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Leyenda del Cid: la Afrenta de Corpes

Publicado el 25 enero 2015 por @asturiasvalenci Marian Ramos @asturiasvalenci
Una de las leyendas más impactantes que cuenta El Cantar del Mío Cid es 'La Afrenta de Corpes'. Vamos a conocerla. 


Leyenda del Cid: la Afrenta de Corpes

Cuenta la leyenda que el Cid Campeador vivía en Valencia junto a su mujer Doña Jimena y sus dos hijas: Doña Elvira y Doña Sol.Estas dos mujeres estaban casadas por consejo de Alfonso VI con los infantes de Carrión: Don Diego y Don Fernando. Una noche, cuando todos descansaban, uno de los leones que tenían en el castillo logró escapar de su jaula. Estuvo el animal paseando libremente por las estancias que quedaron abiertas.Al entrar en el dormitorio del Cid Campeador, el león rugió de tal forma que le despertó. Y muy lejos de tener temor se enfrentó al animal mirándolo fijamente a los ojos. La fiera se amansó y el Cid, cogiéndole de la melena, a su jaula lo devolvió.Con el rugido del animal todos se despertaron y acudieron en ayuda del Cid. Pero muy asombrados pudieron ver la hazaña que acababa de cometer.Preocupado estaba Don Rodrigo por su familia. -¿Están las mujeres bien? ¿Y los infantes de Carrión…?Algunos de los hombres comenzaron a buscar a los yernos del Cid. Pero nadie sabía dónde podían estar. Y al final los encontraron muertos de miedo y los dos bien escondidos. Diego se había ocultado detrás de unas columnas y Fernando debajo de la misma cama del Cid.Descubiertos los infantes de Carrión, los hombres del Cid no podían parar de reír. Intentaban no burlarse de su cobardía, pero sus risas se escuchaban en todo el castillo.Riendo también el Cid por dentro se vio obligado a prohibir cualquier comentario más sobre la cobardía de los infantes. Y lo hacía no por ellos sino por el orgullo herido de sus dos hijas.Y callaron los más fieles del Cid públicamente aunque seguían manteniendo que los infantes de Carrión eran unos cobardes y además, unos impostores.Pasó el tiempo.Un buen día, el rey musulmán Búcar cercó con su ejército Valencia. Los caballeros cristianos contaron hasta cincuenta mil soldados moros acampados frente a las murallas.


Leyenda del Cid: la Afrenta de Corpes


Absortos los dos infantes de Carrión ante aquella amenaza, se escondieron para dialogar entre ellos sin saber que uno de los más fieles hombres del Cid les estaba escuchando.El Cid había mandado a dos de sus más fieles caballeros a que siguieran siempre a los dos infantes de Carrión. Así que, Muño y Pere así obedecían a su señor.-Yo me casé con Elvira por tener grandes riquezas y una vida tranquila.-¡Ya! Y yo me casé con Sol para ser yerno del propio Cid Campeador. Y ahora tengo nostalgia de nuestra tranquila Carrión.-Miedo dan los miles de musulmanes que nos acechan… ¡Aterrorizado estoy!Después de haber escuchado a los dos infantes de Carrión, Muño acudió al Campeador para contar con tono irónico los grandes deseos de los dos.-¡Don Rodrigo! Menudos yernos tienes, ¡los dos! Valientes ellos que desean volver sin luchar a su Carrión… ¡Anda! Déjalos marchar para que no manchen más tu honor.Sin sorprenderse lo más mínimo por lo que le acababa de contar Muño, el Cid, fue en busca de los dos. Con tono muy enfadado reprochó que, mientras sus hombres están deseando luchar contra los musulmanes, ellos estaban deseando volver a Carrión.-No saldréis a luchar. Dentro de las murallas quedaréis.Mientras tanto, el rey musulmán Búcar, mandó un mensajero al Cid Campeador.-¡Estoy cercando Valencia y exijo tu rendición!Muy seguro de sí mismo, el Cid en persona contestó al mensajero del rey musulmán.-Muy bien. Dame tres días para que organice la rendición.El mensajero moro regresó orgulloso de tal noticia por ser él, el portador.


Mientras, el Cid comenzó a preparar su estrategia. Un gran ánimo reinaba entre todos los caballeros del Campeador. Tal era el ambiente de optimismo que se vivía, que hasta a los infantes de Carrión llegó.

Y fueron los dos a pedirle que fueran mandados a la vanguardia de sus mesnadas.-¿Seguros estáis los dos? ¿En la vanguardia…?Cuando el Cid ordenó el ataque, el infante Fernando se fijó en un árabe llamado Aladrat. -Luchando con él mostraré mi valentía- pensó el infante de Carrión.¡Ay! Pero cuando Fernando vio que el árabe también se había fijado en él y le véia llegar al galope empuñando una gran espada en lo alto…¡lo pensó!Don Fernando hizo girar su caballo y al galope salió huyendo del campo de batalla. Y el caballero Vermúdez que era el encargado de vigilar a Fernando se vio obligado a luchar y matar a aquel moro que tanto miedo había dado al de Carrión.-¡Regresa Don Fernando! Muerto está ya el que se fijó en ti. Ven, toma el caballo y mi espada manchada de sangre y di a todos que fuiste tú quién diste muerte. Yo te encubriré.Musulmanes y cristianos se batían en el campo de batalla. Multitud de cuerpos yacían en la tierra manchada de sangre. Huían caballos sin dueños a ninguna parte.Entró el Cid en batalla junto a Minaya y Vermúdez. Fuerza y coraje dieron a los cristianos que con valentía luchaban sin desfallecer.De sangre y metal se cubrieron los campos valencianos.Pero todavía el Cid no había cumplido su plan. Buscó al rey árabe y hacia él se dirigió con ánimo de luchar. El rey Búcar vio al Cid que se le acercaba a gran velocidad. Salió huyendo el musulmán en dirección al mar.


Leyenda del Cid: la Afrenta de Corpes


Se fueron los dos caballeros que desaparecieron entre el polvo levantado del camino. Babieca acortó distancias sobre su enemigo. Y a punto de darle alcance, el Cid levantó su pesada espada. Con un golpe certero arrancó el yelmo de Búcar. Y con otro más certero hundió el frío metal en el corazón del musulmán. Cayó el cuerpo del rey muerto junto a su bella espada que todavía empuñaba. La recogió del suelo el Cid maravillado por tal obra de orfebrería. Empuñadura de oro y piedras preciosas que desde aquel momento le pertenecieron.-Eres Tizona, amiga, fiel de batallas y duelos.Terminado el enfrentamiento el Cid Campeador agradeció a todos su valentía y tesón. Andaban bien orgullosos los infantes de Carrión…Tan seguros estaban de sí mismos que no paraban de alabar su intervención.-¡Hemos vencido al rey Búcar, a los moros que están en contra de nuestro Campeador!- gritan los dos infantes de Carrión.Y los caballeros cristianos se miraban y reían. -¿Habéis visto luchar a alguno de los dos?Hasta que las burlas se hicieron tan dolorosas e incisivas que los dos decidieron regresar junto a sus mujeres a Carrión. Querían llevarse a las dos muchachas, decían, para enseñarles las tierras de las que herederas algún día serían…Y el Cid ante esta petición accedió a que los infantes se llevaran a sus hijas a Carrión. Pero Rodrigo les conocía bien y temía lo peor…Algo perturbaba su alma y su estado de ánimo sin bien saber el porqué.Después de otorgarles grandes obsequios como caballos para la guerra, mulas para la carga, ropajes bordados con oro y tres mil marcos en monedas, el Cid les quiso mostrar su aprecio donando algo muy especial. Y cambiaron de mano sus dos espadas, Tizona y Colada…Pero Rodrigo Díaz de Vivar no se fiaba de los infantes, eso ya era sabido. Por ello mandó a su sobrino, Félez Muño, a que viajara junto a sus hijas. Debía protegerlas y no perderlas de vista.El Cid Campeador sabía que no podía defenderlas de ningún otro modo ya que Elvira y Sol debían viajar junto con sus esposos, los infantes de Carrión.Viajando ya por los caminos, en Molina de Aragón se unió a la comitiva un gran admirador del Cid Campeador. Su nombre, aunque moro, era Albengalvón. Se desplazaba con muchas riquezas que a los infantes cautivaron. Y las desearon con tanta avaricia hasta el punto que tramaron la muerte de Albengalvón.Pero un vasallo moro escuchó la conversación y corrió para avisar a su señor. Y el musulmán muy enfadado prefirió abandonar la comitiva tras amenazarlos de muerte a los dos.Siguieron su camino los infantes. Sus mujeres y vasallos caminaban tras ellos.Entraron en tierras de Corpes cruzando un denso robledal y encontraron un llano con un hermoso y fresco manantial. -Aquí acamparemos. Mañana…más.Amaneció en tierras de Corpes. Los infantes mandaron que se adelantaran y no volvieran la mirada atrás. Así que marchaban todos los vasallos junto al sobrino del Cid. Ya han planeado alguna maldad…Solos se quedaron con sus esposas en aquél claro del robledal.-¡No heredaréis nada de nuestras posesiones ni tierras! ¡Esto lo tenéis que saber las dos!Despojaron a las dos mujeres de sus ropas y las dejaron con tan solo un fino blusón. 

Se calzaron ellos las espuelas, ellos, los traidores de Carrión.Doña Elvira y Doña Sol pidieron clemencia entre lloros y gritos de piedad. Creyeron adivinar las intenciones de los infantes de Carrión.

-¡Hacednos el favor! Nuestro padre os dio dos buenas espadas con un filo tajador…Cortarnos la cabeza y evitarnos así el sufrimiento y el dolor.Pero los infantes ciegos de venganza y rencor preparaban también los cintos que provocarían mucho dolor.-¡Don Diego, Don Fernando! ¡Os lo rogamos por Dios! Seremos mártires sin cabeza…Evitadnos el sufrimiento y el terror. Nuestro padre os buscará para vengarse de vos. No queremos ni pensar…la furia que puede desatar en vosotros dos.Pero por muchas peticiones y ruegos, y entre gritos de dolor, los infantes comenzaron a azotarlas, sin piedad y con mucho rencor.Odiohacia el Cid, el que fue su señor. Odio por aquel león y la batalla que tanto les acobardó.Fueron azotadas una y otra vez con las correas: una y otra vez golpeadas con las espuelas. Se desgarraba a cuajos la blanca piel de las dos doncellas.Se rompieron las dos camisas que ya no protegían más aquellos dos cuerpos abatidos por la maldad. Manchado el blanco puro del rojo más doloroso e intenso. Se mezcló el rosa con las lágrimas y el barro del robledal.Doña Elvira y Doña Sol sintieron su vista nublar. Pidieron a Dios que acabara con este sufrimiento porque ya no podían con tanto dolor.-¡Padre, padre, que en Valencia estás…! ¡Cid, Cid, si nos oyeras llamarte, tu corazón se rompería en dos!Y la vista se les nublaba, ya no veían casi la luz del sol. Comenzaron a perder el sentido; ya no sentían casi el dolor. Los golpes de los infantes resonaban, más allá de Carrión. Ecos de venganza y muerte, sonidos de odio y sed de ambición.Durante mucho tiempo sus fuerzas utilizaron en golpearlas con gran tesón. Ya no podían casi ni ellos. Agotados se sintieron los dos.Cayeron los cuerpos en el robledal de Corpes. Muertas parecían, pero no lo son. Y los infantes de Carrión descansaban orgullosos por tal afrenta dirigida hacia el Campeador.Cuando se repusieron del esfuerzo los dos infantes de Carrión, recogieron todas sus pertenencias y allí abandonaron a las dos. 

Volaban buitres acechando...-¡Qué suerte si se alimentaran de ellas!- Pensaron los dos.Ya han vengado su deshonra. Tranquilos y sonrientes marcharon los dos.Pero el sobrino del Cid, a medio camino hacia Carrión, no dejaba de pensar en los dos infantes  y en Doña Elvira y Doña Sol. 

Sospechosa situación que lo angustiaba: él también había obedecido a los infantes, más en su interior, se iba acrecentando la sospecha, su malestar y su furor.Y decidió regresar sobre sus pasos, sin seguir el camino, no. Mejor pasar desapercibido ante tal sospecha, si, mejor. Y se escondió entre los matorrales esperando verlos pasar…Tiempo que se hace eterno sin parar de dudar.Pero… ¡oh Dios! ¡No esperaba escuchar lo que tuvo que oír. Y su corazón dejó de latir. Pensó que a sus primas las habían matado…Cuando desaparecieron los infantes en el camino, Félez Muño hizo galopar su caballo. Iba en busca de las muchachas, esperando escuchar algún gemido.Las encontró inertes entre la hierba, manchadas de sangre y barro. Medio desnudas y en carne viva y con los ojos cerrados. Una a una, limpió su rostro con agua fresca. Les dio de beber ese líquido esperando que renacieran las dos.-¡Primas, primas! ¡Doña Elvira y Doña Sol! Volved a este mundo aunque sea cruel…Os vengaremos, os lo prometo yo. Que esos dos infantes tienen que morir… ¡Se lo prometo al Campeador!Comenzó Doña Sol a tartamudear algo. Se incorporaron poco a poco las dos. Comenzaron a recordar. Contaron lo que las pasó.Y su primo muy asustado, animaba a las dos. Desconocía de donde salían esas palabras; quizás fuera de su cariño y amor.Buscó ropaje para cubrirlas. Montó en la grupa de su caballo a las dos. Tortuoso se hizo el camino hasta Torres de Doña Urraca, donde descansaron Doña Elvira y Doña Sol. Algo tramaba Félez Muño al dirigirse hacia Gormaz…Pero lo que había sucedido en aquellas tierras enseguida lo supo “todo Dios”. Y mientras los infantes se rían de su afrenta, el Cid creía morirse de dolor.Mandó el Campeador que las llevaran a Valencia. Envió un mensajero a su señor. A Alfonso VI pidió justicia para poder vengarse de los infantes de Carrión.Alfonso VIescuchó al mensajero lleno de intenso dolor. No quería creer en lo sucedido, aunque bien era sabedor. Tal afrenta de Corpes debía ser juzgada. Y son las cortes de Toledo las elegidas para tal fin. Da de plazo siete semanas. Y ordena pena grave por no acudir.


Leyenda del Cid: la Afrenta de Corpes


Fueron citados: Enrique de Borgoña; los condes de Portugal, Galicia, Astorga y León. Fueron convocados García Ordoñez, don Birbón, el hermano de Doña Jimena y los padres de los infantes de Carrión. Convocado quedó el Cid que antes de entrar en Toledo decidió descansar en el Monasterio de San Servando. El obispo nombró a cien hombres como sus vasallos. Vistió el Cid unas preciosas calzas, camisa blanca de fino hilo, una túnica con remates dorados y una capa rojo sangre. Se recogió su largo pelo y trenzó su luenga barba. Y ya terminado su aseo, se dirigió hacia las cortes de Toledo.Miraban todos expectantes al Cid Campeador entrar en el interior de las cortes. 

El rey Alfonso VI se levantó y le ofreció un sitio a su lado. El Cid Campeador lo rechazó.-Desde que fui nombrado rey solo he necesitado ordenar dos cortes: la primera en Burgos; la otra, en Carrión. Pero ésta es muy especial y por vergüenza ajena, la he convocado por la afrenta a las hijas del  Cid Campeador. Quiero que se haga justicia y se enmende, si se puede, tal horror. Deseo, sobre todo que se devuelva al Cid, su honor.-Ordeno que seáis jueces todos los condes a los que he citado yo. Sois sabios y sois justos en vos confío yo. Solo me queda deciros que yo siempre estaré con el que demuestre su razón. Hable primero el Cid y luego contesten, los infantes de Carrión.Habló el Cid pidiendo justicia y sin olvidar sus dos espadas, las reclamó a los infantes de Carrión. Asombrados se hallaban los dos infantes que en secreto dialogaban los dos. Cuenta se dan que el Cid no ha mencionado a sus hijas y esto lo entienden como un gran favor.Ilusos ellos que pensaban que con eso se acababa la demanda del Cid Campeador. Sacaron a Tizona y Colada; resplandecientes filos que a todos asombró.Se las entregaron al rey, que al Cid devolvió. Tomó las dos Rodrigo y mirándolas, la empuñadura besó. Tanto costó ganarlas, tanta sangre y sudor. Bien quería ese metal que muy sinceramente a los dos infantes, donó. Pero de pronto su rostro se iluminó; sorieron sus ojos y el corazón. Juro por Dios que os he de vengar, Doña Elvira y Doña Sol.A su sobrino Pedro le entregó Tizona y a Martín Antolínez, Colada le dio.-Sois mi mejor caballero y a Colada os la entrego yo. Se la arranqué a un gran enemigo. Al conde de Barcelona se la gané yo.El Cid se dirigió  hacia el rey realizando una segunda petición: reclamó el ajuar de sus hijas a los infantes de Carrión.-¡Devolvedme mi dinero ya que mis yernos no sois!-Ya le hemos dado sus espadas… ¿qué más quiere este señor? No nos queda ningún dinero ni presentes… Solo podemos pagar con tierras de Carrión. Comentaban los jueces entre ellos y se escuchaba una voz:-Eso lo tiene que contestar el Cid Campeador. Nuestro pensamiento es otro. El dinero debéis devolver con especies hasta que se cumpla lo que Rodrigo os otorgó.Comenzaron a entregar caballos, palafrenes, mulas, espadas y tierras de Carrión. Los jueces tasaron y dieron un valor. El Cid, aceptó.-Otra petición tengo. Y ésta es la más dolorosa, la mayor afrenta sufrida, el mayor dolor que mata…Y quiero que se me escuche bien lejos para que se pueda sentir mi sufrimiento: deseo retar a los dos infantes que no osaron vengarse sobre mí sino sobre mis dos vidas: Doña Sol y Doña Elvira.-Quisiera saber que mal os hice yo. Siempre os traté con respeto y hasta con cierta admiración. Os entregué a mis dos hijas, las dueñas de mi corazón. ¿Por qué me heristeis en lo más profundo? ¡Decidme! ¿Qué os hice yo? Fuisteis capaces de golpearlas con cintas y espolón. Yo no osaré juzgaros en público, ya lo hice en mi interior. Solo pido a esta corte que haga justicia a vuestra acción.Raudo el gran enemigo del Campeador, García Ordoñez, se levantó. -Mi señor rey y resto de la corte. Las largas barbas del Cid, a unos espantan y a otros hace huir. Los infantes de Carrión pertenecen a la gran nobleza, de alta alcurnia son. ¿Y las hijas del Campeador? Los que os cuenta el Cid no tiene ningún valor.

Don Rodrigo Díaz de Vivar se acarició su barba. Se levantó y declaró:-No sé que tenéis contra mi barba. Nadie nunca se atrevió a tocarla. Nadie pudo arrancarla como yo hice con la vuestra en el castillo de Cabra. ¿Recordáis que os la arranqué? ¡Así se nota todavía vuestra calva! ¿Queréis verla? La guardo todavía en esta bolsita colgada al cuello…Siguieron mientras tanto discutiendo los condes y sabios. Uno de los infantes de Carrión seguía manteniendo que él era de alta alcurnia y que no debería haberse casado con una de las hijas de un infante. Habló Fernando, pero Bermúdez calló. Y el Cid le recriminó no saber defender a sus primas.Y Pere por fin declaró. Contó lo que él sabía: el león, el moro.... Calló un momento antes de retar a Fernando en duelo.Debatiendo aún estaban cuando entraron presurosos los mensajeros de los reyes de Navarra y de Aragón. Hablaron y dejaron a todos callados con su petición. -Quieren nuestros reyes casarse con Doña Elvira y Doña Sol. El rey Alfonso VI accedió y recordó a los infantes de Carrión que tendrían que besar las manos de sus reinas, aquellas que habían golpeado hasta creerlas muertas.Se ordenó un plazo de tres semanas para los duelos bajo pena de ser considerado traidor aquel que no dignara a aparecer.

El Cid Campeador regresó a Valencia. Andaban preocupados los infantes de Carrión. Se sintieron burlados ya que, además de entregar casi todo Carrión, habían sido retados.Los defensores del Cid iban a utilizar a Colada y Tizona. Se preparó el campo de batalla en un llano. Acudieron los seis combatientes con los escudos, las lanzas y sus espadas. El infante Fernando y Pere se batieron con mucha violencia. Fernando atravesó el escudo de Pere y rompió su lanza al intentar clavarla en su cuerpo.Por el contrario, Pere si logró atravesar el escudo de Fernando y clavar el hierro cerca de su corazón. Cayó el infante de Carrión envuelto en una mancha de roja sangre y para evitar su muerte declaró, ante la amenaza de Tizona, que su oponente decía toda la verdad. Cierto era lo de la batalla, el león y la afrenta.Le tocó el turno al infante Diego que se batió en duelo contra Martín Antolínez. Ambos mostraron una gran fuerza en sus golpes. Sacó Martín a Colada amenazando al infante. Y el de Carrión salió huyendo del campo de batalla. Tuvo que reconocer que también había sido vencido.Y el osado Muñoz Gustioz fue atravesado al primer golpe. Asomó la punta de la lanza por la otra parte del escudo, tiñendo de sangre su ropaje. Se le dio por muerto al momento cuando su padre reclamó su cuerpo. También fue vencido.Y volvieron los caballeros a Valencia a rencontrarse con el Cid Campeador. Les esperaban con toda clase de honores por haber vencido en los tres duelos. Ya han sido vengadas sus dos hijas. Ahora pensaba el Cid en sus matrimonios…Muchos años después, una de las nietas del Cid, Blanca de Navarra, se casó con Sancho. De este matrimonio nació el rey Alfonso VIII. Más tarde, el mismo emperador Carlos V reconoció que el Cid Campeador era de su linaje…el primer progenitor.

Esta es mi versión libre de varios capítulos del Cantar del Mio Cid. Espero que os haya gustado.
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