Revista Jurídico

Las cárceles

Por Pachobermudez @fbermudezg

La sanción penal, nos enseñan los especialistas, tiene varios objetivos. Por un lado, es punitiva, esto es, que es un castigo, que es como una especie de venganza, o vindicta, como dirían los romanos. De hecho, la sanción penal –como castigo punitivo- se deriva de la antigua ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Sin embargo, desde la Revolución francesa la sanción penal ha adquirido otros objetivos o matices, su naturaleza se ha ampliado; esto es, que ya no solo tiene como finalidad “vengarse” o castigar al culpable de un delito, sino que ha adquirido otras funciones más prácticas y humanas como las de disuadir y resocializar al delincuente.

En general, en el mundo occidental el castigo penal habitual es la pérdida de la libertad, ir a una cárcel. La responsabilidad penal tiene como finalidad proteger los bienes jurídicos más preciados por la sociedad. El castigo o sanción penal, entonces, es el más gravoso dentro de los distintos tipos de corrección que puede llevar a cabo la sociedad contra un individuo. Sin embargo, en otros países no es así todavía, la pena de muerte es aplicada aún en Oriente y en Estados Unidos, convirtiéndose allí en la sanción más gravosa, más delicada.

Las cárceles son los lugares destinados a que los sancionados con pena privativa de la libertad cumplan su pena allí. Por un lado, se castiga al delincuente; por otro lado, se disuade al resto de la sociedad de cometer delitos; pero también, se busca rehabilitar al convicto, reformarlo, insertarlo de nuevo en la sociedad. Aunque, cuando se impone la cadena perpetua, este último objetivo queda totalmente desvirtuado. Muchos piensan que el derecho penal no sirve, que es inocuo, que es irracional; sin embargo, yo creo que esta es una postura extrema que se basa exclusivamente en las razones que llevan a cometer un crimen: pobreza, desequilibrios psicológicos, mala educación, tendencia al delito, inmoralidad, etc. Los abolicionistas del derecho penal piensan que deben subsanarse principalmente las razones que dan lugar al delito, y dejar en el olvido o proscribir el castigo porque es una solución demasiado violenta, anacrónica o inútil. Hoy en día, como ya dijimos, la pena tiene estos tres objetivos: castigar, disuadir y resocializar. Sin embargo, las cárceles –en su gran mayoría- no están cumpliendo con esta última finalidad: la de resocializar. ¿Cuántas veces hemos escuchado en los medios de comunicación que los establecimientos penitenciarios son universidades del crimen? ¿Que los criminales menores que entran a la cárceles, al salir de estas, terminan convertidos en doctores del delito? ¿Que en las cárceles también se delinque? ¿Que las cárceles en Colombia están atestadas de gente? ¿Que en las cárceles se irrespetan los derechos humanos de los internos? Es verdad que quienes van a estos lugares han cometido un error, y que en ciertos casos pueden ser errores graves o muy delicados. La sociedad necesita castigar a estas personas; de paso disuadir al resto de la gente para que no cometa esos mismos errores, y adicionalmente, tratar de reformar al delincuente para que cuando salga a la libertad sea una persona de bien. Las cárceles no pueden ser centros vacacionales o recreativos, eso lo tenemos claro, pero tampoco pueden ser establecimientos donde se amplifique el dolor y el padecimiento humano. Dentro de la política criminal de los Estados debe establecerse claramente un objetivo: que cualquier persona que entre en una cárcel debe ser tratada con respeto y dignidad, y que cuando salga de esta debe ser otra persona desde un punto de vista moral. Las cárceles son el reflejo de la sociedad, si una comunidad está enferma la cárcel mostrará este aspecto de la misma forma; en Colombia, por ejemplo, el hacinamiento carcelario es excesivo; eso ocurre porque hay muy poquitas cárceles, y porque las sanciones penales generalmente consisten en pena privativa de la libertad. Sin embargo, es verdad que el Estado y la sociedad, en general, deben bregar por anular las causas del delito y no por concentrarse en su castigo. ¿Qué lleva a una persona a cometer un delito? Los criminalistas han respondido desde distintas posturas históricamente. Unos dicen que se debe a una tendencia genética –el criminal nato-; otros atribuyen la causa del delito a deficiencias culturales, educativas y morales; y otros sencillamente le atribuyen a la pobreza ser la principal causante de la delincuencia. Como ya dije, el Estado debe concentrarse en anular estas causas, en generar una política criminal de prevención y no en simplemente castigar; y por último, en humanizar los establecimientos penitenciarios. Perder la libertad ya de por sí es grave, delicado; y si a eso le sumamos estar sometido a una tortura debido a las condiciones del castigo, pues la pena se convierte en un infierno, lo cual es inhumano. Estas personas no solo no terminan resocializadas, al salir de la prisión, sino que llegan a ser verdaderos expertos en el crimen. La sociedad debe preocuparse un poco más por estas personas que están privadas de su libertad. Debe concentrarse en destruir las razones que llevan a una persona a cometer un delito, e invertir mucho más en la resocialización de los delincuentes. Es un tema de humanidad, de compasión, de moral, de progreso.   

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