Revista Opinión

Libertad para matarse

Publicado el 04 mayo 2014 por Torrens

Hace ya más de quince días que el transbordador coreano Sewol se hundió en el sur de Corea causando cerca de 300 víctimas mortales, en su mayoría jóvenes escolares. He esperado a referirme a la desgracia hasta conocer bien lo ocurrido y confirmar que efectivamente la conclusión es caos, descoordinación, desastrosos profesionales al mando, y un largo etcétera de despropósitos que son ya comunes en este mundo de la libertad absoluta sin normas que nos han impuesto y nos siguen imponiendo. 

Cuando ocurrió el accidente del Costa Concordia ya me referí a que la responsabilidad era de los que han ido cortando, recortando y aniquilando normas en aras de un liberalismo salvaje que nos tenía que hacer ricos y traernos la felicidad en todos los órdenes. Donde antes habían comandantes y oficiales cualificados y relativamente bien pagados ahora hay mileuristas con los mínimos conocimientos para hacer avanzar una nave. Donde antes se efectuaban frecuentemente todo tipo de simulacros para prever todas las vicisitudes de un accidente y entrenar a la tripulación, ahora hay escasos folletos y algún cartel con normas de seguridad. Donde habían chalecos, balsas y barcas suficientes para pasajeros y tripulación ahora hay gritos de ¡¡Sálvese quien pueda!!, y si no te has traído el chaleco de casa o tienes mucha habilidad y resistencia nadando seguramente serás de los que no pueden. Todos estos cambios que afectan directamente a la seguridad se han producido porque la falta de normas permite la reducción de costes hasta traspasar en mucho el límite de la prudencia, todo para poder ofrecer cruceros por el Mediterráneo a 300 Euros.

Desgraciadamente la desregulación no nos ha traído la catástrofe solo en los sectores naval y financiero sino en casi todos. El liberalismo capitalista, al menos en mi opinión, es el mejor sistema político, económico y social, pero a menos que vaya acompañado de normas que por un lado persigan evitar que la codicia lleve a cometer barbaridades y por otra equilibren la riqueza de los ciudadanos, no tanto para evitar que los haya inmensamente ricos, pero sí evitar que los haya inmensamente pobres, invariablemente se transforma en el peor de los sistemas posibles, que es a lo que el mundo se dirige hoy día.

Afortunadamente uno de los sectores que, por ahora, se ha salvado de la desregulación es la aviación, aunque si se ha producido una relajación importante de las condiciones mínimas de las operaciones, y continúa la presión para relajar las normas todavía más, todo para facilitar los vuelos low-cost, empezando por el sueldo de los pilotos, que se compensa con menor exigencia profesional, y menor exigencia también en procedimientos, control de vuelos incluido. La consecuencia ha sido un aumento de los accidentes, tal como informa la IATA, desde 2009 al 2013, el índice de accidentes aéreos, todo y con ser todavía extremadamente bajo, aumentó un 14,6%, y también han aumentado considerablemente, aunque no haya datos disponibles, los llamados “casi accidentes”, situaciones en que se está muy cerca de un accidente en el aire por culpa de tripulantes, de controladores o de ambos, y que son registrados por IATA que es quien informa que han aumentado mucho sin dar datos concretos. Como para corroborarlo, hace pocos días se informó que los controladores malayos tardaron 17 minutos en detectar la desaparición del tristemente famoso MH370 de Malasian Airlines.

A pesar de que está archidemostrado que el liberalismo furibundo es el responsable de la crisis financiera y de muchas otras en sectores como transporte, alimentario, sanitario, etc. no solo a nadie se le ocurre echar el freno y marcha atrás restableciendo la regulación y las normas, sino que pretenden dar solución a los problemas con más desregulación, y si alguien insinúa lo contrario casi lo condenan a la hoguera por brujería.

Alfredo Pastor en unos de sus excelentes artículos en La Vanguardia, el de hoy domingo 4, dice que la crisis estalló por varias razones, pero una de las más importantes fue la desregulación financiera que permitió a los grandes bancos actuar de manera irresponsable a sabiendas de que por su tamaño y las catastróficas consecuencias que su eventual quiebra acarrearía ningún gobierno los dejaría caer, y precisamente los rescates bancarios a un lado y otro del Atlántico, que han aportado los fondos para evitar la quiebra del sistema sin exigir la más mínima responsabilidad a sus gestores, que siguen en sus puestos con sueldos desorbitados o se han ido a su casa con los bolsillos bien forrados, han reforzado todavía más la idea de que los muy grandes pueden hacer lo que les da la gana, porque la desregulación se lo permite, y en caso de problemas ya se encargará el sector público y el dinero de todos de solucionar el problema tanto para la institución como para sus gestores, con sustanciales ganancias para una y para otros, incluso en pleno fracaso, y sin exigencia de responsabilidades por gestión imprudente. Alfredo Pastor también se refiere, por las mismas razones, a la oposición de todos los grandes bancos del mundo, en especial los de U.S.A., a las medidas que pretenden impedir el próximo desastre, que además también son condenadas por los obsesos fanáticos del liberalismo loco, y que se refieren al establecimiento de un nivel de capital acorde con los riesgos que asume el banco y sobre todo con la que pretende la atomización de los muy grandes para reducir su tamaño y evitar la repetición del “Too big to fail” (demasiado grande para quebrar), aunque mientras tanto y desde que se inició una cierta pero lenta recuperación en U.S.A. han vuelto a las andadas con las operaciones de alto riesgo como las hipotecas basura y la especulación con los temibles derivados. Según Pastor el riesgo de recaída por exactamente las mismas razones que en 2007 es tan elevado que incluso Martin Wolf, destacado y convencido defensor del liberalismo extremo está proponiendo unas medidas que se podrían considerar una vuelta a los orígenes de la banca que se regía por principios casi de economía doméstica.

Lo dicho, libertad absoluta para matarse o arruinarse.


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