Revista Opinión

Las Malvinas, a ambos lados del Atlántico

Publicado el 07 febrero 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El dominio británico sobre las Islas Malvinas es uno de los últimos vestigios del colonialismo. La lucha por su soberanía, reclamada por Argentina, ha supuesto verdaderos quebraderos en las relaciones entre ambos países, con la guerra de 1982 como máximo exponente de la disputa. Los orígenes del conflicto son fundamentales para comprender el desarrollo de los acontecimientos hasta la actualidad, cuáles son las posibles soluciones y, sobre todo, si la resolución del conflicto está en el horizonte.

El 23 de junio de 2016 la victoria del brexit en el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea sembró de incertidumbre su futuro. Fue, en cierto modo, el último coletazo del que un día fue un gran imperio.

En un pasado no tan lejano, las fronteras del Imperio británico no tenían fin, puesto que abarcaban gran cantidad de territorios a lo largo y ancho del mundo. Hoy en día tan solo queda un pequeño remanente como vestigio de su pasado colonial. En la mayoría de los casos, se trata de pequeños enclaves que podrían incluso pasar desapercibidos de no ser porque entran en contradicción con los intereses soberanos de los Estados a los que pertenecieron o que los vienen reclamando. Las Islas Malvinas —conocidas como Falkland Islands en lengua inglesa— se han convertido en un caso paradigmático, especialmente debido a la escalada que condujo a la guerra entre Argentina y Reino Unido en 1982.

Disputadas por las potencias europeas desde su descubrimiento en el siglo XVI, el gobierno de las Malvinas inició su institucionalización bajo mandato español en 1766, pero tras la independencia de Argentina el dominio acabó en manos británicas. En la actualidad, las Malvinas forman parte de la lista de territorios no autónomos elaborada por Naciones Unidas al amparo de la Resolución 2065 de su Asamblea General. La disputa entre Argentina y Reino Unido por el control ha quedado empañada para siempre con las muertes de una guerra inútil, y por el momento no existen indicios de una pronta solución.

Para ampliar: “La descolonización: un asunto pendiente”, Benjamín Ramos en El Orden Mundial, 2015

Los orígenes del dominio británico en las Malvinas

Las Islas Malvinas forman un pequeño archipiélago situado en el Atlántico Sur, a casi 500 kilómetros de distancia de Argentina, sobre su plataforma continental. El archipiélago está formado por más de 200 islas, de las que cabe destacar la Gran Malvina e Isla Soledad. Las islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur, situadas mar adentro, han compartido destino con las Malvinas, puesto que también se encuentran bajo dominio británico.

Por encima el valor real del territorio, las islas representan para Argentina un valor simbólico trascendental. Con apenas 3.000 habitantes, la mayoría de origen británico, la vida en las Malvinas se reduce a una actividad económica primaria muy fortalecida por la pesca. Si bien la forma de vida de sus habitantes no ha cambiado mucho con los años, estos no siempre fueron británicos.

Las Islas Malvinas se hallan al este de Argentina. Más allá se encuentran las islas Georgias y Sándwich del Sur. Fuente: BBC

A pesar del origen francés del primer asentamiento de las Malvinas, en 1764, fueron los españoles quienes, tras reclamar sus derechos sobre el archipiélago, las colonizaron. El origen de las reclamaciones británicas sobre las islas comenzó apenas unos años después de la ocupación española con el establecimiento de un pequeño puerto ballenero, Puerto Egmont, en la Gran Malvina.

La Corona española, en defensa de la soberanía de las islas, reclamó la retirada de los británicos y, ante su negativa, Puerto Egmont fue sitiado hasta la Declaración de Masserano-Rochford (1771), que, ante la previsible prolongación del conflicto, devolvió la situación a la normalidad. No obstante, España continuó reclamando la soberanía de las islas hasta que unos años después, en 1774, los británicos decidieron abandonar Puerto Egmont, en teoría debido al coste que generaba el dominio, aunque se considera parte de un acuerdo secreto con España. No obstante, nunca renunciaron a sus derechos sobre las islas.

La retirada de los británicos le concedió a España el dominio hegemónico sobre las islas hasta que comenzó la carrera por la independencia de las colonias americanas, en 1810. Con la independencia de Argentina en 1816 —por aquel entonces parte integrante, junto con Uruguay y Paraguay, de las Provincias Unidas, entidad sucesora de los derechos y deberes españoles en la región—, las islas se convirtieron en un asunto menor. Ya entrada la década de 1820, las autoridades argentinas establecieron una hoja de ruta orientada al desarrollo de las islas fomentando el crecimiento económico e incrementando su población.

Fue en dicho contexto cuando en 1831 estalló una pequeña trifulca en la que se vieron involucrados varios pesqueros estadounidenses. El desarrollo de los acontecimientos, que incluyeron acusaciones por parte de ambas naciones, desembocó en la incursión de la diplomacia británica en oposición a la soberanía argentina sobre las islas sosteniendo que el Reino Unido no renunció a sus derechos al abandonar Puerto Egmont.

La disputa argentino-estadounidense se agravó con el saqueo de la Isla Soledad por parte de un buque de guerra americano. En pleno proceso de reconstrucción del asentamiento, un nuevo navío, en esta ocasión británico, llegó a las islas con el objetivo expreso de “recuperarlas”. Comenzó entonces una larga disputa que, rodeada de altibajos, ha llegado hasta nuestros días. Si las reclamaciones de soberanía por parte de Argentina nunca han cesado, el proceso de asimilación de las islas implementado por los británicos tampoco. Con la perspectiva de los años, quedan para el recuerdo numerosos intentos de solución, ya fuera mediante entendimiento o por imposición, así como los ecos de las víctimas de la guerra de 1982.

De la vía diplomática a una guerra de otro tiempo

Las reclamaciones de Argentina han sido constantes desde la ocupación británica y han variado en forma e intensidad. El listado abarca desde la primera propuesta de someter la disputa a un tribunal de arbitraje en 1884 hasta la ofensiva armada de 1982, pasando por un breve periodo de entendimiento con la Declaración Conjunta de 1971.

La propuesta de arbitrio de 1884 quedó en papel mojado tan pronto como los británicos la rechazaron alegando su derecho indiscutible sobre las islas. Casi un siglo después, en 1971, la Declaración Conjunta se convirtió en el mayor avance realizado desde el inicio de la disputa. Ambas partes pusieron sobre la mesa y se comprometieron a un conjunto de medidas que hubieran supuesto un verdadero punto de inflexión en el desarrollo del conflicto y el futuro de la isla. Como elemento central, los acuerdos estaban orientados a estrechar las relaciones entre Argentina y las Malvinas en materia de comunicación, en transporte aéreo y marítimo, tanto de personas como de mercancías.

El proceso de acercamiento se vio súbitamente interrumpido con la muerte de Juan Domingo Perón en 1974 y el advenimiento dos años después de la dictadura argentina, cuyo final se encuentra directamente relacionado con la guerra de las Malvinas. Las relaciones entre ambos países abandonaron la vía del entendimiento y volvieron a experimentar altibajos hasta el 19 de marzo de 1982, cuando una pequeña trifulca similar a la que enfrentó en su día a Argentina con Estados Unidos desembocó en la guerra de las Malvinas, un conflicto que enfrentó a una dictadura bajo una grave crisis económica con una vieja potencia colonial, una guerra de otro tiempo en el contexto americano.

El detonante de la guerra se produjo cuando un buque argentino llegó a la isla con el objetivo de realizar una contrata firmada con una empresa británica. Las autoridades de las Malvinas se lo impidieron y Reino Unido exigió la retirada inmediata del buque, cuya naturaleza había sido descrita como cívico-militar en el mensaje enviado a Londres desde las islas. Con el respaldo de Argentina, los trabajadores comenzaron su faena al tiempo que las autoridades británicas lanzaban un ultimátum.

Fue entonces cuando la reacción argentina rompió todo precedente y, ante la inminente expulsión de los trabajadores, la dictadura preparó una operación militar con el objetivo de recuperar el control de las islas. Mientras tanto, conocedores de los movimientos de Argentina, la armada británica movilizó su flota, que emprendió rumbo al Atlántico Sur. Si bien las partes se intercambiaron acusaciones mutuas, la situación favoreció en mayor medida a la parte británica. Al fin y al cabo, la tentativa militar argentina era una declaración de guerra y, ante el peligro que ello suponía, las autoridades británicas se preparaban para defenderse.

El 1 de abril de 1982 Argentina comenzó el desembarco. Las defensas de las islas apenas pudieron resistir la ofensiva en un primer momento y en apenas unas horas las autoridades se rindieron. La condena por parte de la comunidad internacional fue inmediata y se posicionó, excepto en el ámbito latinoamericano, en la parte británica. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución que exigía el fin de las hostilidades y reclamaba a las partes una solución pacífica. Lejos de triunfar una salida diplomática, a pesar de los intentos realizados, fue la llegada de la Armada británica a las islas lo que sentenció el final de una contienda que, si bien había comenzado con la ventaja militar argentina, pronto se inclinó a favor de los británicos y culminó con la rendición de la dictadura a mediados de junio. La contraofensiva británica no tuvo parangón alguno con el desembarco argentino ni en número ni en equipamiento.

Las Malvinas, a ambos lados del Atlántico
Tropas británicas durante la guerra de 1982. Fuente: About

El balance de la guerra dejó cerca de un millar de bajas militares y casi dos mil heridos. En cuanto a los resultados políticos, el más inmediato fue la recuperación de las islas por parte de Reino Unido. No obstante, las implicaciones del conflicto armado trascendieron la disputa por las Malvinas. De un lado, la guerra fue el último coletazo de la dictadura argentina, que dejó tras de sí un país con una agravada crisis económica. Un año después, Argentina inició la transición a la democracia. En Reino Unido, Margaret Thatcher fortaleció su posición y su partido volvió a ganar las elecciones. En lo diplomático, las relaciones entre ambos países comenzaron un lento proceso de recuperación que culminó con unas nuevas Declaraciones Conjuntas en 1989.

Para ampliar: 74 días de guerra”, Infografías, lenguaje universal, 2012

Sin solución a la vista

Las relaciones entre Argentina y Reino Unido en la actualidad no pueden equipararse con el bache de la guerra, que no fue sino resultado de actitudes obcecadas por parte de ambos contendientes. Su recuerdo ha quedado en el imaginario colectivo como un episodio que no vale la pena repetir. Para Argentina, más de seiscientos patriotas defendieron el derecho de su país sobre las Malvinas frente a un colonialismo tardío que aún no ha terminado. Por parte del Reino Unido, así como de la mayoría de la población de las islas, la guerra fue resultado de la agresión de un país extranjero, dirigido entonces por una junta militar, y no tuvieron más remedio que defenderse.

Para los habitantes de las Malvinas, la guerra fue un punto de inflexión. En 1983 obtuvieron la nacionalidad británica y dos años después se dotaron de mayor autogobierno gracias a una constitución. Mientras tanto, Argentina no ha cesado en sus reclamaciones, que desde 1994 están recogidas en una disposición transitoria en su Constitución.

En lo que se refiere a las relaciones entre ambos países, nunca han dejado de estar condicionadas por la disputa. Tras la guerra, su reanudación se produjo a partir de los años noventa, cuando el cambio de Gobierno en Reino Unido coincidió con un perfil bajo por parte de Argentina. Fue con la llegada de los Kirchner cuando las reclamaciones sobre las islas volvieron a ocupar un lugar relevante en el discurso nacional. Las Malvinas son, al fin y al cabo, un símbolo de la soberanía nacional al que apelar y por el que luchar.

Para ampliar: “Argentina embarga a empresas extrajeras por explotación de hidrocarburos en Malvinas”, Tomi di Pietro en Vice News, 2015

Las dudas sobre la llegada de Mauricio Macri al Gobierno en diciembre de 2016 aún no se han despejado del todo. No es previsible un cambio de rumbo en las pretensiones argentinas sobre las Malvinas, aunque de momento la cuestión presenta un perfil más bien bajo y tendente al entendimiento. Cabe preguntarse si el resultado y la aceptación de las reformas emprendidas por su Gobierno podrían influir en la disputa y reavivarla, al igual que ha ocurrido en el pasado.

Las Malvinas, a ambos lados del Atlántico
El ex primer ministro británico David Cameron y el presidente Mauricio Macri (enero de 2016). Fuente: Clarín

Por otro lado, la comunidad internacional sigue exhortando a las partes a alcanzar una solución dialogada en virtud de la Resolución 2065. El seguimiento realizado por las Naciones Unidas es muy amplio, pero el problema persiste porque la disputa reside en primera instancia en su propia naturaleza, que no es igual para ambos. La principal diferencia reside en la consideración que merece la población isleña, mayoritariamente británica por derecho. Para Reino Unido, los intereses de la población son determinantes, razón por la cual organizó en 2013 la convocatoria de un referéndum sobre la soberanía de las islas. El resultado fue abrumador: el 99% de los votos emitidos, con una participación del 92% del censo, votó a favor de la permanencia de las islas bajo la Corona británica. Este resultado, unido a los movimientos británicos por posicionar la isla en el escenario internacional como parte de su territorio, resulta difícil de encajar con las tesis argentinas, que sostienen que por encima de todo prima el derecho histórico de su país sobre las islas.

El referéndum de 2013 no ha sido reconocido por Argentina y tampoco ha sacado a las Malvinas del listado de territorios no autónomos pendientes de descolonización, porque fueron ciudadanos británicos, y no los habitantes autóctonos de la isla, quienes votaron. Argentina sigue defendiendo el derecho del pueblo argentino sobre las islas aunque la población no sea argentina. Su reclamación sostiene el respeto a la forma de vida de quienes la habitan. Tal vez debamos preguntarnos si es prioritaria la reclamación de un territorio por razón histórica o la voluntad de la población que lo habita, sin dejar de considerar las maniobras realizadas por los británicos para asimilar a su población.

En cualquier caso, la solución es compleja porque las posiciones de las dos partes —tres, si consideramos a los isleños— son irreconciliables tal y como están planteadas en la actualidad. El listado de posibles soluciones ha ido creciendo con el paso del tiempo, pero todavía no se ha encontrado la forma adecuada. Parece poco probable que Reino Unido cambie su postura o forma de actuar en un contexto de incertidumbre sobre su futuro encaje en Europa. Por otro lado, Argentina se encuentra más centrada en las reformas estructurales de Macri, si bien no puede descartarse la alusión a las Malvinas si fuera necesario debido al desarrollo de los acontecimientos a escala nacional. En cualquier caso, el eco de la guerra sigue resonando y vale la pena recordarlo no solo por memoria a las víctimas, sino para evitar que vuelva a repetirse un episodio similar.


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