Revista Opinión

Liberalismo, moral y democracia

Publicado el 19 abril 2017 por Polikracia @polikracia

El profesor Ignacio Sánchez-Cuenca ha iniciado, en las páginas de CTXT, una especie de serial de ensayos acerca de la “superioridad” de la izquierda. Más allá de los acuerdos o discrepancias con el contenido, es una lectura que recomiendo hacer, dado su carácter pedagógico y abierto al debate. Hasta ahora han sido publicadas cuatro entregas (quizás cinco en el momento que este artículo vea la luz) y, en las tres primeras, discrepo ligeramente respecto a lo que es, o debe ser, la democracia deliberativa en las sociedades actuales y el rol heurístico de la ideología.

Sin embargo, la cuarta está dedicada a la presunta “superioridad moral” de la izquierda. El título hizo que sonaran varias alarmas en mi cabeza, dado que este es uno de mis caballos de batalla particulares. No hay nada peor en el debate público, y es una constante en ese ágora virtual que es Twitter, que las afirmaciones rotundas sin posibilidad de transacción a la hora de hacer política. Investirse de la superioridad moral de las propuestas de uno ha sido una de las armas de los “chamanes” (Siguiendo la idea de Víctor Lapuente), y por ello me resulta preocupante que demos por bueno ese discurso de “mejores personas contra peores personas”, tal y como parece sugerir la entradilla del artículo en cuestión.

En estas líneas realizaré dos críticas a las ideas expresadas por el profesor Sánchez-Cuenca. La primera está relacionada con lo que él considera “liberales” o “liberalismo”, mientras que la segunda refiere a lo razonable de que, efectivamente, las personas de izquierdas puedan sentirse superiores moralmente. Es de justicia reconocer que aún quedan partes del serial por aparecer publicadas, por lo que, a tenor de los diez puntos presentados al inicio de cada artículo, el autor pueda justificar lo expresado en esta cuarta parte.

Liberal no es libertario:

Tres son las posturas ideológicas presentadas por Sánchez-Cuenca en el artículo: la conservadora, la liberal y la de “izquierdas”. Definir lo que son aquellos que se adscriben a la segunda es una tarea que han intentado numerosos autores, y que intenté resumir (mucho) en este artículo. El liberalismo es una ideología que corre el riesgo de convertirse en algo “excesivamente amorfo” (como dice Judith Sklar), por la dificultad de encontrar una definición que satisfaga. Duncan Bell dice que serán liberales los que “se identifiquen como tales y sean reconocidos como tales por otros liberales”, pero yo encuentro tales condiciones poco exigentes, y prefiero establecer tres condiciones para que podamos reconocer la ideología liberal:

  • Libertad jurídica basada en la igualdad de derechos civiles y políticos de todos los ciudadanos.
  • Una cierta libertad “real” para el ejercicio de esos derechos.
  • La posibilidad de repensar tanto las ideas como los valores y las actitudes del propio “yo” a la luz de la razón.

Si bien la tercera idea está basada en la respuesta de Will Kymlicka a Sandel respecto al “Yo desvinculado” liberal frente al “Yo situado” comunitario, las dos primeras están basadas en el desarrollo histórico del movimiento liberal desde el surgimiento del New Liberalism inglés, cuya alma máter fue Stuart Mill y tuvo entre sus pensadores más destacados a Hobson (Cuyo “Imperialismo” influyó, entre otros, a Lenin) y a Hobhouse, que abogaba por una sociedad mucho más organicista y menos individualista. Junto con la Escuela de Friburgo alemana en el continente, representaron un renacer del movimiento liberal que abogaba no solo por defender la igualdad formal de los ciudadanos, sino también la igualdad de oportunidades y acabar con los obstáculos de partida que impedían la misma.

Esta tradición, recogida en muchos partidos liberales de hoy en día y, en el ámbito filosófico, por la obra de John Rawls y algunos de sus críticos, no es la misma que la libertaria, cuyas ideas se contienen en el “Anarquía, Estado y Utopía” de Nozick, pensado expresamente en responder a Rawls. Roberto Gargarella tiene un fantástico libro en el que hace un resumen del debate, entre otros, y señala que Rawls no puede estar de acuerdo con la idea de un contrato justo solo porque A y B se hayan puesto de acuerdo. Es necesario mirar la estructura básica de la sociedad, el reparto de bienes primarios y el respeto a unos principios de justicia. Si no lo creyera así, ¿para qué serviría su archiconocido velo de ignorancia?

Desde el desconocimiento de los grandes textos de los ideólogos conservadores, dejo a otro que haga una defensa de los mismos, quiero puntualizar que siguiendo la clasificación sugerida por el profesor Sánchez-Cuenca, la tradición liberal no debería incluirse en las “menos morales”, dado que también considera que existen desigualdades en la sociedad que deben ser corregidas por la actuación del Estado. Esta tradición difiere de la libertaria, que sí da más peso a la libertad individual y repliega la actuación estatal hacia lo mínimo necesario.[1]

¿Es superior moralmente?

Aclarado el primer punto, mi segunda cuestión irá referida a si, efectivamente, el hecho de ser más sensible a la existencia de disparidades hace a la izquierda “superior moralmente”. Para el propósito de este punto consideraré al liberalismo como parte de esa “izquierda” y dejaré como las otras dos ideologías representadas a los conservadores y a los libertarios. También quisiera concordar con la posibilidad de que el marxismo ofrezca una teoría de la justicia, habida cuenta de que la negación marxiana de la misma venía dada por la presunta abundancia que habría una vez quitado los frenos a la producción puestos por el desfasado sistema capitalista. Descartada esta presunción (por un marxista analítico, “libertario de izquierdas”, como Van Parijs) , el marxismo debe preocuparse por una teoría de la justicia.

El profesor Sánchez-Cuenca defiende que, visto desde fuera, deberíamos decir que izquierda y derecha sostienen, simple y llanamente, concepciones de la justicia distinta. Sin embargo, acto seguido dice que “una vez se adoptan las ideas de la izquierda, el izquierdista no puede dejar de pensar que sus ideas son moralmente superiores a las del liberal y conservador, quienes no prestan atención suficiente a los oprimidos, a los explotados, a los marginados, a los desfavorecidos…”. Efectivamente, es lógico que uno considere su opción moral como mejor que la del otro. Sin embargo, el problema reside en que se pasa de asumir la existencia de diversas concepciones de la justicia, llamémoslas doctrinas comprehensivas razonables, a juzgarlas según el prisma de una de esas mismas teorías de la justicia. Si el observador imparcial considera que no existe una diferencia moral entre ambas concepciones, ¿por qué luego se asume que sí que es superior la de la izquierda?

Esta asunción tiene, aparte del hecho de colocarse como juez y parte, una problemática añadida: ¿es mayor prueba de sensibilidad moral y de querencia por la justicia el considerar que existen más situaciones de discriminación que el plantear la igualdad de todas las doctrinas comprehensivas razonables en el espacio público?, ¿respecto a qué métrica consideramos que determinadas situaciones son, o no son, injustas? Porque estamos cometiendo el error de querer juzgar si, objetivamente, alguien tiene razones para sentirse superior moralmente a otro no desde una perspectiva aséptica, sino asumiendo la catalogación moral de la izquierda. Y eso parece injusto, precisamente, para con las otras ideologías.

Desconozco si se profundizará en el problema derivado de esto en futuras entregas, aunque la máxima número siete del inicio del artículo parece sugerir que sí, pero hacer recaer la moralidad en la corrección de las “injusticias” exclusivamente, y no en el respeto a otras cosmovisiones, introduce un elemento pernicioso en el debate público. ¿No da prueba también de talla moral aquel que es capaz de escuchar ideas contrarias a las suyas respecto al diagnóstico, análisis y solución de un problema? Un diálogo en el que una de las partes asume una posición de “bondad” frente a la “maldad” del otro deriva en la imposibilidad del acuerdo y en la conclusión esperada: fiat iustitia et pereat mundus.

Sostengo, por tanto, que defender “con buenas razones” la superioridad moral de la izquierda solo puede hacerse si, efectivamente, adoptamos la teoría de la justicia de “la izquierda” como “la” teoría de la justicia. Y esto es incompatible con la existencia de diversas doctrinas comprehensivas razonables en el seno de un sociedad, valga la terminología rawlsiana. Aceptar esta idea equivaldría a dividir la sociedad entre buenos y malos, o en una especie de nuevo determinismo histórico de raíz ilustrada, entre aquellos que hacen “progresar” y los que lo “obstaculizan”. En cualquiera de los casos creo que no es algo beneficioso para un sistema democrático.

[1] La teoría de Rawls ha suscitado innumerables halagos y críticas. El libro de Gargarella, o el de Kukathas y Pettit son buenos resúmenes, pero, a mi juicio, el “Cambridge Companion to Rawls” es el que más profundiza en todos los flancos por los que ha sido atacada o defendida la Teoría de la Justicia y su perfeccionamiento, o no, en “Liberalismo Político”


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