Revista Opinión

Las falsas críticas contra la democracia ateniense

Publicado el 01 diciembre 2016 por Juan Carlos
Las falsas críticas contra la democracia ateniense
Hay determinados sistemas políticos que, a menudo, son objeto de furibundos ataques, los cuales contarán con un mayor o menor grado de acierto. Pero de lo que no se puede dudar es que, en muchas de las ocasiones, se busca desprestigiar un determinado ideal. Por ejemplo, cuando se pretende atacar el comunismo normalmente se critica a la extinta Unión Soviética. Entonces, ¿qué sucede con la democracia ateniense? Naturalmente la antigua Atenas cuenta con un prestigio difícilmente cuestionable, ya que se considera la cuna de la filosofía y de la democracia. Quizá por eso los ataques se dirigen desde una posición condescendiente que, ante la imposibilidad de presentar al sistema ateniense como perverso, intenta hacerlo parecer desfasado e inaplicable en la actualidad. La finalidad, igual que en otros casos, es desalentar la reivindicación –más allá del ámbito académico– de este sistema político.
En este sentido, está claro que si, desde la conformidad con el sistema actual, se critica a la democracia ateniense es porque entre ambos hay, como poco, notables diferencias. Asimismo, la ausencia de rasgos, principios e instituciones de la democracia ateniense en las llamadas democracias representativas invita a pensar que nuestros regímenes políticos provienen de un sistema distinto. Pese a que este sea otro debate, es importante observar que la existencia de estas diferencias es lo que permite articular una crítica comparativa, como la descrita anteriormente. En virtud de ello, el primer elemento que se trae a colación es que la democracia ateniense se aplicó en una unidad política –la polis– más pequeña y con menos habitantes que la mayoría de Estados actuales, lo que permitió a los atenienses debatir sus cuestiones reunidos en asamblea.
Obviamente, la extensión de los Estados se presenta como un obstáculo insalvable, a pesar de que pueden plantearse alternativas, como la creación de una red de asambleas interconectadas, a lo largo de todo el Estado, para debatir los temas más importantes. Además, la tecnología nos brinda la posibilidad de usar medios telemáticos para las votaciones. Por otro lado el sorteo, tan empleado en Atenas, se hacer ver como algo extravagante, solo porque la legitimidad de los sistemas representativos actuales reside principalmente en la elección, puesto que la ciudadanía no puede pronunciarse directamente sobre las cuestiones. Además, se afirma que la elección permite designar a los más aptos para gobernar, algo que es muy cuestionable. Frente a ello, el sorteo consigue implicar a toda la ciudadanía al dar a todos, indistintamente de sus recursos económicos, las mismas posibilidades de ser elegidos; a la vez que consigue evitar un precedente peligroso: dar el poder a quien lo ansía.
Entretanto, hay otro bloque de críticas, más históricas que institucionales, que también deben observarse. Una de ellas está relacionada con la época imperialista de Atenas. Al respecto, tal y como recoge Bowra en La Atenas de Pericles, la oposición de Atenas entre los aliados (de la Liga de Delos) era promovida principalmente por aristócratas y oligarcas, quienes habían perdido sus privilegios. De hecho, hasta la muerte de Pericles, las democracias aliadas casi nunca se volvieron contra Atenas. Otro elemento relevante es la situación de la mujer en Atenas, la cual quedaba relegada al ámbito privado y doméstico –lo que los griegos llamarían oikos–. Ahora bien, esta carencia no era exclusiva de la democracia ateniense, sino más bien de la época en la que se desarrolló. Por consiguiente, respondía a criterios morales y no a una característica propia de la democracia en sí misma. En cualquier caso, y pese a lo inaceptable de este hecho, es absurdo juzgar la moral de una civilización de hace más de dos mil años con nuestros propios principios, sencillamente porque no deja de ser algo anacrónico.
Por el contrario, la cuestión de la esclavitud sí plantea unos dilemas que conviene abordar, dado que en alguna ocasión se ha defendido que ésta era indispensable para el sostenimiento del propio modelo político ateniense. De ser así éste no podría aplicarse en la actualidad. Sin embargo, Mogens Herman, en su The Athenian Democracy in the Age of Demóstenes, sostiene que la mayoría de ciudadanos atenienses trabajaban y, aún así, gran parte de los mismos, no solo los ciudadanos de clase media o alta, participaban en el gobierno de la polis. Y ello aunque bastantes atenienses pudieran llegar a contar con algún esclavo que facilitaba la dedicación a las labores políticas. Pero, lo destacable es que la esclavitud no era necesaria, así que actualmente podría aplicarse un modelo como el ateniense sin que tuviera que haber esclavos. Todo depende de que se articule un sistema que no sobrecargue a la ciudadanía obligándola a pronunciarse continuamente sobre temas banales, aunque sí cuente con ella a la hora de decidir los asuntos verdaderamente importantes.
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