Revista Comunicación

Lía en el monte

Publicado el 13 agosto 2015 por Lya
Pues resulta que el otro día me llevaron al monte. Así, a las bravas y sin escapatoria. 
El monte que era, en principio, un sitio idílico, con cascaditas, agua y mucho verdor. Lo que viene siendo un Rivendel de manual. Y tú, tan feliz, dices que vale, que qué mono todo y que qué bien. Que te recuerda a cuando eras peque y silvestre y subías con tus primos a la peña, que es como en e! terruño de tus abuelos llamaban a estas aventuras veraniegas.
Jaja. Y una leche. 
Mordor, aquello era Mordor. Supongo, eh, porque no llegué. Cerca me quedé, pero mis bronquios dijeron que tururú, se cerraron en banda, apareció mi asma latente y la cagaste, Burt Lancaster. La pobre T, que tampoco iba fina, se pegó un susto de mil demonios, pero la sangre no llegó al río. O a la cascada. Inexistente, a todo esto. 
Si ya lo pregunté yo, allá por la mitad del camino. Primero, que si seguíamos en la provincia, porque a mí aquello me parecía mucho recorrer. Y quien dice provincia dice país o planeta, la verdad. Y, segundo, que a ver si no nos íbamos a quedar sin oxígeno de tanto subir. Que no mujer, me respondieron. Ya, ya. 
Lo mejor fue a la bajada, que pasamos por sitios que no recordaba de la subida. Cualquiera se fijaba en el entorno. Servidora se aferró a un bastón made in the moment y tiró hacia arriba con más inconsciencia que valor. Que mejor, porque si me dicen al inicio todo lo que venía, sube Rita.
Con todo, lo peor han sido las agujetas del después. Que my boss ya me chilló el otro día que hiciera el favor de dejar de quejarme y de andar como robocop, "que tienes cuatro años si te comparas conmigo y yo subo al monte y tan pichi".
Vale, por partes. My boss es lo que viene siendo un vascuence de manual. Exagerado se queda corto y ya quisiera verle yo en Mordor sudando sangre. Pero, segunda parte, como le agradecí que me llamara pipiola, reduje la intensidad de mi drama. Soy así de fácil.
Porque no sé si os habéis percatado de lo que a mí me gusta un dramatismo y un penar. Y unas buenas agujetas allí donde la espalda pierde su casto nombre son la ocasión perfecta para elevar mi sufrir.
Insoporteibol, ya.
Así a lo mejor a la próxima se piensan mejor lo de enchufarme sin paliativos 17 kilómetros, ¡17!, por esos mundos de Sauron. Con algo tendré que construir mi defensa, jopetas.

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