Revista Ciclismo

Leyenda de la Paris Roubaix (IV)

Por Rafael @merkabici
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A partir de los años 90 la París Roubaix deja de ser un territorio codiciado por todos y los grandes nombres de entre los vueltómanos declinan la posibilidad de acudir a un lugar hostil, donde una caída podría dar al traste con su carrera y donde poco tenían que hacer frente a los superiores trenes flamencos o italianos. Una auténtica pena que nos impidió ver allí a un Indurain en plenitud de condiciones (con su cuerpo perfectamente adaptado al adoquín podía haber hecho suya esta carrera), un Ullrich poniendo toda su potencia al servicio de la causa o un Bugno que ya demostró en Flandes que podía adaptarse a la perfección a las clásicas del norte.

Así Roubaix acaba por convertirse en un monumento anhelado y especializado para una serie concreta de ciclistas con fisonomías muy específicas (grandes, potentes, buenos rodadores), edades veteranas (apenas hay ganadores de menos de 30 años en las últimas dos décadas) y, sobre todo, que amen este tipo de carreras (allí los flamencos se llevan la palma). Y, por supuesto, Museeuw cumplía todos los requisitos.

Joven esprínter, compañero de Lemond en el ADR durante el victorioso Tour de 1989 para el americano, lo que de verdad anhelaba Johan Museeuw era convertirse en un gran clasicómano en un flandrien definitvo. Y a fe que casi lo consiguió. Durante mucho tiempo su figura capitalizó la atención en el Infierno del Norte, al mando del mejor equipo que jamás haya pisado los adoquines, el Mapei (y sus posteriores transformaciones en Domo, Farm Frites o Quick Step). En suma, el equipo de Museeuw, sí, pero sobre todo del flamenco Patrick Lefevre. Seguramente es imposible reunir dos cabezas de cartel del nivel de De Vlaeminck y Moser en el Sanson de 1978, pero Mapei ganaba a aquella escuadra en número de contendientes de calidad.

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Así la carrera se convierte en una lucha entre los miembros del mismo equipo, que a veces se dilucida en los despachos, como en la bochornosa edición de 1996, que se veían impotentes frente a tanto poderío.

El León de Flandes

El León de Flandes

Durante la última Roubaix victoriosa de Museeuw, en 2002, un chavalín de 22 años subía al pódium de la carrera en su primera participación, algo casi inédito. Flamenco de Mons, este muchacho se había criado por los adoquines, y sus sueños eran Roubaix y Flandes. Pura cepa. Apenas dos años después un joven suizo  de 22 años llegaba al velódromo de Roubaix en el grupo de cabeza y se juagaba una victoria que hubiera sido inédita.


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