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Las palmeras salvajes, por William Faulkner

Publicado el 30 enero 2011 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Las palmeras salvajes, por William Faulkner

Editorial Siruela. 279 páginas. 1ª edición de 1939, ésta de 2010. Traducción de Jorge Luis Borges, prólogo de Menchu Gutiérrez.

Poco antes de cumplir los 20 años (tal vez tarde) sufrí una transformación como lector: dejé de forma radical los libros de género –ciencia-ficción y terror, principalmente-, gracias a los cuales me había evadido de la realidad hasta entonces, y me inicié, sin vuelta atrás e invadido por una gran emoción, en otra literatura. Una que, a diferencia de la ciencia-ficción o el terror, no usaba un artificio para explicar la realidad, sino que parecía enfrentarse directamente a ella, cara a cara. El libro que sirvió como catalizar entre dos concepciones del mundo literario fue La senda del perdedor de Charles Bukowski. En aquel momento yo estaba perdido en la facultad de Físicas y la evasión de la realidad no era suficiente, necesitaba una guía para intentar explicarme el caos. Fue sorprendente toparme con Bukowski entonces, con su Chinaski, aquel alter ego aspirante a escritor que parecía estar tan poco satisfecho con la realidad que le había tocado vivir como yo.

12 libros después de la catarsis personal que supuso La senda del perdedor, tras algún libro más de Bukoswki, Hemingway o Valle-Inclán, llegué a William Faulkner (1897-1962). Imagino que algún Babelia de los años 90 contribuyó al interés por la figura del escritor de Misisipi, premio Nobel de 1949. La novela corta El oso fue el primer texto que leí de Faulkner. Creo que hubo un punto en la narración en el que perdí el hilo. Nunca me había enfrentado a una prosa tan compleja; algo, que en aquel momento, sólo era un aliciente. Después leí de él: El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930) y Santuario (1931).

La sensación que tenía a los 20 años al acercarme al Faulkner era la de encontrarme ante un gran estilista, un genio de las estructuras, de las frases sinuosas y densas, todo un taller de literatura portátil, que me fascinaba como aprendiz de escritor, pero que no me acaba de llenar como lector. Aunque contradiciendo la última aseveración, la primera parte de El ruido y la furia, el monólogo interior del idiota Benjy, puede que contenga las páginas que más me han conmovido como lector. Quizás, reflexiono, yo soy un lector fascinado con la creación de personalidades y el reflejo narrativo de los pensamientos; es decir, aprecio en gran medida la novela psicológica, al estilo de las de Dostoyesvski o Philip Roth.

Los personajes de Faulkner, y en este sentido incluyo a los de Las palmeras salvajes, más que reflejar una evolución psicológica, personalizan la fuerza de las obsesiones, en muchos casos atávicas, y acaban convirtiéndose en arquetipos: el juez, el penado, el campesino… En el prólogo de Menchu Gutiérrez se apunta una idea interesante: la Biblia era el libro fundamental en la casa de los Faulkner, regida por el bisabuelo del escritor. Al sentarse a la mesa se obligaba a niños y a adultos a recitar de memoria versículos de las Sagradas Escrituras. Los niños podían repetir siempre el mismo versículo, pero los adultos tenían que recitar uno nuevo cada día. Si los niños no decían bien sus versículos, se les negaba el pan.

La literatura de Faulkner aspira al versículo, a la representación de un mundo regido por el azar del Viejo Testamento. Faulkner pretende acercarse a la esencia de la experiencia humana intercambiable, al mito, a un mundo ante cuyas fuerzas incontrolables los personajes actúan como peleles, como marionetas de su sangre.

Las palmeras salvajes se compone de dos novelas cortas, la propiamente titulada Palmeras salvajes, y otra llamada El viejo (The Old Man, en inglés, apelativo que se da al río Mississippi). Estas historias aparecen en el libro intercaladas, con 5 capítulos para Palmeras salvajes y 5 para El viejo. Las páginas dedicadas a Palmeras salvajes, que da comienzo al libro, son más numerosas. Faulkner empezó con Palmeras salvajes y al sentir que le faltaba algo imaginó El viejo como contrapunto narrativo.

En Palmeras salvajes asistimos a la historia de amor de Harry, un estudiante de medicina de 27 años (virgen hasta entonces) , con Carlota, una mujer de unos 24 años, casada y con dos hijos. La novela presenta a Harry y Carlota vistos a través de la mirada de un médico, un tipo conservador, su vecino, a quien Harry pide ayuda en mitad de la noche, porque Carlota se está desangrando. Después de este capítulo, pasamos al primero de El viejo, donde dos penados hablan de la inundación del Mississippi en 1927 (Palmeras salvajes transcurre entre 1937 y 1938). Cuando retomamos Palmeras salvajes la historia de Harry y Carlota ha retrocedido un año, hasta el momento en que se conocen en Nueva Orleáns. Harry y Carlota pasean su relación de una punta a otra de EE.UU., intentado huir de la idea de un matrimonio convencional, principal tesis de la novela: el matrimonio, la vida en pareja, el trabajo, los hijos… arruinan el amor (desde un punto de vista masculino).

En la historia de El Viejo, Faulkner nos describe la Gran Inundación de 1927 del Mississippi: el penado sin nombre, al que el Estado obliga a participar en las tareas de rescate de la población civil, se pierde con su esquife en el río y rescata a la mujer sin nombre. Las descripciones del río desbravado son soberbias, me han recordado a la literatura hispanoamericana, a La Vorágine, a Horacio Quiroga

Las dos historias no se cruzan nunca, aunque tal vez sí su intencionalidad: en ambas hay un embarazo, que para los personajes masculinos representa la pérdida de la libertad. Y estos protagonistas, Harry y el Penado, acabarán en la cárcel, pero por motivos casi contrapuestos de un modo tragicómico: trágico en el caso de Harry, cómico en el caso del Penado.

Una de las cosas más impresionantes de leer a Faulkner es darse cuenta de su influencia sobre una multitud de escritores posteriores: Juan Carlos OnettiJuan RulfoLobo Antunes...Elegí la traducción de Borges pensando que el maestro argentino representaba una garantía, y sus “valijas” por “maletas” no me han molestado en absoluto, pero tras acabar el libro y buscar información en Internet, me he encontrado con más de un detractor de su trabajo. En más de un caso, la abuelita Borges no se atreve a respetar el original, y así, por ejemplo, la frase final de su versión es ésta: “-¡Mujeres! –dijo el penado alto”; y el “mujeres” del texto original era en realidad “fucking women”. Borges no se atrevió a traducir la mala palabra.

Leer a Faulkner sigue siendo un taller de literatura portátil, sigue siendo el rey de las estructuras, de las frases sinuosas y densas y complejas, que parecen poesía y no narrativa. Faulkner es el rey de la página esculpida.La semana pasada también compré en la Cuesta de Moyano su primera novela, reeditada en una bonita edición por RBA: La paga de los soldados. Espero que no hayan de pasar años para que me reencuentre de nuevo con the old man, el viejo Faulkner.


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