. Hoy os presentamos a las cinco primeras, y el próximo lunes conocerás a las cinco restantes, junto a las razones que han motivado la elección de cada redactor.

Candela Peña en ‘Ayer no termina nunca’ (2013)

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por Paula Ponga

Una trapecista. Una equilibrista. Eso es Candela Peña (Gavà, 1973) siempre, y en esta película más todavía. Dice Isabel Coixet que aprendió con ‘Ayer no termina nunca’ que la labor de un director es ser una red, pero que en el trapecio están los actores, y aquí nunca mejor dicho. El duelo de funambulistas Cámara-Peña es memorable (ya lo fue en ‘Torremolinos 73′), pero ahora toca hablar de la mitad del tándem. De esa gestualidad de animal herido de ella desde el instante en que se encuentran, en ese espacio despojado de todo, como ella, incómoda, violenta, ese “me estoy meando” que en tres palabras habla de una relación anterior sin que sepamos qué les pasa (la expropiación para hacer un casino de un cementerio que les une y les separa de por vida) pero que te engancha inmediatamente a su autenticidad, a su verdad como actriz. Al sonambulismo de una mujer que no ha cerrado la herida, que ha sepultado el dolor con química, encabronada de por vida, incapaz de pasar página, instalada en el dolor, en el ajuste de cuentas, en el “yo fui feliz y nunca más”, con esa voz quebrada que a ratos no le sale del cuerpo, tan capaz de la carcajada hiriente (la secuencia en la que Cámara le pregunta cómo le ve) como de las lágrimas que nunca son de cocodrilo y la ternura de ese balbuceante, definitivo y luminoso abrazo final. Todo eso es Candela Peña cuando tiene un personaje a su altura: que en lugar de parecerse a él, es él.

Bárbara Lennie en ‘Todas las canciones hablan de mí’ (2010)

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por Álex Gil 

Sería fácil escribirle canciones a Bárbara Lennie (Madrid, 1984). Lennie es la letra a la que aferrarse, la amiga de la que estás enamorado. Como le pasa a Oriol Vila en la película de Jonás Trueba. Bárbara Lennie es su mirada. Esa que abre la película de Trueba, aquella que en ‘Obaba’ (Montxo Armendáriz, 2005) sentía curiosidad y miraba a través de la cámara, aquella que mantenía sin inmutarse, pero diciendo tantas cosas, en ‘Los Condenados’ (Isaki Lacuesta, 2009) en aquel primer plano de siete minutos que valía por toda la película. La primera vez que la vi (en ‘Más pena que gloria’, de Víctor García León) me fijé en la cicatriz de su frente. Esa pequeña marca, que compartimos, hizo que le siguiera la pista. Después la hemos visto como una de ’Las 13 rosas’ de Martínez-Lázaro, como sufridora en ‘Dictado’, como Juana de Portugal en la exitosa serie ‘Isabel’ o en un papel testimonial con Almodóvar, pero le falta un protagonista grande o quizás, ahora que ha rodado ‘Magical Girl’ a las órdenes de Carlos Vermut, convertirse en la musa del último underground. Seguiré dejándome seducir por su mirada.

María Valverde en ‘El rey de la montaña’ (2007)

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por Philipp Engel

El de María Valverde (Madrid, 1987) me parece el rostro más fascinante de nuestro star-system particular. Me gusta, porque aún siendo de una belleza espectacular, tan dulce como sensual, conserva los fuertes rasgos de su personalidad: que nunca, nunca, nunca se opere esa nariz, por favor. A mi modo de ver, podría ser nuestra próxima Pe, la española más exportable. Tan de aquí, y tan universal. Y además es una estupenda actriz, con buen olfato para escoger papeles, combinando una carrera en el cine abiertamente comercial con proyectos más arriesgados e interesantes como ‘A puerta fría’ (Xavi Puebla, 2012) o ‘Madrid, 1987′ (David Trueba, 2011) que, según me ha confesado en varias ocasiones, es su trabajo más querido. Entre estas últimas, se encuentra sin duda ‘El Rey de la Montaña’, un film que me conquistó, sobre todo, por su atmósfera a la que contribuye, en gran medida, la banda sonora de David Crespo, del grupo Balago (y menos por su desenlace, que estropea, un poco, el halo de misterio que envuelve al conjunto, aunque eso ya lo juzgarán ustedes). En ‘El Rey de la Montaña’, María tenía 20 añitos, y encarna a la perfección esa chica perdida en la montaña y en la vida. Una chica plausible, creíble, tangible… y hermosa. La chica a la que todos nos gustaría encontrarnos en el lavabo de una gasolinera, aunque nos robe la cartera.

Marta Etura en ‘La vida que te espera’ (2004)

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por Juan Pando

‘La vida que te espera’, un hermoso drama rural áspero pero a la vez tierno, con elementos de suspense, retrato melancólico de un mundo, el de los pasiegos, que se extingue, le ofreció a Marta Etura (San Sebastián, 1978), su primera protagonista, con la que nos enamoró definitivamente a los aficionados y confirmó que su candidatura al Goya, poco antes, por ‘La vida de nadie’ no había sido casual. Su papel, la hija de un embrutecido pasiego viudo (Juan Diego) sospechoso de haber matado a un vecino, reúne esa mezcla de fragilidad, dureza y vehemencia que se ha convertido en su sello inconfundible. Tres candidaturas más al Goya, que ganó por ’Celda 211′, y una acertada selección de los cineastas con quienes ha trabajado han hecho el resto para que hoy sea una de las actrices imprescindibles de nuestro cine.

Leonor Watling en ‘En la ciudad’ (2003)

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por Álex Montoya

“No me pidas el teléfono que te lo doy”, le suelta, tras un polvo furtivo, a un Eduard Fernández que sólo piensa en volver a casa, carcomido por la mala conciencia. Lo dice con el convencimiento del que sabe que aquella será la primera vez y la última. Antes, la hemos visto servir copas, contar su accidente de moto y comer pasta al pesto. En apenas cuatro o cinco apariciones fugaces, nos enamora esa mezcla de ingenuidad y lucidez con la que impregna un personaje que pide a gritos spin-off propio, entre tanto (casi) cuarentón en crisis. No soy objetivo con ese extraordinario retrato generacional que es ‘En la ciudad’. Y tampoco lo soy con Leonor Watling (Madrid, 1975), actriz total (y cantante, y compositora; y, en las distancias cortas, lo más opuesto a una diva que puedan imaginar) a la que quisiera ver explotar mucho más aquella vena cómica de ‘A mi madre le gustan las mujeres’. Permitan que frene aquí mi admiración, no sea que luego me la encuentre y me acabe sacando los colores.

Elena Anaya en ‘La piel que habito’ (2011)

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por Carlos Alonso

Es nuestro rostro más perfecto, más luminoso y también el más enigmático gracias a esos ojos de distinto color que tanto transmiten. La cámara se rinde ante su belleza (¿y quién no?) pero esa no es su mejor baza. Posee un envidiable talento, vocacional, como mostró en su etapa más adolescente de ‘África’ (1996) y ‘Familia’ (1996). Es valiente y ha sabido tirarse a la piscina aceptando papeles arriesgados como dar vida a una canguro aficionada al sexo en ‘Lucía y el sexo’ (2001), o vivir una apasionada aventura lésbica en ‘Habitación en Roma ’ (2010), ambas a las órdenes de Julio Medem. En ‘Hierro’ (2009), de Gabe Ibáñez protagoniza un fascinante show interpretativo dando vida a una madre desesperada por encontrar a su hijo. ¡Espectacular en las escenas subacuáticas! Y en Hollywood también han sabido explotar su faceta más sexy como una de las vampiras de ‘Van Helsing’ (2004). Pero ha sido Almodóvar quién ha exprimido toda su raza regalándole a la Vera de ‘La piel que habito’ donde demuestra su amplio registro interpretativo, físico y emocional, y que fue recompensado con el Goya a la mejor actriz. Disfruten de Elena Anaya porque hay pocas actrices tan inquietantes como ella.

Michelle Jenner en ‘No tengas miedo’ (2011)

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por Gabri Calzado

Es fácil enamorarse de Michelle Jenner (Barcelona, 1986). Sólo tienes que dejarte guiar, desde la mirada juguetona hasta la boca, enmarcada siempre con una sonrisa sincera que te deja noqueado desde el primer plano. Así cautivó a Mario Casas en sus comienzos en la televisiva ‘Los Hombres de Paco’ y alegraba una invasión alienígena a Julián Villagrán en ‘Extraterrestre’ de Nacho Vigalondo. Pero Jenner nos cautivó al saltar sin red en ‘No tengas miedo’ de Montxo Armendáriz, donde interpretaba con sutilidad a una adulta que cargaba con el lastre de sufrir malos tratos infantiles. La secuencia del restaurante con Belén Rueda, es una oda al minimalismo del sufrimiento, llevado a la máxima expresión con la interpretación de Michelle. Cualidades que le han valido para actualmente ser ‘Isabel’, la monarca con la que domina en la televisión y que le valió un Fotogramas de Plata en 2012. ¡Larga vida a la Reina!

Verónica Echegui en ‘La mitad de Óscar’ (2010)

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por Gerard A. Cassadó

Pocas actrices han tenido que llevar encadenada al tobillo durante tanto tiempo una limitadora etiqueta como Verónica Echegui (Madrid, 1983). La actriz, descubierta por el mayor cazador de talentos de la historia de nuestro cine, Bigas Luna, fue durante demasiado tiempo La Juani, porque la gente parecía incapaz de ver en ella más allá del genial personaje que la dio a conocer. Han pasado ya siete años y por suerte la Vero ya brilla con luz propia. La hemos visto enamorarse en la ceguera y recorrer el Nepal, pero probablemente el primer gran papel que nos la descubrió en un registro totalmente distinto fue el que encarnó en ‘La mitad de Óscar’, de Manuel Martín Cuenca. En el film, Echegui brilla cuando calla, en esos elocuentes silencios que son la base de la película, y estremece cuando habla, en ese excepcional y dilatado plano frente a un ventanal en el que conocemos la verdad de su personaje y de la relación que mantiene con su hermano. El viente almeriense mece su pelo, pero no puede llevarse consigo el peso de un tabú que ha inundado su vida, un peso que se evidencia en su mirada esquiva y sus silencios incómodos. Así fue como la otrora princesa del polígono se hizo mayor en nuestro cine.

Adriana Ugarte en ‘Castillos de cartón’ (2009)

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por Pere Vall

Dentro de la corta y admirable trayectoria del director Salvador García Ruiz destaca esta rareza que, llamada a ampliar su público, al final… tampoco lo hizo. Una historia de amor y sexo hecha desde la seriedad, la emoción y el cerebro, una película sobre cómo y por dónde iniciamos nuestro conocimiento de los demás en la que brillan los dos protagonistas (Biel Duran y Nilo Mur), pero resplandece Adriana Ugarte (Madrid, 1985). Ya era conocida por la serie ‘La Señora’ y había intervenido en ‘Cabeza de perro’, pero es en este film donde se lanza de cabeza, física y espiritualmente, al cuello de un personaje creado por Almudena Grandes y enriquecido por la mirada, el talento, la valentía de una de nuestras mejores actrices. Pasarán los años, y Adriana Ugarte nos seguirá sorprendiendo en la cinta de García Ruiz por su desgarrada frescura, por su joven solidez, por esa inteligencia en la mirada que sobrecoge y hechiza. Tanto a los dos protas como a los espectadores.

Bárbara Goenaga en ‘Los Cronocrímenes’ (2007)

 
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por Roger Salvans

Cualquier excusa es buena para zambullirse en el bucle que Nacho Vigalondo nos propone en ‘Los Cronocrímenes’. Y rescatar la aparición de la donostiarra Bárbara Goenaga (1983) en ese bosque de cuento perverso con monstruo y, a falta de caperucita roja, abrigo rojo, es una de las mejores. La suya es una presencia perturbadora y onírica, como lo es la opera prima de este marciano de nuestro panorama cinematográfico, alguien capaz de dar aquello que promete. El de Goenaga, una de las manecillas que Karra Elejalde tiene que controlar en este viaje en el tiempo low-fi con más imaginación y recursos que cualquier tentpole al uso, es un personaje atemporal: la chica que no es la mujer de la película. Y, pese a eso, consigue que repitamos visionado una y otra vez. Pero no para reparar errores sino repetir aciertos.


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