Revista Arquitectura

Liberarse de todo espíritu académico

Por Marcelogardinetti @marcegardinetti

He recorrido a pie numerosas calles de Buenos Aires y eso representa un kilometraje imponente, ¿no es así? He mirado, visto y comprendido…

Debo hablarles de l’Esprit Nouveau a ustedes, que están en el Nuevo Mundo. Y bien, me pregunto si tendría fundamento hacerlo. Pues Buenos Aires es un fenómeno completo. Una unidad formidable existe aquí: un block único, homogéneo, compacto. Ninguna grieta. Sí: el interior de la casa de la señora Ocampo.

Liberarse de todo espíritu académico

Cómo entonces, osar decirles que Buenos Aires, capital sud del nuevo mundo, aglomeración gigantesca de energía insaciable, es una ciudad que está en el error, en la paradoja, una ciudad que no tienen espíritu nuevo, ni espíritu antiguo, pero simple y únicamente, una ciudad de 1870 a 1929, donde la forma actual será pasajera, donde la estructura es indefendible, excusable pero insostenible, insostenible como todos esos inmensos barrios de ciudades nacidos en Europa bajo el signo de una súbita expansión industrial de fin de siglo XIX, en la más lamentable confusión de fines y de medios. Historia de esas activas ciudades surgidas entre martillo y yunque: Berlín, Chemnitz, Praga, Viena, Budapest, etc., o que sufren el empuje gigantesco del maquinismo: París.

Por lo tanto aquí, en el fondo del Estuario del Río de la Plata, existen los elementos fundamentales. Ellos son tres bases eminentes del urbanismo y de la arquitectura:

El mar y el inmenso puerto.

La vegetación magnífica del parque de Palermo.

El cielo argentino…

Pero no se los ve por así decir, ni lo uno ni lo otro, en el interior de la ciudad. La ciudad está desprovista del mar, de los árboles y del cielo. Se descubre también ésta otra realidad que cuenta para una gran ciudad y que hace augurar un destino prodigioso:

El estuario del río, gigantesca puerta por donde entran las cosas del mundo entero, la llanura que se encuentra con el mar y sobre la cual se puede elevar sin tropiezos una ciudad estremecida por lo sublime de la creación humana.

Y esos hinterland inmensos de la pampa, de planicies y de montañas con ríos gigantescos, con terrenos de cultivo, con terrenos para la cría de animales, con terrenos con minerales, con yacimientos. Todo lo que es necesario para que la industria nazca y la arquitectura produzca.

Se comprende que en países que posean semejante topografía y semejante geografía pueda tan normalmente surgir una ciudad que sea un puesto de comando.

Eso que, en el mundo entero, se ha producido al comienzo de la época maquinista no es más que el fruto de una convulsión del espíritu y el efecto de un equívoco: Yo pienso fríamente que todo eso deberá desaparecer.

La fuerza de donde han surgido los monstruos, nuestras villas llamadas modernas, esa fuerza pujante acrecentada por su propio impulso, ella sabrá pronto quitar la incoherencia, destruir esa primer herramienta utilizada y reemplazándola ella introducirá el orden, ella ahuyentará el despilfarro, ella impondrá la eficacia, ella producirá la belleza.

…¿La ciudad? ella es la suma de los cataclismos locales, ella es adición de cosas desapropiadas; ella es un equívoco. La tristeza pesa sobre ellas. ¡Golpeante melancolía en los hechos! ¡Y qué máquina admirable es el hombre que sobre tantas ruinas, que en tal precariedad busca con obstinación un nuevo equilibrio! La ciudad se ha convertido súbitamente en gigantesca: tranvías, trenes de los suburbios, autobuses, subterráneos hacen una mezcla cotidiana frenética. Qué desgaste de energía, qué despilfarro, qué falta de sentido.

He experimentado en una vida desprovista de quietud, en una vida de incesantes inquietudes la enorme dicha del “cómo” y del “por qué”.

“¿Cómo?” “¿Por qué?”

Se me tacha hoy de revolucionario. Les voy a confesar que yo no he tenido más que un maestro: el pasado; y que una formación: el estudio del pasado.

Todo; desde hace tiempo; y todavía hoy: los museos, los viajes, los folklores. Inútil ampliarlo ¿verdad? Ustedes me habrán comprendido. Yo he ido por todos lados donde había obras puras –aquellas de los campesinos o de los genios- con una pregunta delante de mí: “¿Cómo?”, “¿Por qué?”, yo he tomado del pasado la lección de la historia, la razón de ser de las cosas. Todo acontecimiento y todo propósito son “referidos a…”. Es por eso que permanezco sin opinión frente a las escuelas y que hasta aquí rechacé las cátedras de enseñanza que me proponían.

Ubicado en la evolución contemporánea fue todo muy simple (¡pero con qué obstinación, qué insistencia, que angustiosa espera!). “¿Cómo?” “¿Por qué?”. No se sabrá comprender cuánto ese Cómo y ese Por qué, expuestos con toda simplicidad pero también con coraje hecho asimismo con un candor tan ingenuo como indiscreto o insolente, aportan una respuesta temeraria, insólita, que se revierte, revolucionaria. Es que las causas del problema, la razón del “Cómo” y del “Por qué” son hoy acontecimientos que trastornan mucho más de lo que se cree.

Le Corbusier, Primera Conferencia dictada en Buenos Aires, en la sede Amigos del Arte el 3 de octubre de 1929

Fotografías: ©FLC/ADAGP

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