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Las cartas de la ayahuasca, de William S. Burroughs y Allen Ginsberg

Publicado el 07 abril 2011 por José Angel Barrueco
Las cartas de la ayahuasca, de William S. Burroughs y Allen Ginsberg
Los editores de Escalera han adquirido los derechos de publicación del Blade Runner de William S. Burroughs y de dos diarios de Allen Ginsberg. Esto me ha hecho recordar que tenía este libro en mi biblioteca, aún sin leer. Las cartas de la ayahuasca se divide en tres partes: las misivas escritas por Burroughs en el 53, mientras experimentaba con esa droga en diversas zonas de Sudamérica, y las observaciones que recoge para ofrecérselas a Ginsberg; la carta del propio Ginsberg, en el año 60, contando sus experiencias con la planta alucinógena; y un epílogo donde se incluyen otra breve carta de Ginsberg y un cut-up de Burroughs. Todos los textos contienen un notable valor porque nos adentran más en la relación de ambos con la droga y las personas y lugares que ven en esos viajes. Pero la última carta que Burroughs envía en julio del 53 es absolutamente magistral: recoge las visiones alucinadas del escritor tras tomar bastante infusión de ayahuasca. Y lo que describe es un mundo de pesadilla, La Ciudad Compuesta, narración que contiene la marca de la casa del universo burroughsiano: pústulas, virus, amalgama de razas, vicios y corrupción, sexo y podredumbre, y de la que ofrezco un par de párrafos:
La Ciudad es azotada por epidemias de violencia y los cadáveres sin enterrar son devorados por buitres en la calle. No se permiten ni funerales ni cementerios. Albinos parpadean bajo el sol, muchachos se reclinan en los árboles masturbándose lánguidamente, gente devorada por enfermedades desconocidas escupe a los transeúntes y los muerde y les arroja pus y costras y agentes patógenos diversos (insectos sospechosos de ser portadores de enfermedades) con la esperanza de infectar a alguien.

Cuando te emborrachas y pierdes el sentido te despiertas y te encuentras en la cama a alguno de estos enfermos ciudadanos sin rostro que se ha pasado la noche ingeniándoselas para infectarte. Pero nadie sabe cómo se transmiten las enfermedades, ni si son contagiosas. Estos mendigos roídos por la enfermedad habitan un laberinto de madrigueras que se extiende bajo la Ciudad y aparecen por cualquier parte, emergiendo muchas veces a través del piso de algún abarrotado café.
[Traducción de Roger Wolfe]

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