“Las mujeres, cuanto más desnudas, más elegantes, y los hombres, cuanto más vestidos más elegantes”. Es la afirmación tan definitoria del alcalde de Granada en un acto con los mejores alumnos de Selectividad. Ahí queda eso. Brindando por el futuro. En realidad, el pobre hombre pretendía invitarlos a disfrutar del cóctel posterior al evento.
Lamenta afirmar que está profundamente en desacuerdo con las palabras del granadino. Sencillamente porque todos perdemos desnudos. De hecho, ella se queda en nada. Riánse del poder igualatorio de la muerte. De la desnudez, nadie escapa. Sólo tienen que darse un garbeo por la ciudad con este calor insoportable. Todo el mundo va igual de mal vestido.
En verano, nada es imposible: Pies salvajes, sobacos al viento, pechos danzarines en vestidos sueltos. Por no hablar de los sombreros y cestos. Créanla que con esa fauna veraniega se encuentra a diario en el metro de buena mañana. Si acuden así a trabajar no quiere ni pensar cómo irán a la playa.
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Pero fuera bromas, las palabras de Torres se le antojan de un machismo intolerable, inherente a cierta manera de ser que surge cuando uno se relaja. Un modo de ver la vida, la sociedad y, por ende, de hacer política social en este país que ha valido el tirón de orejas de la ONU en materia de igualdad.
En el informe se desprende que España aún es un país machista y que ha hecho poco o nada en empleo, salud, violencia machista o educación. El mismo machismo que subyace, en forma de bromas soeces o modas sociales. También con expresiones. ¿Cuándo un fofisano se convirtió en un objeto de deseo y una mujer generosa no?
Por no hablar de los micromachismos, esos piropos tan acertados acerca de su dignidad estilística con la trata de combatir el calor. Con éxito desigual. En cuanto a elegancia, dice.
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