Revista Opinión

Las sábanas blancas de Almodóvar

Publicado el 15 abril 2019 por Jcromero

Resulta inevitable. Conforme pasan los años, los recuerdos, sin necesidad de falsearlos, se esbozan preñados de fantasías y licencias. Somos lo que fuimos, lo que recordamos haber sido. Somos proyecciones de una identidad cambiante, la distancia entre la realidad y la recreación adulterada y enriquecida por el paso del tiempo, la experiencia y la memoria. Somos el ensamblaje entre lo que hemos vivido y lo que recordamos. No hay falsificación posible, solo recuerdos selectivos y observaciones subjetivas. Estamos hechos de ficción y realidad.

Todo relato, incluso aquel que se presenta como biográfico, es una ficción. Dicen que "Dolor y gloria" no es una película autobiográfica, pero se le asemeja bastante. La observo como el retrato íntimo del envejecimiento y de la añoranza provocada por recuerdos luminosos y aquellos que evocan episodios de penumbra. La película es una introspección, una ficción que nos ofrece una visión subjetiva de la azarosa vida de un director de cine. Bien pudiera ser el epílogo de una trayectoria, la última obra, la despedida. Y tal vez por ello abunden guiños a la biografía de Pedro Almodóvar: recuerdos, amores, obsesiones y referencias explícitas a otras películas, a sus personajes y actores; la pasión por la madre, los recuerdos de la infancia, el éxito y sus riesgos, los periodos de sequía creativa; el dolor y los ajustes de la edad tardía. Almodóvar nos ofrece un drama contenido, sorteando, como un virtuoso funambulista, los riegos de caer en lo fácil, espectacular o cutre de cualquier melodrama. Lo complicado de un relato es encontrar el tono adecuado para evitar caer en la hagiografía, en el halago indigesto.

En este sentido, parece razonable dejarse llevar por el subconsciente, zambullirse en una piscina para olvidar y sanar, cabalgar para recordar, escribir y filmar sus recuerdos y algún delirio. La película es lenta, deliberadamente lenta. Un hombre maduro que se sumerge en una piscina para aliviar sus dolores y frustraciones, para recordar pasajes de su infancia. Unas sábanas blancas que recién lavadas en el río y tendidas sobre juncos, se secan al sol, meciéndose al viento, al compás del canto alegre de un grupo de mujeres y un niño que observa. La estampa es bellísima; la escena rememora escenas similares vividas, donde el rio se contenía en un lebrillo y los juncos eran un arbusto cualquiera. Sábanas blancas como la edad de la pureza, como espacio donde escribir recuerdos de toda una vida: "Escribir es como dibujar pero con letras". También hay una pantalla en blanco. Un personaje recita un monólogo. Entre el público, alguien se reconoce en las palabras que dice: quizás sea el momento de mayor intensidad. Amor, dolor, emoción.

Reconozco que nunca he sido entusiasta de sus películas, nunca entendí sus excesos. Su sentido del humor me dejaba indiferente. Nunca observé nada especialmente interesante en sus personajes que me parecieron en ocasiones artificiosos, grotescamente exagerados y lejanos. Pocas veces me interesaron unas tramas que se me antojaban demasiado forzadas. No entendía su cine y, quizás por ello, le admiraba. Si alguien, que es un referente de la cultura española de finales del siglo XX y principio del que corre, no me emociona ni me dice gran cosa, el problema es mío por carecer de la sensibilidad o perspicacia para encontrar los valores que atesora su obra. Ahora asisto a la proyección de "Dolor y gloria"; me gusta.


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